"Esto es una película de terror"

Los vecinos de Norcia ya no se atreven a regresar a sus casas en una tierra que no deja de temblar

Situación tras el terremoto en la región de Umbria

Situación tras el terremoto en la región de Umbria / DTM jak cmm

IRENE SAVIO / NORCIA (Enviada especial)

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 'Crac, crac, vrrrom'. Silencio. 'Crac, cric, vrommmm'. El ruido del miedo llega desde las entrañas de la tierra y se apodera de Norcia, pueblo en gran parte reducido a escombros tras las sacudidas sísmicas que, incansables, azotan a los Apeninos centrales desde hace ya casi una semana. Como un general obstinado y poco piadoso, la tierra sigue temblando. Una y otra vez. Sin dar tregua. “Mantengamos la calma. Somos gente de montaña, gente fuerte, gente que sobrevive, incluso a una película de terror como esta”, dice Manuel Paglialunga, camarero de 39 años, marchando por la calle con una enorme bolsa de plástico transparente que contiene sus pertenencias. 

La frase se repite en estos días en muchas conversaciones entre los habitantes de Umbria y Las Marcas, las regiones italianas más golpeadas el domingo por el peor terremoto -de magnitud 6.5 de la escala Richter- desde 1980 y cuyo epicentro se ubicó precisamente en las cercanías de Norcia. “Yo no me iré hasta que hayan salvado a todos mis animales. A Esponja, mi gata, la están sacando ahora de mi casa”, cuenta Veronica, mientras se quita el casco y la ropa de rescate como si ya fuera algo de todos los días.

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Como ella, no son pocos los que quisieran resistirse a abandonar Norcia, un pueblo de 5.000 almas que es también cuna del patrono de Europa, San Benedicto. “Es la tierra en la que hemos nacido, crecido y donde vivimos”, explica Caterina, una estudiante de ingeniería de 29 años que casi rompe a llorar mientras hablamos con ella. Necesitaría, con toda probabilidad, asistencia psicológica, un lujo imposible en medio de la emergencia en la que se vive, para ella y para todos los demás.

“Hay al menos 2.000 desplazados que aún necesitan ser atendidos”, afirma el regidor de Norcia, Nicola Alemanno, explicando la dificultad que él, como los administradores de las otras localidades afectadas, han tenido en atender a los más de 15.000 desplazados que ha dejado el terremoto. “Seguimos sin tener agua corriente y electricidad en gran parte de la zona”, agrega. 

GENTE A LA INTEMPERIE

El alcalde, como los voluntarios de la Protección Civil, los bomberos y la policía, luce exhausto. Desde el miércoles pasado, cuando se produjo la primera sacudida de calado (5.9) de la semana, son muchos los que viven a la intemperie. Han acampado en sus automóviles, algunos en casas de madera; centenares están en casas de amigos o en los hoteles de la zona o de la costa cercana, donde las autoridades los ha trasladado en los autobuses azules que recorren el camino a pesar de todo. La mayoría de los supervivientes explica que, también si por ahora no queda otra que alejarse del lugar, se quedarán en las cercanías. Pero ya nadie se atreve a dormir bajo los techos de las casas de cemento y piedra que hay en la zona.  

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En Norcia, ciudad, incluso los socorristas se encuentran acampados al aire libre, esto, después de que se agrietara el edificio el centro regional de la Protección Civil. Así, ahora, la emergencia se atiende desde un improvisado campamento de primeros auxilios que ha sido levantado apenas fuera de los medievales muros de la ciudad. Lejos incluso de la bella basílica de San Benedicto, que también se ha venido abajo en gran parte. Todo ello en tanto las réplicas continúan sacudiendo la ciudad destruida y lo hacen con una fuerza capaz de hacer caer a más construcciones. Ya se ha perdido la cuenta de cuántas han sido en los últimos días. “Quizá 500, no lo sé”, observa una anciana.  

EN UNA FURGONETA

“En verdad, desde agosto pasado nosotros empezamos a vivir en nuestra furgoneta”, cuenta Sandra Boldrini, refiriéndose al gran terremoto del 24 de agosto pasado, que ha dado inicio a los sismos que siguieron. Está delante de los escombros de la que fue su casa, haciendo las maletas para irse de allí. Parece una mujer fuerte, tiene el pelo corto, es alta y ostenta una sonrisa tranquilizadora. “¿Qué decir? Estamos aprendiendo a vivir con esto. Esta casa la construyó el abuelo de mi esposo en 1960. Hasta ahora había resistido a todo”, añade, mientras la interrumpe su hija, Barbara, de 8 años. “Me gusta España. ¿Allí hay terremotos?”, pregunta la niña. “Le gustan mucho los extranjeros y aprender idiomas. El problema es que no sabemos cuándo podrá volver a la escuela”, dice Sandra.

Los Boldrini no son los únicos que intentan exorcizar el miedo. Y que piden explicaciones. Quieren saber qué ocurrirá con ellos, dónde irán, cómo recuperarán sus vidas. Y, sobre todo, por qué Norcia soportó el sismo de agosto y no pudo con los últimos. “En mi empresa trabajaban 15 familias. ¿Qué pasará con ellas? Ayer tuve que sacar de su casa a la fuerza a una mujer de 90 años: mi madre”, dice otra mujer cuyo rostro trasmite el calvario en el que se encuentran los supervivientes del sismo. “¿Cuándo lograremos reconstruirlo todo? ¿Dentro de 30 años?”, insiste. “Nosotras queremos volver. De eso no hay duda”, aseguran Lucía Raffaella y María Gabriella, dos monjas de 30 y 50 años. “El problema es que nunca he sentido tanto miedo”, argumenta Elena, una cuidadora ucraniana de 47 años. “Vivo desde hace siete años en Italia. Pensar que en mi país hay una guerra…”, dice, sin terminar la frase.

En ningún momento mejor se percibe ese miedo que cuando anochece y, con el mercurio del termómetro ya en la parte baja, aparecen el viento y la oscuridad. Desde la montaña se ven tantas luces naranjas y amarillentas de los vehículos de los socorristas, los cuales silban enfurecidos a cada temblor, alertando a los pocos que aún merodean por el lugar. Luego, vuelve el silencio, intercalado por los derrumbes y las polvaredas que se levantan por el choque de los escombros sobre el suelo, o sobre otros escombros. 'Crac, crac, vrrromm'.