Bélgica tiene registradas a 800 personas por sus vínculos con combatientes sirios

La policía belga interrogó a los hermanos Abdeslam antes de los atentados pero no hallaron "señales de amenaza"

Abdeslam Salah, yihadista autor atentados en París.

Abdeslam Salah, yihadista autor atentados en París. / GBA/NB

SILVIA MARTÍNEZ / BRUSELAS

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El sospechoso en búsqueda y captura desde el pasado viernes, Salah Adbeslam, su hermano Ibrahim, que se inmoló frente a un restaurante en el Boulevard Voltaire, y Bilal Hadfi, que hizo lo mismo frente al Estado de Francia, eran viejos conocidos del Órgano de Coordinación para el Análisis de la Amenaza Terrorista (OCAM), encargado en Bélgica de determinar el riesgo de atentado y responsable de establecer el nivel de alerta en el país. Según la revista belga Mondiaal Nieuws, este organismo trabaja con un listado consolidado de 800  personas vinculadas a combatientes en Siria, que habían captado la atención de los servicios de inteligencia belgas. En esta lista figuraban estos tres jóvenes.

Aunque el Gobierno no ha confirmado esta abultada cifra, las autoridades federales sí admiten que estos tres jóvenes residentes en el barrio de Molenbeek estaban desde hace tiempo en el radar de la policía e incluso que los dos hermanos, Salah, de 26 años, e Ibrahim, de 31, habían sido interrogados no hace demasiado tiempo por las autoridades. “Sabíamos que se habían radicalizado y que podrían partir hacia Siria pero no mostraban señales de una posible amenaza. Aunque hubiéramos informado a Francia dudo de que hubiéramos podido detenido”, se escudaba este miércoles Eric Van Der Sypt, uno de los portavoces de la Fiscalía belga, constatando el que es un sonado fracaso de los servicios de inteligencia del país.

Las autoridades sabían, por ejemplo, que Ibrahim intentó viajar a Siria y que solo logró llegar a Turquía. Fue interrogado, junto a su hermano, a la vuelta de su viaje pero las autoridades no consiguieron pruebas de que estuviera participando en ninguna actividad terrorista y no fue perseguido a su regreso. En el caso de su hermano Salah, vinculado a trapicheos y drogas, las autoridades holandesas han confirmado que fue detenido en posesión de cannabis en febrero pasado durante un control rutinario. La policía comprobó que no figuraba en su base de datos, que no tenía ninguna orden de búsqueda y captura, y lo dejó marchar tras imponerle una multa de 70 euros. Berlín también ha confirmado que Salah fue controlado en la frontera con Austria en el mes de septiembre.

La pregunta que muchos se hacen estos días en Bélgica es, ¿cómo es posible que dos hermanos vinculados con el yihadismo y los combatientes en Siria no estuvieran vigilados y pudieran moverse con esa libertad por Europa sin levantar sospechas, sin que las autoridades de otros países les detectaran inmediatamente? Bélgica ya ha lanzado una investigación para determinar qué ha fallado pero de momento no hay respuestas. “La pregunta no es naíf. Mejorar los controles policiales es algo que se ha cuestionado mucho durante los últimos días”, admite el comisario de interior, Dimitrios Avramopoulous.

La policía belga tampoco encontró indicios de peligro en otro de los kamikazes que se hicieron explotar el viernes. Bilal Hadfi, francés de 20 años pero residente en Bélgica, pelo negro y cara de niño, era otro de los jóvenes radicales que llevaban meses en el radar. Su madre, Fátima, concedió el 3 de noviembre una entrevista al diario La Libre Belgique en la que reconocía su miedo a recibir un mensaje sobre la muerte de su hijo y admitiendo que era una olla a presión que podía explotar en cualquier momento.

"NO ESTABA EN UN ESTADO NORMAL"

El 15 de febrero de 2015, poco después del desmantelamiento de la célula de Verviers en la que murieron dos yihadistas a manos de la policía, decidía marcharse súbitamente a Siria sin advertir a su familia y utilizando como pretexto un viaje a Marruecos para visitar la tumba de su padre. “No estaba en un estado normal. Cuando llegó a casa tenía los ojos rojos, me tomó en sus brazos. Sabía que era una marcha sin retorno”, señala la madre explicando que varios días después sus otros hijos -dos chicos y una chica- le confirmaban la marcha del benjamín a Siria. En ese momento, dice, todo a su alrededor se hundió. Se culpó por no haberlo visto venir, por desconocer un proceso de radicalización que, dice, se produjo en muy pocos meses. “Dejó de fumar. Ayunaba los lunes y los jueves pidiendo perdón a Dios. Encontré positivo que se arrepintiera y que no estuviera metido en alcohol y porros”, responde.

CADA VEZ MÁS EXTREMISTA

Las señales, sin embargo, estaban ahí. “Estaba muy interesado por la política, más que otros alumnos. Teníamos discusiones muy animadas. Pero esa simpatía se transformó cada vez en más ideas extremistas”, admitía esta semana una de sus profesoras, Sara Stacino, del Instituto Anneessens Funck. “Tras los ataques de Charlie Hebdo tuvimos una clase muy agitada en la que monopolizó la palabra. Defendió los ataques diciendo que era normal, que había que terminar con la libertad de expresión, que los insultos a la religión debían parar. Realmente me inquietó y lo hice saber al consejo de clase y por escrito a la dirección”, contaba a la cadena flamenca VRT. La dirección optó por no intervenir para no estigmatizar al joven. “Cada uno es responsable de sus actos pero en mi opinión fue víctima de un adoctrinamiento. Es también un fracaso personal”, añadía.

La familia no informó tampoco a la policía de que desembarcaba en su casa un 8 de marzo por la tarde. Fue entonces cuando la OCAM lo incluyó en el listado. Su madre dice desconocer cómo o cuándo regreso de Siria, ni si lo hizo directamente a Paris, ni si pasó por Bélgica. Si las autoridades belgas lo saben, es de momento una incógnita. El Gobierno se defiende de los reproches que resuenan a nivel europeo. “Desde principios de año ha habido más de 160 condenas en Bélgica por radicalismo”, subraya su titular de Exteriores, Didier Reynders. “Conseguimos desmantelar hace unos meses los atentados de Verviers”, añade el primer ministro Charles Michel.