CRISIS MIGRATORIA EN EUROPA
Atrapados en el limbo
Carles Planas Bou
Periodista
Periodista tecnológico. Pasé más de cuatro años como corresponsal en Berlín. También he trabajado en Austria, Hungría, Países Bajos y Canadá. Graduado en Periodismo por la URL y máster en Relaciones Internacionales por la UAB. Entre el mundo digital y la política internacional.
CARLES PLANAS BOU / RÖSZKE (ENVIADO ESPECIAL)
Es mediodía. Un sol abrasador quema los campos de trigo. El asfalto arde. Entre el maizal seco aparecen todo tipo de objetos personales. Sacos de dormir, calzoncillos, cepillos de dientes y botellas de agua medio vacías dibujan un paisaje desolador. En medio de fangal seco sobresale un móvil ensuciado por el polvo y con la batería muerta. En el dorso, una funda negra luce la palabra 'London' teñida de rojo. Hay rastros de una huida en masa. En el suelo se puede leer la prisa y desesperación de los que abandonaron ese campo hace escasas horas. Estamos en Röszke, la frontera entre Serbia y Hungría, la principal puerta de entrada a la Unión Europea para los que huyen de la guerra, ahora cerrada a cal y canto.
El lunes, el Gobierno ultraconservador húngaro se anticipó por sorpresa a lo anunciado y cerró definitivamente su frontera sur. Tras semanas de retórica contundente contra la llegada masiva de refugiados y con el país completamente desbordado, Budapest pasó a la acción. Antes, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, respondió al flujo migratorio con la construcción de una monstruosa valla: el alambre de espino de cuatro metros de altura conforma una bestia mecánica más próxima a la distopía postapocalíptica de Mad Max que a la Unión Europea del siglo XXI.
Ya no se repiten las imágenes de éxodo del pasado fin de semana. En los raíles de tren de la frontera ya no hay rastro de las familias venidas principalmente de Siria, Afganistán e Irak, solo voluntarios intentando organizarse. Hungría les ha cerrado la puerta.
VIGILANCIA DEL EJÉRCITO
Desde el lado húngaro, esas personas no se ven, pero siguen ahí, atrapadas en un limbo entre dos países. Con ametralladoras bajo el brazo, el Ejército custodia la frontera y vigila que nadie se acerque. A los periodistas también se les deniega el acceso y se cortan las carreteras. Detrás del hierro se oyen gritos de una multitud que clama «¡Abrid, abrid!». Quizás son cientos. El capricho del tiempo les ha dejado fuera de Europa. De momento.
Este martes las autoridades comenzaron a aplicar la nueva ley migratoria y detuvieron a hasta 174 personas que trataron de cruzar la frontera de forma ilegal. La legislación da alas a que se detenga e incluso deporte a los que no tengan los papeles, algo que ACNUR catalogó de «legalmente, moralmente y físicamente inaceptable». La legislación afecta también a los menores. En la frontera, todas las gestiones se hacen bajo un secretismo y protección que levantan muchos interrogantes. A aquellos que se les niega el asilo se les entrega un papel en húngaro. Si quieren recurrir se les pide hacerlo en la localidad vecina de Szeged, donde no les dejan ir. Más allá de los militares, nada está organizado.
La estrategia de Orbán está teniendo un efecto dominó que ha contagiado a países vecinos como la República Checa o Austria, que anunció un mayor control fronterizo. Serbia aseguró que movilizará al Ejército para evitar que todos los refugiados a los que se les deniega la entrada en Hungría hagan marcha atrás. «Es inaceptable», criticó el ministro de Exteriores serbio, Ivica Dacic. Orbán no quiere a más gente en su país, por eso este martes amenazó con construir otra valla en la frontera con Rumania si los refugiados tomaban ese camino. En Macedonia, los voluntarios ya reparten panfletos con una nueva ruta, que señalan a Croacia y Eslovenia como las próximas vías de entrada a la Unión Europea. .
ABANDONO
A un lado de la autopista que sale de la ciudad de Szeged, entre los árboles y el campo seco, se levanta un campamento vacío. Tan solo se oyen los grillos y un helicóptero que patrulla por la zona. Aquí ya no hay refugiados, tan solo un silencio estremecedor y una postal fantasmagórica. Ropa y camas abandonadas. «Esto es una catástrofe, lo de Merkel no es normal», cuenta un hombre que se pasea al lado mientras su dedo índice dibuja círculos en la sien. «Un millón de sirios, dos millones, tres… ¡y Alemania les sigue abriendo la puerta!», repite indignado. Al lado de la estación, un cartel indica a los refugiados que no son bienvenidos. En la parte más alta de la valla, las púas del alambre retienen enganchado a un peluche en forma de búho. Un signo de que en Röszke muchas personas han perdido algo más que objetos.
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