El fin del régimen libio

A la caza de Gadafi

Arriba, cadáveres en un hospital de campaña; abajo, mercenarios detenidos.

Arriba, cadáveres en un hospital de campaña; abajo, mercenarios detenidos.

MARC MARGINEDAS

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Los restos de la reciente batalla eran ayer bien reconocibles en el último reducto de resistencia gadafista de la enorme fortaleza de Bab el Aziziya de Trípoli, después de que los combatientes rebeldes hubieran logrado por fin vencer la resistencia de los lealistas allí atrincherados. Cajas de municiones de fabricación españolas, banderas verdes del depuesto régimen, colchonetas malolientes y hasta el cadáver en estado de descomposición de un soldado leal al coronel libio, con intensas manchas de sangre en los pantalones sobre las que se posaban una infinitud de moscas, daban cuenta de que aquel lugar había sido uno de los últimos reductos donde se habían parapetado las fuerzas aún leales al dictador libio. El complejo de Bab el Aziziya está ya en su totalidad bajo control de las milicias revolucionarias, pero el propio Gadafi sigue sin aparecer y difundiendo a través de medios afines virulentos mensajes conminando a sus partidarios a proseguir una lucha armada desesperada que no parece tener fin.

«Libia es para el pueblo libio y no para los agentes, no para Francia, no para Sarkozy, no para Italia», clamó, desafiante, el depuesto numero uno libio, en otra grabación de audio de mala calidad. «Calle por calle, callejón por callejón, casa por casa; las tribus que están fuera de Trípoli deben marchar sobre Trípoli; oh sabios de las mezquitas, oh profesores, incitad a la gente a la guerra santa, salid como sus líderes», conminó el exdictador libio, en una nada velada alusión a sus partidarios de Sirte, la ciudad costera mediterránea que le vio nacer, convertida ahora en uno de sus últimos reductos fiel a su poder junto con la población de Sabha, esta última ya en el sur.

RESPUESTA DEL CORONEL / La incendiaria proclama de Gadafi era la respuesta a las aseveraciones de comandantes revolucionarios realizadas a primera hora de la tarde, que sostenían que tenía rodeado a Gadafi junto a sus hijos en un edificio de apartamentos de Trípoli no lejos de Bab el Aziziya. El barrio, ciertamente, fue escenario de violentos combates durante toda la jornada de ayer. A media tarde, incluso, quienes por allí se acercaban lo debían hacer con extremo cuidado y sin saber con certeza desde donde disparaban las balas. Pero nada permitía garantizar que era allí donde Gadafi se estaba escondiendo, burlando la persecución a la que le sometían sus enemigos. A medida que pase el tiempo, tal y como reconocía ayer Paddy Ashdown, exrepresentante internacional en Bosnia será más difícil dar con el paradero del de puesto líder.

Y es que a tenor de lo que se está descubierto tras la conquista por los rebeldes de la fortaleza de Bab el Aziziya, el exdictador parecía haber dedicado toda una vida a prepararse para un posible asalto opositor o un ataque desde el exterior. Un oscuro pozo, con la escalerilla de acceso pintada de ese obsesivo color verde chillón que definía a la Jamahiriya (Estado de masas) libia, da acceso a una red de oscuros túneles y búnqueres en la que convenía no adentrarse demasiado si uno no quería correr el riesgo de perderse en ellos. Se dice que existen muchos otros lugares similares en Trípoli, diseñados y construidos durante años. Llevará largo tiempo a los nuevos amos del país norteafricano explorar esta red de pasadizos, tuneles y búnqueres, producto de una mente enferma y obsesionada con eventuales amenazas a su poder.

Los habitantes de Trípoli, mientras tanto, seguían encerrados en sus casas, a la espera de que acaben los combates. Algunos vendedores de cigarrillos habían comenzado a colocar pequeñas paradas de venta en avenidas comerciales donde no se estaban produciendo combates. Incluso pudo verse durante las horas de la tarde a mujeres y ancianos paseando con sus nietos por los barrios céntricos.

Pero el ataque con francotiradores que sufrió, por la tarde, el hotel Corinthia, donde se hallan alojados los periodistas extranjeros, logró transmitir la sensación de que la situación aún es fluida. Los agujeros de bala sobre la fachada del establecimiento así lo certificaban.