un año en el elíseo
Brigitte Macron, los ojos y oídos del presidente
Con una combinación de modernidad y clasicismo, la primera dama logra la aprobación de diferentes generaciones de franceses
A Brigitte Macron no le gusta el término de primera dama. Sin embargo, va camino de romper la maldición de sus inmediatas predecesoras y de encontrar un hueco para respirar en el Elíseo, donde no veían a nadie tan activo desde los tiempos de Bernardette Chirac. Lo primero que hizo Brigitte al llegar fue despejar las ventanas para que entrara más luz, y mitigar la espesa decoración dieciochesca del palacio con un mobiliario de líneas depuradas, alfombras coloridas y abstracción en las paredes.
Los amigos de la pareja presidencial suelen decir que, aunque el joven es él, la moderna es ella, y que Emmanuel Macron le debe mucho de su acelerada conquista del poder. “Ha contribuido a lo que soy”, admitió cuando aun era un candidato de dudoso recorrido y prometía que, de llegar a la presidencia, Brigitte tendría un papel relevante a su lado.
Por si había dudas, ella misma se encargó de recordarlo en Nueva York el pasado septiembre rompiendo el protocolo de la ONU que la había colocado detrás de su marido, como si fuera un florero. Para una mujer acostumbrada a defender su libertad y romper tabús estar casada con el presidente de la República no es fácil de gestionar. “Tienes que estar de pie y callada”, ha dicho con una mezcla de lucidez y rebeldía. Pero se las ha ingeniado para escapar de los corsés y del foco mediático.
Por las mañanas, en el mismo despacho que ocuparon Valérie Trierweiler, Carla Bruni y Cécilia Sarkozy, esta antigua profesora de francés nacida en una familia burguesa de provincias relee los discursos del presidente, analiza la prensa y le pasa mensajes a su marido. De los franceses y de los miembros del Gabinete.
Por las tardes abandona el palacio y recorre las calles de París con sus colaboradores porque le gusta debatir con ellos mientras camina y se va tropezando con la gente. Brigitte se ha convertido en los ojos y los oídos del presidente, su vínculo con la Francia real, según el libro ‘Los Macron’.
El rostro de la modernidad
Quiere ser útil, resalta su jefe de Gabinete, Pierre Oliver Costa, y se ha dado cinco años para “solucionar algunos problemas”. Su punto de partida son los correos que recibe de los franceses. Sus intereses están tan cerca de su vocación académica como de su personalidad: infancia, educación, autismo, acoso escolar e igualdad de género.
Sonriente y enérgica, más próxima al estilo moderno de Michelle Obama que al serio hieratismo de Melania Trump, Brigitte Macron es también una embajadora intachable de la moda ‘Made in France’ a quien Anna Wintour sueña con llevar a la portada de la edición norteamericana de Vogue.
Sus viajes al extranjero acompañando al presidente desatan una auténtica ‘Brigitte-manía’ y eso fascina a los franceses, intrigados por una primera dama que asegura mantener una vida “normal” y un contacto regular con su extensa familia. Es quizás esa combinación de madurez, modernidad, tradición y saber estar la que ha puesto de acuerdo a diferentes generaciones de ciudadanos.
“No solo es mi esposa, es una mujer libre, responsable, una cara de la modernidad, de lo que las mujeres significan en nuestra sociedad” ha dicho de ella Emmanuel Macron.
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