Blair, el gran reformista devorado por la guerra
La invasión de Irak enterró el legado de grandes reformas del exdirigente laborista
Marta López
Periodista
Periodista. Redactora jefa del suplemento Entender más
MARTA LÓPEZ / BARCELONA
El gran reformista. La esperanza del nuevo laborismo. Tony Blair llegó a Downing Street en 1997 gozando de una inmensa popularidad y abandonó la residencia oficial del primer ministro una década después, en el 2007, repudiado por haber conducido a su país a invadir Irak con la opinión pública en contra. Ahora, pasa la mayor parte del tiempo en el extranjero, engrosando una inmensa fortuna personal calculada en "decenas de millones de libras", según la prensa británica.
Escocés de nacimiento (Edimburgo, 1953), Blair se convirtió en 1997, a los 43 años, en el primer ministro más joven de la historia del Reino Unido desde 1812, devolviendo al Partido Laborista al poder después de 18 años de dura travesía del desierto. Había tomado las riendas de la formación solo tres años antes, en 1994, apadrinando la llamada Tercera Vía entre capitalismo y socialsimo, con la que Blair conjugó liberalismo económico y mejores servicios públicos.
La década del 'blairismo' fue la de las grandes transformaciones del país: la independencia del Banco de Inglaterra, la devolución de la autonomía a Escocia y Gales, la de la paz de Irlanda del Norte y de la legalización de las uniones homosexuales. Unas transformaciones que fueron acompañadas por la bonaza económica y que dispararon la popularidad de Blair, gran orador y muy carismático.
Con George Bush
Fue reelegido en el 2001 y en el 2005. Pero no completó su tecer mandato. Dimitió a la mitad para ceder el puesto a su lugarteniente Gordon Brown, ahorrándose así el estallido de la crisis financiera mundial que empezó en el 2008. Pero las cosas se habían torcido mucho antes para Blair, desde el momento en que en el 2003 se puso al frente de la invasión de Irak, cerrando heméticamente filas con el estadounidense George Bush y en contra de la opinión pública de su país.
En los meses y años que siguieron a esa guerra, millones de británicos salieron a las calles, acusando a Blair de mentir sobre la presencia de armas de destrucción masiva en Irak, la excusa que sirvió para lanzar la invasión. No fue hasta el año pasado que el exidirigente se disculpó por las informaciones falsas facilitadas por el espionaje pero incluso ahí mantuvo que Sadam Husein debía ser derrocado.
Él no se ha arrepentido pero su país ni ha olvidado ni lo perdonado. La sombra de esa guerra sigue acompañando a Blair cada vez que reaparece en el Reino Unido, con los actos de reprobación que le montan sus destractores. Tras dejar el poder, ha pasado la mayor parte de su tiempo en el extranjero.
Durante años fue el enviado especial del cuarteto para Oriente Próximo. En medio del estancamiento del proceso de paz, su misión dejó mucho que desear. Se ha dedicado también a negocios mucho más lucrativos -asesor del banco de inversión JP Morgan- y otros de dudosa reputación, como consejero del director kazajo Nurultan Nazarbayev.
Y es que el padre del nuevo laborismo, siempre fue más pragmático que ideólogo.
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