NÓMADAS Y VIAJANTES

Armas sí, refugiados no

RAMÓN LOBO

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El problema no es la inmigración en sí, que hayan entrado 155.000 personas a través de las fronteras europeas entre enero y mayo de 2015, casi el triple respecto al mismo periodo del año anterior. Tampoco lo es la negativa de 12 países a aceptar cuotas con excusas tan peregrinas como la española, cuando el ministro de la ley mordaza y de los miles de yihadistas encaramados en las vallas de Ceuta y Melilla habla del paro juvenil. No me gusta la palabra «cuota» para hablar de personas. El problema mayor es el cinismo sin límites de nuestros dirigentes.

Nadie quiere comprometerse a recibir una parte de los 40.000 inmigrantes que han llegado a través del mar a Grecia e Italia, que son los que se hallan en mayor riesgo. Proceden de Siria, Irak y Eritrea, sobre todo. Toda la presión descansa sobre Italia y Grecia y un poco en la generosidad tradicional de los escandinavos. Atenas padece, además, el escarnio público de sus acreedores de la troika.

En este espectáculo lamentable no hay manos inocentes, solo víctimas. La Comisión Europea ha tenido que comerse su propuesta de reparto solidario y admitir que carece de competencias en política migratoria. Es un asunto nacional, por lo tanto susceptible de utilizarse como arma electoral. Preparémonos.

El 'efecto llamada'

Muchos inmigrantes escapan de la pobreza, el hambre y las enfermedades, huyen de una injusticia aplastante, cotidiana. En Europa tenemos una esperanza de vida que duplica la de algunos países africanos. Cruzar el desierto del Sáhara y lanzarse al mar es una apuesta por doblar esa vida, por dotarla de futuro: una vida de miseria frente a dos de semilujo. Algunos dirán que Europa está en crisis, que tenemos pobreza, niños sin tres comidas al día, un paro atroz. Es cierto, no somos Eldorado aunque lo proyecten de manera irresponsable nuestras televisiones basura y nuestras ligas de fútbol con sus millonarios caprichosos al volante del último cochazo de marca. El efecto llamada no son las cuotas, es nuestra insoportable liviandad intelectual.

España no quiere refugiados ni pedreas pese a que nos tocaban solo 4.288. Aquí compramos el discurso oficial sin preguntarnos ni escandalizarnos de que España venda armas y municiones al por mayor a Arabia Saudí, un país violador de derechos humanos, que ahora bombardea Yemen y reenvía parte de esas armas a sus aliados islamistas en Siria e Irak. Pronto tendremos refugiados procedentes de Yemen, una guerra contra no se sabe quién en beneficio de Riad. Hay vida más allá de la tablet con la que decidimos qué es realidad. Hablamos de personas, no de abstracciones.

No queremos refugiados pese a que Europa ha ayudado a destruir Irak al participar en la desastrosa invasión estadounidense del 2003 y en la aún más desastrosa gestión en los años siguientes. ¿Quién fue el lerdo que disolvió el Ejército de Irak sin saber que con esa decisión disolvía el país? ¡Paul Bremer, el virrey de Washington! ¿No debería estar en un Guantánamo de la incompetencia supina junto a sus jefes y amigos de las Azores? Al menos, que se ahorren los discursos morales.

No queremos refugiados sirios pero hemos llenado su país de armas para luchar contra un régimen detestable que nos ha sido útil durante décadas. Después de destruirlo, ahora no sabemos si el mejor aliado que nos queda en la sopa de odio que hemos creado es el propio Bashar el Asad.

Millones de desplazados y refugiados, personas que  huyen desesperadas del Estado Islámico, pero el titular que nos impacta, el que llega a trending topic, es el que se refiere a las ruinas de Palmira.

La dictadura eritrea

Eritrea es una de las dictaduras más salvajes del planeta; deja a Corea del Norte en un balneario, pero nadie, ni yo mismo, escribimos de ella. No hace falta exigir un visado imposible, viajar a Asmara, quizá sea suficiente con que nos sentemos a escuchar las historias de las personas que nos llegan a través del mar, que empecemos a cambiar estadísticas por voces, cuotas por valores. Ya sé, dirán: no caben todos, pero son los inmigrantes los que nos pagarán las pensiones que nos quiere quitar el gobernador del Banco de España, que la suya no corre peligro.

La solución sería reunir a nuestros dirigentes y enviarlos a Libia, otro país liberado, que no tiene nada que ver en la crisis migratoria, y dejarlos ahí plantados hasta que se les ocurra una buena idea. Lo decía Kapuscinski: es imposible escribir de alguien si no has compartido un poco de su vida. Quiten el verbo escribir y pongan en su lugar decidir. Es una propuesta, no una boutade: cumbre en el desierto y sin escoltas.