Análisis

El 11-S y los retos de la gobernanza global

PERE VILANOVA

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La verdad es que los problemas que resolver para lograr un mínimo de gobernanza global son muchos y de muy diversa índole, y a la vez, 10 años después del 11-S, sólo una parte de ellos tiene alguna relación directa o indirecta con tal fecha. O si se prefiere, con el terrorismo transnacional vinculado a Al Qaeda. Un listado clásico incluye en la lista de los problemas del mundo actual, al menos, los que siguen a continuación.

En primer lugar, los problemas derivados de una crisis económica internacional sin precedentes, iniciada aparentemente en el 2008 (pero sus raíces se remontan tiempo atrás), agravada por una duración superior a la esperada por los pronósticos más pesimistas, que se superpone a otro problema ya identificado anteriormente. Se trata del desplazamiento de las grandes dinámicas de poder económico y financiero de Estados Unidos, Europa y Japón, a las famosas potencias emergentes, sobre todo en Asia.

Que estas, a medio plazo, vayan a tener (por ejemplo China) serios problemas de inestabilidad social interna solo agrava el problema. Los

desajustes entre este desbarajuste económico global y la debilidad de los estados y sus diversas «geometrías» de gestión global (G7-G8-G20, FMI, Banco Mundial, etc) es uno de los grandes desafíos por resolver, y pinta mal en general.

Mencionemos de paso los retos del calentamiento global, el cambio climático, la megaespeculación en curso a escala planetaria sobre materias primas alimentarias (arroz, trigo y otras), frente a los cuales, los instrumentos de intervención que en teoría tenemos son de bajo o nulo rendimiento por la mala voluntad política de quienes los controlan (¿hace falta recordar Kioto?).

Los problemas derivados de la proliferación nuclear, sus consecuencias desestabilizadoras sobre algunos focos regionales de conflicto (Corea del Norte, Irán, India y Pakistán), y el sistemático incumplimiento del propio Tratado de no proliferación Nuclear por parte de las potencias nucleares fundacionales, tampoco ayudan.

Los estadosde facto, uno de losderivados tóxicos del fin de la guerra fría, es decir, esas entidades territoriales que han proliferado aquí y allá, sobre todo en el exbloque del Este, desde Nagorno Karabaj a Osetia del Sur, Abjasia, Transnistria, a su modo Kosovo, son por definición inestabilidades latentes a la merced de algún estado más poderoso -vecino o no- y tienen mareada a la comunidad internacional.

Metrópolis de miseria

Refugiados, desplazados, millones de personas maltratadas que ni saben ni pueden entender por qué, con esos «nuevos campos» en Kenia y Etiopía que son auténticas metrópolis de la miseria, y la ONU intentando poner tiritas donde haría falta el milagro de Lázaro (quien no sepa, que vaya a la Biblia o a Wikipedia).

Nuestras democracias (europeas, por ejemplo) afrontan serias dificultades frente a la integración de diversidades religiosas, culturales, lingüísticas, en una fase histórica de debilidad del consenso democrático que dominó nuestras sociedades durante 40 años, pero como decía el añorado historiador Tony Judt, no hemos aprendido nada de los últimos 20 años, y hemos olvidado lo esencial de los 40 anteriores.

Ah, Al Qaeda. No podemos ciertamente negar el impacto que tuvo el 11-S, pero ni con esa fecha empezó el terrorismo transnacional (incluso de matriz islamista radical), ni se acabó con la muerte deBin Ladenel fenómeno. Pero a día de hoy, los relatos contrapuestos por el propio interesado y, en campo contrario, los alarmistas más demagógicos de la supuesta cuarta guerra mundial, están bastante embarrancados.

Por supuesto, habrá atentados, la invocación de conflictos abiertos seguirá a la orden del día. Pero la burbuja inmobiliaria, la primavera árabe en todas sus variantes, la piratería en el Índico, lo que quieran añadir, y la confusión ambiental resultante, todo esto es una agenda inestable que ni dicta ni controla Al Qaeda. De hecho, nadie lo hace y así nos va.