Catástrofe en el Pacífico

La cara sucia de Tepco

Tsunehisa Katsumata, el presidente honorífico de Tepco, que sustituye al presidente de la compañía, Masataka Shimizu, hospitalizado.

Tsunehisa Katsumata, el presidente honorífico de Tepco, que sustituye al presidente de la compañía, Masataka Shimizu, hospitalizado.

ADRIÁN FONCILLAS
TOKIO ENVIADO ESPECIAL

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Un terremoto de 9 grados y un tsunami con olas de 10 metros bastarían para explicar cualquier destrozo, pero no el de la planta nuclear de Fukushima. La colección de chanchullos previos y la calamitosa gestión posterior de Tepco, la compañía propietaria, obligan a preguntarse si la crisis que aterroriza a Japón necesitó del factor humano y plantea dudas sobre la higiene del sector.

Tokyo Electric Power Co. es la cuarta compañía mundial en su ramo y el bastión de proa de la energía nuclear nacional, de donde Japón extrae el 30% de su electricidad. Tepco da servicio a la tercera parte de la población.

La compañía se abona al escándalo. Ya en 1989 un ingeniero denunció que lo habían obligado a borrar un vídeo que mostraba grietas en sus instalaciones. Sus superiores le sugirieron silencio y no fue hasta el 2000 cuando el caso provocó la dimisión del presidente y dos altos directivos. A la empresa se la ha acusado de reclutar a mendigos en los parques para las labores más peligrosas y de servirse de subcontratas para eludir responsabilidades.

Tres broncas del Gobierno

En lo más crudo de la actual crisis, la compañía reconoció haber falseado informes de seguridad, elevando fugaces reconocimientos a exámenes exhaustivos. Ya lo había hecho en el 2002. Más grave aún: admitió que 11 días antes del terremoto no había revisado 33 piezas de la central. Algunas de ellas, del sistema de refrigeración de los reactores.

También se acusa a Tepco de retrasar hasta lo irresponsable el enfriamiento de los reactores con agua salada porque los iba a arruinar sin remedio. El Gobierno ya la ha abroncado tres veces: por demorar la información de las explosiones en dos reactores, por las heridas de dos trabajadores que se adentraron en un reactor sin protección suficiente y por la alarma generada al equivocarse al informar de las lecturas de la radiación.

La de Fukushima, levantada en 1971, es la segunda planta más antigua del país. Cuarenta años son muchos para una central y se habría cerrado en marzo de no haber mediado una prórroga gubernamental de última hora de otros 10 años.

El legado de escándalos del sector en medio siglo ha castigado su credibilidad. Antes que Fukushima estuvo la central de Tokaimura. En 1997, 37 trabajadores recibieron radiación cuando apagaban un incendio. La empresa, Donen, admitió que les había ocultado información. Años después, dos empleados murieron tras manipular uranio en cubos de acero, una flagrante violación de la normativa.

El presidente de Tepco, el poderoso Masataka Shimizu, quien solía vanagloriarse de su capacidad para recortar gastos en inspecciones, pasa sus peores días. Su despido se da por hecho. No por la crisis nacional, sino por el enojo de sus accionistas después de que la cotización de la empresa haya caído un 73% desde el seísmo. El Gobierno anunció el martes que se plantea nacionalizarla.