Análisis

Hay que evitar un nuevo genocidio en Kirguistán

Refugiada uzbeka con su bebé.

Refugiada uzbeka con su bebé.

Rafael Vilasanjuan

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Hacía tiempo que no veíamos una estampida humana masiva en búsqueda de refugio, pero las imágenes del sufrimiento de miles de personas cercadas en alambre de espino han vuelto. Justo cuando el mundo se prepara para celebrar mañana el Día Internacional del Refugiado, el registro de la ONU empieza a sumar miles de llegadas de uzbekos que huyen de Kirguistán.

Desde la distancia, es difícil intuir si lo que está en marcha es un plan para acabar con una parte de la población por razones étnicas, o se trata de un brote de violencia esporádico como consecuencia de la inestabilidad que vive el país desde que fuera depuesto el presidente Bakíyev, hace solo tres meses. El Gobierno interino le acusa de alimentar, desde el exilio y con una fortuna amasada en el poder, bandas armadas para matar a uzbekos y kirguises y encender de esta manera un nuevo conflicto étnico, justo en el momento en que se va a votar un referendo.

Aunque sea difícil intuir todo lo que está pasando, desde la distancia también llegan señales sospechosas que apuntan que hay kirguises asesinados y que ambos grupos han sufrido bajas, pero que la pérdida de vidas uzbekas es mayor, y mientras unos permanecen en los hospitales del país, mujeres y niños uzbekos han emprendido el camino del exilio hacia la vecina exrepública soviética de Uzbekistán.

La frontera se ha llenado, y los campos empiezan a ser el único lugar seguro para quienes huyendo de la violencia buscan refugio donde alimentarse, curar sus heridas o pasar las noches que sean necesarias hasta que puedan volver a su lugar de origen.

LOS QUE han cruzado la frontera son casi 100.000, pero la ONU ya anuncia que el desplazamiento puede afectar a un millón. No hace falta esperar a contrastar las cifras para saber que estamos frente a una nueva crisis y mientras las oenegés internacionales empiezan a instalarse en el país vecino y se emplean en intentar salvar las vidas que la violencia no se lleve por delante, el conflicto arroja la evidencia preocupante de un Ejército kirguís que no está preparado para evitar que el país se convierta en un estado fallido y menos aún si la violencia acaba convertida en enfrentamiento étnico.

¿Es necesaria una intervención internacional? Kirguistán, como las otras cuatro repúblicas escindidas de la Unión Soviética en Asia Central –Kazajistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán– se han convertido en el nudo por donde circula buena parte de la energía que llena los gasoductos y oleoductos entre Rusia, Europa y China.

Estos países son además la retaguardia de buena parte de los ejércitos occidentales desplegados en Afganistán frente a los talibanes. Cada una de estas razones ya parece suficiente para poner los recursos necesarios y estabilizar el conflicto, pero hay otra razón todavía más importante desde el punto de vista humano. A diferencia de otras guerrasdonde la población, aun a riesgo de quedar atrapada, intenta mantenerse cerca de sus propiedades hasta que no percibe que la amenaza es directa, la huida masiva en busca de una frontera, y más cuando la mayoría son mujeres y niños, suele ser el primer síntoma de limpieza étnica.

Ocurrió en Kosovo a finales de los 90 o más recientemente en Darfur y aunque solo fuera por el recuerdo y la vergüenza de Ruanda, la amenaza y los crímenes contra un sector de la población de etnia uzbeka en Kirguistán debería obligarnos al menos a una primera lectura en este sentido para evitar convertirnos en cómplices de un nuevo genocidio ¿A qué esperamos?