Aniversario del 11-S

El día que cambió el cielo

Los aviones se convirtieron en armas y transformaron el firmamento en campo de la paranoia. Ya nada iba a ser igual

Barack y Michelle Obama, ayer, en el cementerio de Arlington, con motivo del aniversario del 11-S.

Barack y Michelle Obama, ayer, en el cementerio de Arlington, con motivo del aniversario del 11-S.

JUAN VILLORO

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En septiembre de 1932 la actriz Peg Entwistle se tiró al vacío desde el letrero de Holly-

wood, que entonces era más extenso y decía:Holly-

woodland. El cineasta y teórico Alexander Kluge asegura que la mujer se suicidó desde la decimotercera letra en alusión a su único éxito fílmico (Trece mujeres), otros dicen que se lanzó desde la H. Lo cierto es que a los 24 años la actriz se sentía fracasada y quiso cuestionar a la industria del cine como reino de las oportunidades.

En 1949 la elocuente palabraland (territorio) fue retirada del letrero. La novelaHollywood Confidential, de James Ellroy, transcurre durante ese periodo, el del lento desplome de una mitología.

69 años después del suicidio de Entwistle, los sobrevivientes del impacto inicial a las Torres Gemelas subieron a la azotea y supieron que la estructura no resistiría. Esta vez el suicidio fue un gesto de resistencia. Hubo hombres y mujeres que prefirieron lanzarse al vacío en un último acto de libertad. En vez de esperar su inevitable destino, fueron dueños de su muerte.

La tragedia alcanzó una notoriedad que no tuvo Peg Entwistle. La actriz cuestionó el alcance de la fábrica de sueños. La barbarie del 11 de septiembre de 2001 acabó con la idea que teníamos del cielo.

El horror llegó en un día hermoso. Testigos presenciales acuñaron la expresiónblue 9/11para referirse al impecable color azul que sirvió de trasfondo a la tragedia. El clima aumentó la sensación de desconcierto: la amenaza llegó en un horizonte despejado, tranquilizador. A las 8 de la mañana alzar la vista era una celebración. ¿Cómo prever algo dañino ante un cielo que parecía pintado por Fra Angelico? El paisaje mismo fue una metáfora de nuestra incapacidad de anticipar los hechos.

Otra superproducción

Estamos destinados a recordar el sitio donde nos enteramos del incidente. Yo estaba en un bar barcelonés con nombre de observatorio, Los Cuatro Vientos. Como tantos, pensé que la televisión transmitía el anuncio de una película, otra superproducción de Hollywood acerca de desastres. Me costó trabajo entender que la realidad se había convertido en un efecto especial.

El atentado puso en práctica el ideal despótico del vanguardista Marinetti de transformar la guerra en espectáculo. El primer avión se incrustó en la mole de cristal como un cataclismo; el segundo, fue un acto de calculada dramaturgia: el terror como instrumento de comunicación (captado en tiempo real, llegó con la veracidad acrecentada del cine).

Los aviones, vehículos unificadores de la modernidad, se convirtieron en armas. Esto no significó el fin de la globalización, pero transformó el cielo en campo de la paranoia. A partir de entonces nada sería igual.

En la última década, volar ha sido la molestia autoinflingida más común. Los filtros de seguridad en los aeropuertos se transformaron en zonas de detención; los líquidos se redujeron al máximo en los equipajes de mano; el pánico se extendió con tal fuerza que otorgó verosimilitud al despropósito (en México, un profeta del fin de los tiempos secuestró un avión simulando que llevaba una bomba en una lata de jugo).

El horror propagado por Al Qaeda dependió de la resonancia mediática. Las imágenes no registraron cadáveres; se parecieron minuciosamente al derroche escénico de la cinematografía. Esa condición un tanto abstracta, de tecnología aplastada e «impersonal», permitió contemplar la secuencia una y otra vez. No había sangre, testimonio de la pérdida humana; había escombros, dinero esfumado en humo.

