Análisis

La autoridad del bolígrafo

ALBERT GUASCH

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Aún le quedan tres años de presidencia y a Barack Obama ya le empiezan a sacar cuentas. ¿Cómo pasará a la historia? En Washington se juega a ello cada vez antes. Los demócratas tienen malas cartas cara a las elecciones legislativas de noviembre, así que el poder de Obama tiene tendencia menguante. El poder de un presidente de EEUU -se ha escrito mucho al respecto- tiene muchas más limitaciones de las imaginadas sin un Congreso a favor, y al que a Obama le ha tocado en suerte ha convertido en una cuestión de principios rechazar cualquiera de sus iniciativas.

Así es el bando republicano actual. Frustrante para un dirigente que aterrizó en el despacho oval con elevados propósitos. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido de ser presidente?, le preguntaron una vez a George W. Bush. «La poca autoridad que realmente tengo», respondió con más seriedad que socarronería.

Sin compadreo

Una crítica muy recurrente en la capital es la escasa predisposición del jefe de la Casa Blanca de socializar con los contrincantes conservadores, de ganarse su simpatía. Antes tomarse un martini en la Casa Blanca con amigos o echar unas canastas con sus ayudantes que ponerse a seducir a unos republicanos que, de todos modos, tienen poco a ganar y mucho a perder si se les ve de colegueo con el presidente.

Así que Obama empezará a gastar la tinta del bolígrafo presidencial para redondear con órdenes ejecutivas un legado con más méritos de los que se le acostumbran a reconocer. No está mal haber sacado al país de dos guerras; impulsar una economía que estaba en el hoyo; poner las bases para una cobertura sanitaria transversal y avanzar en los derechos civiles de gais y lesbianas.

Le iría bien a su «párrafo en la historia» firmar el cierre de Guantánamo y una buena reforma migratoria. Pero si los republicanos más visibles rechazaron incluso una invitación para un pase de la película Lincoln en la Casa Blanca para evitar el compadreo, difícilmente le dejarán que gane para su vitrina estos dos preciados trofeos. La autoridad del bolígrafo llega hasta donde llega.