ENTREVISTA CON EL HISTORIADOR MILITAR

Peter Hart: «Aún pagamos las consecuencias de aquella guerra»

Una mirada militar sobre la contienda. Peter Hart ha escrito una docena de libros sobre la guerra de 1914-1918. En su última obra, 'La gran guerra' (Crítica), presta especial atención a los aspectos militares de los combates, con descripciones detalladas de cómo vivieron las batallas los protagonistas de las mismas. El historiador propone un viaje por el interior de las trincheras. Si todos los conflictos bélicos son macabros, el de 1914-18 lo fue más: vencer pasaba por matar al enemigo más de lo que él te mataba a ti. El máximo experto en esta guerra responsabiliza de aquella masacre a los políticos, no a los mandos militares.

El historiador Peter Hart afirmaque no se puede hablar de buenos y malos en la Gran Guerra.

El historiador Peter Hart afirmaque no se puede hablar de buenos y malos en la Gran Guerra.

POR JUAN FERNÁNDEZ

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Ya no quedan testigos de la primera guerra mundial, el tiempo se los llevó. A falta de esas voces vivas, el historiador militar británico Peter Hart es, probablemente, la persona que más sabe de la contienda que llenó Europa de sangre entre 1914 y 1918. Su puesto de investigador en el Imperial War Museum de Londres le permitió conocer, por boca de sus protagonistas, cómo fue en realidad el acontecimiento que cambió el rumbo de la historia. Sus conclusiones echan por tierra algunas leyendas de la Gran Guerra.

-Se suele considerar a la segunda guerra mundial como el acontecimiento más importante del siglo XX. En cambio, usted asigna ese rango a la primera. ¿En qué se basa?

 

-Sin duda, la de 1939 a 1945 fue la gran masacre del siglo pasado, su coste en vidas es insuperable, pero

lo que ocurrió en esa contienda estuvo condicionado por lo que había pasado dos décadas antes en la Gran Guerra. Fue ese conflicto bélico el que dio forma a todo el siglo XX. Incluso hoy seguimos pagando las consecuencias.

-¿Hoy, cien años después?

 

-¿Oriente Próximo le suena a conflicto? Cada vez que oiga hablar de líos en esa zona, y por desgracia suelen estar de actualidad, piense que ese avispero se creó en la primera guerra mundial, cuando los colonialistas británicos prometieron a árabes y judíos lo mismo: que Palestina era su tierra. Fue entonces, al desgajarse el imperio otomano, cuando se trazaron las fronteras de países como Irak, Siria o Jordania, que hoy siguen siendo fuente de problemas. La última guerra de los Balcanes ocurrió hace 20 años, pero sus raíces están también en lo sucedido en Europa entre 1914 y 1918.

-¿Aquella fue la última guerra antigua o la primera moderna?

-Sin duda, fue la primera guerra moderna. Es cierto que significó el final de los imperios que definieron el siglo XIX, y que muchos elementos bélicos presentes al principio de la contienda eran calcados de otras guerras anteriores, como la franco-prusiana, la ruso-japonesa o la guerra de secesión norteamericana, pero esto solo fue así en 1914. Cuatro años más tarde, cuando acabaron los combates, la forma de hacer la guerra había cambiado para siempre. Ya estábamos en el siglo XX.

-¿Tanto cambió lo militar en cuatro años?

 

-Cambiaron las estrategias, la tecnología, el armamento, los uniformes... La guerra es un catalizador para la innovación y en aquellos años se modernizaron los ejércitos más que en todo el siglo anterior. En 1914, los soldados llegaban al frente con bayonetas y trajes de colores. En 1918 tenían metralletas, morteros, tanques, sistemas de camuflaje y un poder de fuego que era inimaginable cuatro años antes. Al acabar la Gran Guerra, el aspecto de las tropas era muy parecido al de la segunda guerra mundial.

-¿Fue eso, la tecnología, lo que acabó inclinando la balanza, o hay que pensar en otros factores?

 

-La guerra la decidió el tamaño de las tropas, la fuerza pura y bruta, sin diluir. Aquella fue una guerra de desgaste, de «yo te mato a ti diez, tú me matas a mí ocho y por eso gano». Esto explica que fuera tan larga y sangrienta. Vencieron los aliados porque juntos sumaban un ejército mayor, no porque su tecnología fuera más avanzada, ya que en ese momento las diferencias eran pocas.

-¿Hubo un momento en el que el viento de la historia pudo haber girado hacia el otro lado?