Sin frente ni retaguardia

El colapso delskylinerepresentó un límite histórico. Comenzaba una guerra sin frente ni retaguardia, ante un enemigo conjetural, que operaba al interior del sistema. Al día siguiente, el cielo amanecería como una amenaza. Esa vulnerabilidad ha puesto en duda la arquitectura vertical. ¿Tiene sentido desafiar la gravedad con imanes del peligro? Otras repercusiones son más difíciles de calibrar.

La demencial fuerza del ataque y el hueco de muerte que dejó, volcó a un amplio sector de Estados Unidos al patriotismo. Al mismo tiempo, obligó a la revisión histórica de una política exterior que ha sembrado enemistades en los más diversos confines. Casi siempre, este balance fue realizado por analistas ajenos al ámbito estadounidense, capaces de recordar que otro 11 de septiembre Washington conspiró para que cayera el Gobierno legítimo de Salvador Allende, o por comentaristas liberales de Estados Unidos, rápidamente tachados de antipatriotas. Tampoco faltaron los extremistas que entendieron los aviones de 2001 como los vuelos más demorados de la historia, portadores de una explicable venganza por las afrentas sufridas en Vietnam, Hiroshima y Nagasaki. Una certeza se asentó entre el humo gris: la escala del atentado frena toda idea de retaliación. No hay modo de que ese espanto compense otras atrocidades. El álgebra del fuego solo suma cero, atinado nombre de la zona devastada en 2001.

Por primera vez los estadounidenses se supieron vulnerables en su propio territorio. Esta conciencia de la mortalidad no llevó a una respuesta reflexiva, sino a la absurda guerra contra Irak. En vez de inaugurar una ética de la debilidad -la razón que asiste al ultrajado-, George Bush apeló al destino manifiesto, la guerra santa, la cruzada contra los infieles, la rabia del monstruo herido. El Hombre Araña (que una vez salvó las Torres Gemelas) sabe que los poderes entrañan responsabilidad. Bush buscó la lógica de otro superhéroe: la kryptonita justifica la ira de Superman. Esta ideología de la fuerza (la herida brinda energía al poderoso) provocó a la postre la derrota de los republicanos. La elección de Obama dependió, como nunca antes, de la agenda internacional y trajo un viraje en las estrategia contra el terror: de la guerra de ocupación a la eliminación selectiva de enemigos.

Si el atentado de Al Qaeda dependió de la visibilidad, la eliminación de Bin Laden dependió del ocultamiento. El integrismo islámico castigó a sus adversarios con la imagen y recibió en castigo el secuestro de la imagen. No hubo fotografías del cadáver de Bin Laden. El terrorista acabó en el mar, difusa gruta sin santuarios.

Al Qaeda se debilitó en los países árabes, que transitan hacia opciones más democráticas. Esta evolución ha sido más decisiva para pensar en un horizonte pacífico que la táctica antiterrorista. Con todo, la amenaza sigue latente. Una de las condiciones esenciales del terrorismo es que no requiere de ganar una contienda para cumplir sus objetivos. El solo hecho de persistir es un triunfo. Los ataques aislados de Al Qaeda revelan que no se puede dormir tranquilo mientras el terrorismo tenga células dormidas.

La crisis financiera

A lo largo de la última década, Estados Unidos realzó su fuerza y pasó por una elección esperanzadora, pero también dejó crecer a un enemigo interno que operó en total impunidad: la especulación financiera llevó a un desplome menos gráfico pero más difícil de remontar que la caída de las Torres Gemelas. La Zona Cero de las finanzas tuvo que ser llenada por China.

A los 24 años, Peg Entwistle se lanzó desde el letrero que justificaba su oficio. Su muerte no desmitificó a Hollywood. Ese gesto individual pasó al olvido. El ataque a las Torres Gemelas tenía un cometido simbólico más grave: aniquilar la mitología de Nueva York. Esta vez, el suicidio fue un acto de resistencia. En la azotea, algunos no quisieron ser víctimas: conscientes de su muerte, decidieron ser pájaros y volaron para negar a sus verdugos.