TESTIMONIO DE LA ENVIADA ESPECIAL DE EL PERIÓDICO

En la caravana de inmigrantes en México: "No hay fronteras para nosotros"

Miles de hombres, mujeres y niños siguen su lenta y penosa procesión hacia Estados Unidos

IDOYA NOAIN

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No son solo Donald Trump, el Gobierno de México y algunos de sus ciudadanos. Hasta los elementos parecen empeñados en frenar a la caravana de inmigrantes centroamericanos que salió hace 12 días de Honduras. Pero bajo un calor y una humedad asfixiante y tras una noche en que la lluvia impidió el descanso, miles de hombres, mujeres y niños seguían avanzando este jueves en su procesión lenta y dispersa hacia el norte por el estado de Chiapas. Llevan recorridos poco más de 100 kilómetros desde que entraron en México. Les quedan más de 2.000 para llegar a la frontera estadounidense.

El cansancio hace estragos. El miércoles por la noche, tras una caminata de casi 60 kilómetros, llegaron a Mapastepec, donde personal médico atendía a niños deshidratados, a personas febriles... El descanso se volvía un reto. Los plásticos y cartones preparados para dormir en las calles quedan inutilizables bajo un aguacero de dos horas. Salas habilitadas de urgencia por el Ayuntamiento, la Iglesia y en una escuela solo dieron para albergar a algunas de las mujeres y de los niños. No a todos.

La amenaza de los narcos

En cualquier caso no hay tampoco paz ni tiempo para dormir. Algunos se mantienen en alerta por la inseguridad y cuentan, por ejemplo, que hace un par de noches, en Huixtla, los Zetas intentaron llevarse a unos niños. Y todos se adelantan al amanecer y emprenden su camino a pie cuando la noche aún es cerrada y no son ni las cinco de la madrugada. Hay que adelantarse al implacable sol que achicharra esta selva. Es lo que hicieron este jueves, de camino hacia Pijijiapan.

Otros van aún más adelantados. Son quienes hacen autoestop y consiguen que camionetas o camiones les den un 'ride'. Son, también, los más jóvenes y fuertes, como un grupo de unos 16 que este jueves esperaban en una caseta de cobro en la carretera 200 entre Pijijiapan y Tonalá. Habían tenido suerte para llegar hasta aquí. Y volvían a tenerla cuando un camionero les ofreció transporte.

Antes de montarse contaban que salieron hace días de la terminal de autobuses de San Pedro Sula, el epicentro donde empezó la caravana. Se habían enterado, como el resto, "por las redes sociales", "por las noticias". Y se sumaron a una cadena humana que ha vuelto a poner el foco en la grave situación de pobreza, violencia y corrupción en Honduras, (y también en El Salvador y Guatemala), a la compleja relación de México con sus vecinos centroamericanos del sur (y el vecino del norte) y a las extremistas políticas de línea dura de Donald Trump, que  sigue criminalizando a los inmigrantes con declaraciones incendiarias y sin datos para respaldar sus afirmaciones y volviéndolos material de campaña para las próximas elecciones, confiando en galvanizar a las bases republicanas.  

Nada por ahora detiene a los inmigrantes. Explican que la policía federal de México les está tratando bien. "Con ellos no hay problemas", decía uno de los hombres antes de subir al camión. Y aunque parte de la población mexicana está siendo dura y crítica con la caravana, especialmente en las redes sociales, otros muchos les están ayudando en su camino con agua, comida y ropa. “La comida hasta sobra”, explicaban.

La disgregación en grupos no es buena noticia para esta caravana elástica, en la que según las autoridades mexicanas ahora quedan algo más de 3.600 personas. Cuanto más se dispersen más vulnerables se vuelven y el miércoles, por ejemplo, un grupo de rezagados fue arrestado por las autoridades de migración de México. Pero el resto sigue, determinado a alcanzar la meta.

Cuando se les dice que Trump va a desplegar el Ejército en la frontera gritan desde el tráiler: "No importa, no nos van a detener", decía uno. "Rompemos barreras. Eso no existe para nosotros", gritaba otro. "No hay fronteras para nosotros".