Los refugiados de la guerra de Siria: "Solo queremos una vida"

Sirios que han huido del conflicto explican a EL PERIÓDICO sus penurias y sus esperanzas

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JAVIER TRIANA

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FAMILIA KEREJOL: “NO SABEMOS QUÉ NOS ESPERA”

FAMILIA KEREJOL: “NO SABEMOS QUÉ NOS ESPERA”

La familia Kerejol está sentada junto a las brasas de una hoguera que muere. Avivan las llamas y echan un tronco más de los que han recolectado. No hace especial frío, pero la fogata invita a sentarse alrededor. Salen Kerejol es sirio de Alepo, pero enseguida detalla que ellos son kurdos. “Estudié un año en la universidad, Económicas, pero luego empezó la guerra...”, relata Salen, de 25 años, con la mirada puesta en el fuego.

Quieren ir a Hamburgo, donde ya tienen familia, y continuar allí con sus estudios. Lleva una sudadera negra con un balón de fútbol y la leyenda “Madrid”, pero el deporte que le gusta es el boxeo. A su hermano Hader, más joven que él, no le va lo de los puños: “Nosotros no vamos a los repartos de comida, porque ahí te tienes que pegar con la gente para conseguir algo. Lo compramos en los supermercados cercanos”.

Hader no tiene pasaporte, uno de los requisitos que, en el momento de la entrevista, Macedonia solicitaba para dejar pasar a sirios e iraquís. Él era pequeño cuando estalló la guerra y después ya no pudo hacerse la documentación de viaje. Hace una semana que están en el campamento griego de refugiados que ha crecido en torno al paso fronterizo de Idomeni, a las puertas de Macedonia. ¿Saben que les aguarda en el camino? “No sabemos lo que nos espera”, responde Jin, la madre de los chavales y la mayor de esta expedición de siete. Cuando se le pide retratarles, Jin se pone a peinarse para la foto.

NAMIAH: A PUNTO DE DAR A LUZ

NAMIAH: A PUNTO DE DAR A LUZ

Namiah lleva puesto un vestido morado que se abomba de manera abrupta a la altura del vientre: está embarazada de casi nueve meses y le quedan diez días para salir de cuentas. Tiene 20 años y va a dar a luz al que será su tercer hijo. Los otros dos churumbeles no paran quietos junto a la valla, coronada por alambre de espino, que separa Grecia de Macedonia. La joven cuenta que ella, su marido (a quien ha tenido que pedir permiso para conceder la entrevista) y los niños proceden de la oriental Deir Ezzor. “Llevamos 10 días en Idomeni. Tendremos que esperar aún varios días para cruzar”, dice, cansada pero consciente de la situación.ç

Miles de personas aguardan lo mismo que su familia. Sabe que el parto le puede pillar en medio del viaje, en un lugar con condiciones muy precarias, como es Idomeni. “Me fui de mi hogar cuando estaba embarazada de un mes. Y ahora estoy aquí... me preocupa mi bebé”, indica. “Si tengo que dar a luz aquí, lo haré”. Tiene fe en que alguno de los doctores de las clínicas para consultas básicas que hay en Idomeni la pueda ayudar.

Antes de la guerra, Namiah cuenta que no se estaba mal en Siria, pero que ahora es imposible la vida allí. Antes de huir, ella era ama de casa y cuidaba de sus hijos. Su marido era albañil. Ahora sueñan con el mismo país que tanto otros en su situación anhelan: “Tenemos familia en Alemania y queremos ir allí. A Berlín o a Múnich”. Cuando acabamos de hablar, piden ayuda para cruzar a Macedonia.

ALÍ: "SOLO QUIERO UNA VIDA MEJOR"

ALÍ: "SOLO QUIERO UNA VIDA MEJOR"

“¿Hola? ¡Ven! Entra, entra...” Alí, un sirio de 21 años, invita a entrar en su tienda de campaña en el improvisado campamento de refugiados de Idomeni. Está allí fumando con dos amigos, sin hacer mucho más que esperar. Son estudiantes. Tardaron 21 días en llegar desde Deir Ezzor, en el este de Siria, atravesada por el río Eúfrates y cuyo control se reparten la dispar oposición siria al presidente Bachar al Asad y los yihadistas del Estado Islámico.

Viaja con cinco familiares y sus amigos, con otros tantos parientes. Todos acampan entre las vías del tren que cruza entre Grecia y Macedonia, uno de los lugares más incómodos y menos seguros de todo el lugar. Alí y sus compañeros de viaje llevan dos días en Idomeni. “No sé cuándo voy a cruzar”, lamenta. El día de la entrevista, las autoridades están aceptando el paso de quienes llegaron a Idomeni 15 días antes y Alí solo lleva un par. “Pero mira, este es mi pasaporte”, dice. Saca el documento de una bolsa impermeable que lleva en el pecho, como otros muchos refugiados. Lo tiene listo para poder cruzar a suelo macedonio, algo que se fía aún muy lejano.

“Yo sólo quiero una vida mejor”, apunta. Como muestra de la vida peor que deja atrás en Siria, muestra las heridas sufridas en bombardeos. Una parte de su mano derecha está vendada y bajo ella se ven heridas, mientras que cicatrices deformes se agolpan tras su hombro izquierdo.