 

-Sí, al principio, en la batalla del Marne. Si los alemanes hubieran vencido en aquel combate, el devenir de la guerra, y quizá de todo el siglo, podría haber sido diferente, ya que en aquel momento el Reino Unido era militarmente irrelevante y Rusia no se habría atrevido a luchar contra la triunfal Alemania. Pero al oficial francés Joseph Joffre le salió bien la jugada y venció.

-En ese momento nadie pensaba que la guerra iba a ser tan larga.

 

-En absoluto. Los países se fueron involucrando casi obligados, pero ninguno imaginaba lo que les esperaba. La guerra se alargó por lo igualadas que estaban las fuerzas en ambos lados. Los generales aliados sabían que mientras los alemanes tuvieran reservas, siempre podían cerrar sus líneas y contratacarles. Al final, la meta era esa, que no se pudieran rellenar los agujeros del bando contrario. Desgastar al enemigo fue la vía para conseguir la victoria, pero es una forma repugnante de luchar, porque las pérdidas de vidas son enormes.

-En su último libro, La gran guerra, usted se recrea en la descripción de la vida en las trincheras, y el relato es espeluznante.

 

-Así fue, la primera guerra mundial resultó una auténtica carnicería. No solo mataban las balas y los obuses, también se moría por disentería, diarrea, enfermedades venéreas, y por pasar meses y meses con los pies sumergidos en el agua que cubría las trincheras. A muchos se les acabaron pudriendo. En particular, el frente oriental, que aún hoy sigue siendo el gran desconocido, fue terrible. En el invierno de 1914, en la campaña de Austria-Hungría contra Rusia en los Cárpatos, los soldados morían congelados.

-Desmonta algunos mitos sobre esta guerra, como la idea de que la torpeza de los oficiales de ambos lados motivó que la contienda fuera tan larga y sangrienta.

 

-Sí, especialmente en mi país, Reino Unido, hubo mucha gente que pensó eso. Nada más alejado de la realidad. Aquella fue una guerra muy difícil, en la que se sabía cómo se entraba, pero una vez dentro nadie sabía cómo salir. Los ingleses creyeron que iba a ser más fácil de lo que resultó, pero cuando asumes que para vencer has de aniquilar a dos millones de alemanes, como ocurrió, la perspectiva cambia. Si todas las guerras son un negocio sucio y mortífero, la de 1914 lo fue aún más.

-Otra idealización que usted cuestiona es la de la influencia que tuvieron las armas químicas en la evolución de la guerra.

 

-Una especie de histeria rodea el asunto de las armas químicas. Hoy pensamos que son la encarnación del mal, y lo son, porque en tiempos recientes se han usado sobre civiles que no pudieron defenderse, pero en la primera guerra mundial el gas mostaza no era una mala opción, al menos no tan sanguinaria como hoy se cree.

-¿El gas mostaza, una buena opción?

 

-Si en 1917 usted es un general y debe decidir entre hacer saltar el frente enemigo con un obús o mediante el uso de gas mostaza causando pocas bajas, elegiría esto último, se lo aseguro. Con las bombas mueren todos. Frente al gas tienes máscaras para protegerte. En realidad, el gas se usó para obligar a los soldados del lado contrario a llevar esas pesadas máscaras que se llenaban de vaho, te impedían respirar y te dejaban sordo. Se utilizó para molestar, más que para matar. Solo el 1% de las muertes lo provocó el gas venenoso. En cambio, la artillería causó dos de cada tres víctimas.

-Lo sorprendente es que hace cien años a estas horas nadie en Europa podía imaginar la que se avecinaba.

-Bueno, los alemanes podían hacerse una idea, porque llevaban años preparándose militarmente a fondo. Pero no fueron los únicos. El potencial armamentístico de Rusia también había crecido mucho y Francia había estado tendiendo vías de tren para mover a sus tropas más rápido por el país. Digamos que en la escalada bélica nadie fue inocente.

-¿No hay buenos y malos en esta guerra?

-Hablar de buenos o malos en una guerra es injusto. Sin duda, creo que los franceses y los británicos tenían más razón que los alemanes, pero también supieron aliarse con un gobierno déspota como el ruso. En esos momentos, Gran Bretaña era una potencia militar agresiva, igual que lo eran Francia, Alemania o Rusia. Fueron los dirigentes políticos, no los generales, los que tomaron la decisión de empezar la guerra. Ellos fueron los culpables.