Análisis

Crimen y castigo en aguas internacionales

Rafael Vilasanjuan

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Debe haber muchas vías para que los judíos que quieran vivir en paz en Israel lo consigan, pero la de ayer no es una de ellas. Al contrario, la masacre de activistas que viajaban en el barco propalestino en dirección a Gaza solo contribuye a mostrar a la comunidad internacional --y especialmente a la opinión pública más alejada del día a día de este conflicto sin fin-- algunos de los métodos que el Ejército de Israel viene aplicando sistemáticamente en el territorio.

En contra de lo que se piensa, el ataque de ayer no fue un acto excepcional. La masacre de los activistas es lo que en circunstancias normales ocurre en Gaza cuando hay represalias. La diferencia ahora es que eran extranjeros, pero la desproporción con la que Israel utiliza su fuerza es la misma que ya conocemos. Tampoco fue accidental. Quien haya frecuentado Gaza sabe que las fuerzas de defensa israelís, incluso en las épocas más duras de la primera y segunda Intifada, están perfectamente instruidas para atemorizar si eso es lo que verdaderamente pretenden o para matar, cuando lo que quieren es matar.

¿Por qué el Gobierno de Israel desafía a la comunidad internacional? ¿Por qué ataca un barco de bandera turca, un país islámico que no es precisamente su peor enemigo? ¿Por qué ponerse en contra a la opinión pública?

No parece que haya argumentos para tanta pregunta, de ahí que no hayamos tardado en escuchar que en el barco viajaban terroristas y personas que les dan apoyo. El problema no es que sea un argumento difícil de creer, el problema es que Israel hace tiempo que ha dejado de considerar que mata seres humanos para matar principios. De esta manera, la línea que marca diferencias entre terroristas, activistas y civiles se hace imperceptible. Todo el que no está contra la causa palestina, por naturaleza, se convierte en enemigo. El barco, en ese sentido, lo era.

Cualquier guerra genera cuestiones incomprensibles, pero el ataque del Ejército israelí, además, es criminal. La Flota de la Libertadfue atacada cuando navegaba por aguas internacionales, cuando pretendía romper un cerco que impide la entrada de ayuda humanitaria en la franja de Gaza.

El bloqueo, que impuso el Gobierno israelí en el 2007 con la intención de impedir que Hamás consiguiera recursos, no ha debilitado al movimiento radical y sin embargo ha hundido a Gaza en la miseria, convirtiéndola en una auténtica prisión a cielo abierto y castigando colectivamente a un millón y medio de habitantes. Nadie puede negar que buena parte de los ataques palestinos que provienen de Gaza sean terroristas, y que Hamás los apoye, pero ni todos los palestinos apoyan a Hamás, ni mucho menos todos son terroristas.

La idea, en cambio, de que como los terroristas, por definición, no respetan leyes ni convenciones los gobiernos pueden tener mano libre a la hora de hacerles frente, constituye un acto criminal a la altura de los atentados que se acaban cobrando vidas inocentes en el centro de Tel-Aviv, Jerusalén o Nueva York. Es la misma lógica que ha guiado estos ataques, por eso no es suficiente condenar. La comunidad internacional debería presionar para controlar estas aguas sino quiere ser cómplice del próximo error. Sería además, el mejor castigo para quien ha cometido un crimen.