CAOS EN EL ESTE DE UCRANIA

Cadáveres al sol

Muerte en los campos 8 El personal de emergencias traslada el cadáver de una víctima, ayer.

Muerte en los campos 8 El personal de emergencias traslada el cadáver de una víctima, ayer.

MARC MARGINEDAS/GRABOVO

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Vestía la mujer tejanos ceñidos y botines, aunque la violencia del impacto había arrancado de cuajo la camisa, dejando expuestas, a la vista de todos, espalda y ropa interior. La piel presentaba a un tono entre azulado y amarillento, habiendo perdido esa frescura que caracteriza a la epidermis de cualquier ser vivo, después de haber permanecido casi dos días a la intemperie, expuesta al sol y a las tormentas veraniegas que han venido cayendo sobre el este de Ucrania.

Era, quizás, el cadáver más entero de la quincena de restos humanos que yacían junto algunos pedazos de fuselaje carbonizados, a pocos metros de una carretera comunal, restos que aún no habían sido recogidos a primera hora de la tarde de ayer por los equipos de rescate. Todos ellos se habían mudado en masas amorfas, henchidas y abotargadas, de complicada y traumática identificación para sus familiares, con muchas de las extremidades -manos, piernas, dedos o pies- seccionadas o carbonizadas. Junto a cada uno de ellos, había sido erguida una estaca coronada con un trapo blanco, señalando que allí se encontraban los restos de alguna de las 298 personas que el pasado jueves se dejaron la vida en los cielos del este de Ucrania.

Junto a un enorme pedazo de fuselaje de varios metros de diámetro, estaban siendo apiladas algunas de las pertenencias de viajeros recuperadas, enseres que daban testimonio de que buena parte de los cadáveres allí esparcidos pertenecían a ciudadanos de Holanda, el país de donde despegó el Boeing con destino a Malasia y que perdió a 189 de sus ciudadanos. Un cuaderno-diario, escrito en holandés con la caligrafía propia de un adolescente, estaba abierto en una página fechada el 22 de julio del 2013. En ella se relataba otro viaje anterior a Sicilia, no abortado de forma súbita como este por un misil.

Sobre la hierba, había extendida una camiseta con la inscripción «I love Amsterdam» (Amo a Amsterdam), y a escasos metros de allí, se hallaba expuesta una bolsa de plástico con compras de última hora realizadas por algún pasajero en la tienda libre de impuestos del aeropuerto de Schipol: «See, buy, fly», (Mira, compra, vuela), podía leerse. No lejos, otra bolsa, con una inscripción que revelaba el tradicional amor que profesan los holandeses al medio ambiente. «Go Green; Harmony with nature» (Hazte verde, armonía con la naturaleza), se leía.

Las tareas de recogida de cadáveres se realizaban en medio de un silencio que apabullaba, en una cargada atmósfera por la magnitud de la tragedia y la fetidez de unos cuerpos que llevaban ya casi 48 horas reposando sobre prados y campos de maíz. Aleksei Migrin, del Ministerio de Situaciones de Emergencia de Donetsk, intentaba, pese a todo, mantener la entereza. «Somos personas, ¿sabe? ¿Cómo nos vamos a sentir? Aunque intentemos hacer nuestro trabajo».