VIOLENCIA INSTITUCIONAL
El Gobierno argentino rinde culto a la mano dura contra la delincuencia
Macri defiende en público a un policía procesado por asesinar por la espalda a un joven de 18 años
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
El Gobierno argentino ha comenzado a escribir una doctrina de seguridad con olor a pólvora. Se la llama “Chocobar”, por el apellido de un policía que mató por la espalda a un asaltante de 18 años lejos de la escena del delito. Luis Óscar Chocobar se ha convertido hasta en verbo relacionado con el peligro: la calle, dicen algunos, se “chocobariza”. Otra manera de hablar del “gatillo fácil”, como se conoce la propensión de los agentes del estado de disparar primero y preguntar después.
La figura del obeso policía que, impedido por su peso de correr tras el ladronzuelo, optó por el balazo divide a la sociedad. Una parte se asusta. La otra lo considera un nuevo adalid de la “mano dura” contra los delincuentes de poca monta. El presidente Mauricio Macri tiene entre sus electores a esos millones a favor del escarmiento impiadoso. Por eso, Macri recibió a Chocobar en su despacho después de que fuera procesado por la justicia por “homicidio agravado por el uso de arma de fuego cometido en exceso en el cumplimiento de los deberes de funcionario público”.
Siete disparos
Chocobar quedó expuesto socialmente porque una cámara de seguridad filmó su intervención. Un turista extranjero había sido asaltado por dos jóvenes. Uno fue localizado y puesto bajo arresto. El otro, Pablo Kukoc, quien tenía una navaja, recibió siete disparos. La ley establece que la fuerza letal solo se puede utilizar como último recurso cuando es necesario proteger la vida de alguna de las personas involucradas en el hecho. No fue ese el caso. El policía disparó a 300 metros de la escena del robo y luego fue felicitado por el presidente Macri. Al comentar semejante respaldo, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, asesor estrella del presidente, aseguró que ese sentimiento es tan hondo que muchos argentinos estarían a favor de la pena de muerte.
Demagogia punitiva
“Vamos a defender a una policía en acción que no se deje matar”, dijo la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Alguna vez, en los años 70, ella renegó de su alcurnia patricia, fue guerrillera y quiso construir el socialismo. En la actualidad es el rostro adusto de lo que el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) denomina “demagogia punitiva”. Bullrich promueve una draconiana reforma del código penal para que los policías no solo puedan utilizar su arma en situaciones de legítima defensa: “En cualquier país civilizado, el Estado lo que hace es darle la presunción de inocencia a su policía”.
Su discurso cala hondo en un país que tiene una de las tasas de homicidios más bajas de América Latina (6,6 por cada 100.000 habitantes en el 2017), pero donde, al mismo tiempo, las denuncias de robos, secuestros y estafas aumentaron un 10% entre el 2008 y el 2015.
La espalda como blanco
“Chocobar no es un héroe, es el asesino de mi hijo y un mentiroso”, dijo Ivonne Kukoc. Habían venido de la norteña provincia de Salta huyendo de la pobreza extrema. Pablo quiso ser como Leo Messi pero no tuvo suerte. Padeció la violencia familiar, la droga y el desamparo social. Terminó en la calle, como muchos jóvenes que no trabajan ni estudian. “Pablo actuó mal, pero lo que hizo Chocobar es mucho peor”, dijo su madre en un país donde cada 23 horas una bala policial termina con la vida de otro Pablo, siempre marginal y de piel cobriza.
De hecho, días después, un policía bonaerense le disparó por la espalda a Fabián Enrique, de 17 años, y dijo que intentó proteger su teléfono móvil. El adolescente, se supo, estaba desarmado. A finales de noviembre, Rafael Nahuel, un poblador originario de la Patagonia, murió también por balazos de la fuerza pública que se incrustaron en esa misma parte del cuerpo. La espalda como blanco.
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