Radiografía del Estado Islámico

La espada del islam

El Estado Islámico aspira a extender por el mundo, mediante la guerra, su califato en Irak y Siria

Un yihadista muestra su arma frente a un camión militar cerca de la frontera entre Irak y Siria.

Un yihadista muestra su arma frente a un camión militar cerca de la frontera entre Irak y Siria.

MARC MARGINEDAS

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Era la última conversación que el rehén y sus captores del Ejército Islámico de Irak y el Levante (ISIL, hoy conocido como Estado Islámico a secas), mantenían, minutos antes de ser transferido a otra milicia armada, también adscrita al ISIL, que  conduciría al cautivo, primero a Ayn Saluq, una pequeña población cercana a la frontera sirio-turca, y luego a la libertad. Tuvo lugar a mediados del invierno, durante una seca y agradable tarde de febrero en un lugar indeterminado de la provincia de Raqqa, en el norte de Siria, en medio de un incesante sonido de cláxones, originados a diestra y siniestra, lo que empujaba al prisionero, con la cabeza cubierta por una manta, a pensar que la entrega se realizaba en un transitado cruce de carreteras.

- «Vas a vivir, pero podías haber acabado con un disparo en la cabeza; lo que has pasado (en estos meses) debería hacerte reflexionar», regañó el combatiente al preso, periodista de profesión, invitándole, por última vez, a abrazar la fe islámica.

- «No soy musulmán, pero siempre he hablado con mucho respeto del islam», respondió el reportero, en la equivocada creencia de que aquellas palabras mejoraban la apreciación que de él pudiera tener su interlocutor.

- «¿Tú crees que Dios necesita o le importa algo tu respeto?», contestó, contrariado, el raptor. «En la época del profeta Mohamed, hubo quien ayudó a los primeros creyentes, pero nunca se convirtió al islam; ¡sabemos que, al final, acabó condenándose!», exclamó el guardián, antes de mencionar el nombre en árabe del personaje histórico al que aludía y despedirse definitivamente.

Consideraciones históricas al margen, el contenido de aquel sustancioso diálogo invernal en el norte de Siria viene a resumir los cambios y modificaciones que el Estado Islámico (EI) pretende imponer en la praxis jurídico-religiosa musulmana dominante hasta la fecha.

Este grupo yihadista, que acaba de proclamar el califato -un sistema político implantado en los años posteriores a la muerte de Mahoma- en las zonas bajo su control de Siria e Irak, aspira a cuestionar los siglos de convivencia del islam con otras religiones, pese a que históricamente, desde el siglo VII  -años en los que el profeta Mahoma vivió y recibió la Revelación Divina- el buen gobernante musulmán ha asumido como obligación la protección de minorías religiosas que rinden culto a un único Dios. De la noche a la mañana, cristianos, yazidís, musulmanes chiís, entre otras confesiones, que residan en el territorio del EI y no asuman su rigorista versión del islam son considerados «apóstatas» y susceptibles de ser perseguidos.

El EI no se ha querido demorar en llevar a la práctica su restrictiva exégesis de los preceptos religiosos hacia las denominadas gentes del libro -cristianos y judíos, principalmente- en los que el respeto de antaño se ha tranformado en acoso, amenazas y persecución. En febrero, el aún ISIL emitió un decreto en el que exigía a los cristianos de Raqqa, ciudad de un millón de habitantes del norte sirio, el pago en oro de un impuesto denominado jizya, una práctica vigente hasta el siglo XIX, cuando fue abolida por el imperio Otomano.

ULTIMÁTUM A CRISTIANOS / En junio, nada más apoderarse de Mosul, la segunda ciudad de Irak, el liderazgo del EI difundió un ultimátum a los lugareños de religión cristiana en términos más expeditivos incluso que los planteados en Raqqa. Se les ofrecía tres opciones: que se convirtieran al islam, que pagaran el jizya o que abandonaran el territorio del califato. Una vez vencido el plazo y no cumplida alguna de estas tres exigencias, advertía el texto legal del EI, «entre nosotros y ellos no habrá más que la espada». Dolors Bramón, islamóloga y profesora de la Universitat de Barcelona, rebate los fundamentos religiosos del pensamiento del EI en su trato con las restantes confesiones monoteístas. «Es una doctrina falsa si se plantea desde el islam, que obliga al gobernante a proteger a las minorías religiosas, es impensable e indefendible», explica Bramón por teléfono desde Girona.

