CRÓNICA DESDE ROMA

Frantzisku Cossiga

rossend Domènech

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Encima del féretro habrá hoy la bandera italiana y la de Cerdeña, símbolos de un político que se debatió entre el Estado centralista y la paralela pérdida de identidad de los sardos. Cuando el expresidente de la República viajaba a su pueblo, los isleños le llamaban Frantzisku Cossiga, en dialecto sardo-logudorés.

Tras ser votado (1985) como jefe del Estado, se dirigió al Parlamento en sardo. «Tal vez hoy lo hable solo el 20% de la población, por lo que el mayor esfuerzo consiste en convencer a los sardos de lo que son», dijo.

«Catalunya, Galicia y el País Vasco han conseguido volver a descubrir su idioma nacional identitario. Cerdeña, no», explicaba Cossiga en el 2005. Y al preguntársele si Cerdeña estaba siendo colonizada por los partidos de Italia, contestó que «no se puede hablar de colonización, porque tal vez el nacionalismo sardo ya no exista». «El Estado no es solo el que está en Roma, sino también el de las pequeñas patrias», recordaba, y cuando abandonó el Palacio Presidencial, habiendo dimitido como presidente de la República, impuso que la banda musical le saludase con elConservet Deus su Re, el himno del Reino de Cerdeña.

Catalunya, «hermana»

En el 2001, después de ser nombrado ciudadano honorario de Chiaramonti, su pueblo, habló en sardo y calificó a Cerdeña como «nuestra pequeña nación inacabada y sin Estado». Creía en «una forma ordenada y real de autogobierno (...) tal como España ha dado al País Vasco y a Catalunya, nuestra hermana, antigua tierra de libertad».

Quejoso de un autonomismo «sin alma, desgraciadamente aliñado de peticiones, reivindicaciones y lloriqueos más propios de súbditos de Madrid que de ciudadanos de la República Italiana», Frantzisku Cossiga instaba a sus conciudadanos a formar una Asamblea Constituyente: «Pero no perdamos más tiempo, porque si la Europa de los estados quiere permanecer democrática y libre deberá ser una Europa de los pueblos, de las autonomías, de las naciones sin Estado».