Análisis

Aclarando la compleja ecuación ucraniana

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PERE VILANOVA

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La crisis, después de medio año, parece irse aclarando. No solucionando, sino aclarándose, por cuanto parece cada vez más obvia la intención personal de Vladímir Putin, pues nunca como ahora la política exterior de Rusia había estado tan en primera instancia en manos del presidente.

Desde luego, el episodio de Crimea, aunque desconcertó a los analistas en los primeros días, tuvo una resolución específica, rápida y novedosa. Rusia ocupó la península por métodos militares novedosos (aquellas unidades militares tan obviamente rusas como desprovistas de toda insignia oficial), después de neutralizar a las pocas y poco motivadas fuerzas ucranianas.

A continuación impulsó aquel aquelarre  de referendo de autodeterminación que acabó, en un plazo de pocos días, con la anexión de Crimea por parte de Rusia mediante una exaltada votación parlamentaria. Telón de fondo del argumentario del Kremlin: la inquietante invocación  (por sus resonancias fascistas) «del derecho a la defensa» de las minorías rusófonas, «amenazadas allende las fronteras de la madre patria», por encima del principio de respeto a la integridad territorial de todo estado miembro de la comunidad internacional, consagrado por la ONU y por la OSCE (Rusia es miembro de las dos organizaciones).

Pero cuando la crisis pasó a Donetsk y Lugansk, la cosa cambió. Pronto se vio que Rusia no buscaba una ocupación y anexión rápidas, por varias razones que incluyen la enormidad territorial, la relativa dispersión de la insurrección, la reacción de la comunidad internacional o el efecto de las sanciones. Su agenda se ha ido precisando: se va a la creación de un estado de facto, como Osetia del Sur, Abjasia, Transnistria, Nagorno Karabakh, todos made in Kremlin.

Las tropas rusas en la zona (de 2.000 a 3.000, según  fuentes de la propia insurrección) parecen buscar una continuidad territorial de Lugansk y Donetsk hasta Mariupol, en la costa del mar de Azov. Con ello, sin de momento pasar a la anexión, el Kremlin demuestra la debilidad de Kiev, los límites de la comunidad internacional (nadie irá a la guerra por dos provincias ucranianas) y, sobre todo, se dota de un instrumento de presión sobre Ucrania para que recuerde que aunque crea ser un Estado soberano, no lo es, y su política exterior y de defensa, así como su economía, deberán adaptarse en consecuencia.

¿No quieres ser parte de la fantasmal comunidad euroasiática, con compañías tan selectas como Bielorusia y Kazajstán, bajo la amistosa batuta de Rusia? Pues vete olvidando de tu integridad territorial (hasta nueva orden), y de siquiera tener tratos con instituciones como la Unión Europea o la OTAN. Desde luego, no resulta fácil ser parte del espacio postsoviético si no eres ruso. Menos mal que los bálticos supieron irse a tiempo.