CONTRA TODOS / Kafir es una acusación que el rehen-periodista escuchó asiduamente durante los largos meses de cautiverio. Se puede traducir como infiel o no creyente, y constituye la raíz etimológica de la palabra takfiri, adjetivo con el que observadores e islamólogos califican al Estado Islámico y a otros grupos de ideología similar. En esencia, un takfiri es un musulmán que acusa a otro (o a un creyente de una de las religiones denominadas del libro) de haber abandonado su fe religiosa. En su obra The Devil We Know (El diablo que conocemos), el exagente de la CIA y experto en Oriente Próximo, Robert Baer, detalla los parámetros de pensamiento en los que bascula un takfiri: «Takfiri se refiere generalmente a un musulmán suní que mira al mundo en términos de blanco o negro; hay verdaderos creyentes y no creyentes, sin grises entre medio; la misión de un takfiri es recrear el califato de acuerdo con una interpretación literal del Corán». A diferencia de otros grupos que se mueven en la órbita del islam político, los takfiris consideran la violencia como un método perfectamente legítimo para la consecución de objetivos políticos o religiosos.

Y ciertamente, el Estado Islámico  (EI) y sus milicianos, en sus avances de los últimos meses por los desiertos y ríos sirios y mesopotámicos, están siguiendo, punto por punto, los postulados de un imaginario manual de instrucciones takfiri. El líder del EI, Abú Bakr al Bagdadi, no solo se ha autoproclamado califa con el nombre de Ibrahim, sino también descendiente del profeta Mahoma, un gesto que en junio hizo correr ríos de tinta pero cuya base jurídica es cuestionada por muchos islamólogos, entre ellos la catalana Bramon, quienes recuerdan que los primeros califas tras la muerte del fundador del islam «carecían de vínculos de sangre» con Mahoma.

POR TODO EL MUNDO / Bagdadi se ha erigido como cabeza de un movimiento transnacional, con combatientes procedentes de los cinco continentes, que aspira, no solo a consolidarse en los territorios bajo su control, sino a expanderse más allá de Oriente Próximo, una expansión que solo se detendrá con la aplicación de la sharia o ley islámica en todos y cada uno de los rincones del mundo. «Si trabajáis bien, váis a gobernar la tierra como Dios prometió a los creyentes», sermoneó Bagdadi, durante su primera aparición pública, en el púlpito de la Gran Mezquita de Mosul, a los fieles allí congregados en el primer viernes de Ramadán.

Los muyahidines incorporados a las filas del EI creen ciegamente en las perspectivas de una expansión sin fin prometidas por Bagdadi. Frases de contenido amenazador como «cuando conquistemos Al Andalus (España), no habrá ni Barça ni Madrid, solo ley islámica» o «pronto va a llegar el momento en que tendremos que atacaros» fueron oídas por el reportero-preso durante los meses que pasó bajo custodia del EI. Dado que, a ojos del EI, cristianos y judíos son kafirun (es decir, infieles) y no creyentes de una religión monoteísta merecedora de respeto, el califato de Bagdadi, para lanzar esta «guerra santa» sin límites temporales o geográficos, recurre como coartada religiosa al versículo 29 del capítulo 9 del Corán, que insta al musulmán a «luchar» contra los politeístas, contra «aquellos que no crean en Dios o en el día del Juicio Final...».

Los expertos creen que el éxito o fracaso de las pretensiones del EI dependerán del atractivo que suscite su rigorista versión del islam entre el resto de musulmanes sunís. Por el momento, éstos «guardan silencio», valora la islamóloga Bramón, quien lamenta que el «islam serio carezca de las tribunas de los extremistas y de sus fuentes de financiación».