ANIVERSARIO EN ROMA

Italia rememora los 40 años del secuestro de Aldo Moro

El asesinato del presidente de la Democracia Cristiana, a cargo de las Brigadas Rojas, marcó el punto álgido de la violencia política y señaló el principio de la disgregación de los partidos tradicionales

El cuerpo sin vida de Aldo Moro, hallado en el interior de un coche tras ser asesinado, el 9 de mayo de 1978, en Roma.

El cuerpo sin vida de Aldo Moro, hallado en el interior de un coche tras ser asesinado, el 9 de mayo de 1978, en Roma. / periodico

Rossend Domènech

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Se cumplen este viernes 40 años del secuestro y asesinato de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana (DC), mente y perno del poder desde que la Italia fascista perdió la segunda guerra mundial (1943-1945). Lo llevó a cabo la banda terrorista de izquierdas Brigadas Rojas (BR), que contaba con 200 afiliados, provocó 600 muertos y realizó 9.673 atentados, a razón de cinco por día desde su nacimiento. “Pensábamos que el país estaba maduro para implantar la revolución comunista”, dirían varios de sus miembros en los procesos celebrados. El Estado no quiso nunca negociar la liberación de Moro, a pesar de que pareció posible.

“Secuestrando a Moro le llevamos a un callejón que al final se reveló sin salida, en nombre de la razón del Estado y de una presunta razón revolucionaria”, reconoce hoy Adriana Faranda, la mujer que con poco más de 20 años siguió a Moro por calles, iglesias, despachos y domicilio, estudiando cuál habría sido el mejor lugar para secuestrarle.

A las 10 de aquella mañana del 16 de marzo, se debía votar en el Parlamento la confianza a un Gobierno democratacristiano, apoyado desde fuera por el Partido Comunista Italiano (PCI) de Enrico Berlinguer, el mayor de Europa. Habría sido la  primera “gran coalición” europea, concebida con enormes dificultades porque rompía los acuerdos de Yalta (1945) sobre la distribución del mundo en áreas de influencia entre EEUU y la URSS. Italia no podía ser comunista.

Coalición católico-comunista

Hasta entonces, regía el conocido “factor K”, de Komunism, que impedía el acceso al poder del PCI. Cinco años antes (1973) lo experimentó sobre su piel Salvador Allende, presidente de Chile, con el golpe de Augusto Pinochet. “Chile enseña”, dijo Moro, proyectando una gran coalición católico-comunista para romper el “factor K” y la anomalía italiana de no contar con una alternancia en los gobiernos.

El proyecto de Moro era, en consecuencia, una herejía respecto a la 'Doctrina de la Seguridad Nacional' que aplicaba EEUU. Ocho lustros más tarde existen indicios, aunque no pruebas, sobre sobre una posible manipulación exterior de las BR.

Poco después de las 8.45 de aquel 16 de marzo, las BR bloquearon el coche de Moro nada más salir de su vivienda. Era un comando formado por  siete, nueve, once o más miembros, según las versiones contradictorias reveladas en los años. Bloqueó el vehículo no blindado y mató de golpe a los cinco miembros de su escolta. Comenzó el mayor psicodrama político-social de la historia italiana, que habría durado 55 días: se cerraron las escuelas, los bares, los restaurantes, las tiendas, Roma fue acordonada militarmente, así como estaciones de trenes, buses y carreteras, se convocaron huelgas en todos los sectores. Una mayoría de los más de 300 corresponsales extranjeros acreditados en Italia dormían en los hoteles de Milán, por haber asistido la noche anterior a la inauguración de la temporada lírica de La Scala.

Documentos parciales o contradictorios

Desde entonces se han celebrado cinco procesos (uno en curso) sobre aquel asesinato, han investigado siete comisiones parlamentarias y se han publicado casi un centenar de libros de investigación. El resultado más evidente de esta montaña de papeles es que las BR no han dicho nunca toda la verdad, por parciales o contradictorios. La última novedad salida de los tribunales es que en la escena del secuestro habría habido almenos una persona vinculada a la mafia y se ignora solo la identidad de dos motoristas que se fugaron.

“Dadme un millón de votos y quitadme un átomo de la verdad y yo seré siempre un perdedor”, había escrito Moro desde la “cárcel del pueblo”, ubicada en el barrio Eur de Roma. “Mi padre es el fantasma de una Italia sin paz”, ha dicho Giovanni, hijo de Moro.

La muerte de Moro fue el punto más alto de violencia política de la banda terrorista y el inicio de su declive. Señaló también el principio de la disgregación de los partidos políticos tradicionales. Un final que se ha zanjado con el voto del pasado 4 de marzo, que ha dejado en la cuneta a los herederos de los que en 1978 eran los mayores partidos del país, la DC y del PCI. Han prevalecido la indignación del Movimiento 5 Estrellas y la xenofobia y el antieuropeísmo de la Liga. La protesta.

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