Análisis

Cibernacionalismo

ALBERT GUASCH

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En una entrevista a The Guardian de hace unas semanas, el fugado Edward J. Snowden dijo esto: «El mayor miedo que tengo es que nada cambie en EEUU. Que la gente vea en los medios todas estas revelaciones, descubra lo lejos que el Gobierno es capaz de ir para garantizarse poderes unilaterales, para concederse mayor control sobre la sociedad norteamericana y la sociedad global, y que nadie esté dispuesto a asumir riesgos para plantarse y luchar por cambiar las cosas».

Allá donde sea que esté en su madriguera rusa, Snowden puede sentirse medianamente satisfecho. Hay cosas que están cambiando, al menos de cara a la galería. Barack Obama, presionado por sus aliados más que por su opinión pública, deja entrever que moderará la pesca masiva de metadatos y que dejará de poner micrófonos a los líderes amigos.

Podemos hacer ver que nos lo creemos. Da igual, porque hay movimientos más relevantes. Por ejemplo, hay Gobiernos que no han quedado satisfechos con la cínica explicación de Washington de que todo el mundo espía. Una obviedad, ¿no? Los espías existen y se dedican a espiar. Claro. Tan obvio como que a un espía no se le puede pillar. Pero los han pillado.

Y lo que hemos descubierto, lo que causa perplejidad, es la colosal magnitud del espionaje de la NSA. Es cierto que han abundado las protestas teatrales, la gesticulación sobreactuada de aquellos que saben bien que no se van a enfrentar a EEUU. Pero en otras partes se producen, como decíamos, movimientos aparentemente relevantes. Hablamos del cibernacionalismo.

En un artículo reciente, David Rothkopf, editor de la revista Foreign Policy, explicó que Brasil empieza a trabajar en la creación de un sistema de e-mail propio y seguro después de saber que EEUU escuchó las conversaciones de su presidenta, Dilma Rousseff. Y añadió que el Gobierno brasileño negocia con países ofendidos como China, la India y Rusia la creación de una espina dorsal de internet separada de EEUU y esas compañías tecnológicas que han ayudado al NSA. Y sugirió que más países pueden fijar reglas dentro de su territorio que recorten la concepción de un internet libre y «se acelere el paso hacia un cibernacionalismo».

No sería ese, si es factible, el cambio al que aspiraba Snowden cuando decidió dinamitar una vida acomodada en Hawái. Su osadía ha logrado que Obama y los responsables del espionaje de EEUU tengan que justificarse ante Merkel y el Congreso. Pero para él no hay salvación. Merkel no le dará cobijo en Alemania, como le sugirió un diario de su país, por muy ofendida que esté. «¿De qué se queja? ¡Si está acostumbrada a ser espiada desde que era adolescente!», el novelista Frederick Forsyth dixit. Ahora ya como todos. Y no en la RDA.