NUEVA ERA EN LA CASA BLANCA

Cien días de Trump, cien días de vértigo

El presidente de EEUU supera la símbólica barrera con escasos logros en su haber y actuaciones erráticas

Trump, durante una entrevista en el despacho Oval.

Trump, durante una entrevista en el despacho Oval. / REUTERS / CARLOS BARRIA

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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Acostumbrado a los programas de televisión y los golpes de efecto en los tabloides, a construir casinos que reproducen la realidad en cartón piedra y edificios ostentosos con paredes baratas de pladur, Donald Trump está gobernando como ha vivido. Cuando se cumplen 100 días de su mandato, la puesta en escena y la apariencia ha importado más que el fondo de sus políticas. Como se ha visto esta semana, su Administración se ha empeñado en crear la imagen de una presidencia frenética, transformadora y siempre en movimiento. Solo está semana ha firmado cuatro decretos, ha presentado una reforma fiscal o ha impuesto aranceles a la madera canadiense. De nada importa que Trump haya pasado 19 días jugando al golf, comparados con los cero que pasaron Bush y Obama a estas alturas, dos ávidos jugadores de por sí.

Ansiosa por presentar resultados, la Casa Blanca ha publicado un documento glosando los “100 días de logros históricos del presidente”, todo un prodigio orwelliano. Es cierto que Trump ha firmado más decretos que casi todos sus predecesores modernos, un total de 30, pero muchos no son más que declaraciones de intenciones. La reforma financiera sigue en pie o también su denostada 'Obamacare'. Si el foco se pone en la legislación, el saldo es peor. De las 10 grandes reformas que prometió en su contrato con América, lanzado unos días antes de las elecciones, ninguna se ha materializado. Ni la financiación del muro con México, ni el plan de infraestructuras, ni la reforma fiscal ni los aranceles para impedir la deslocalización de empresas.

“Me encantaba mi vida anterior. Tenía muchas cosas entre manos. Ahora trabajo más que antes, pensaba que sería más fácil”, ha reconocido Trump en una entrevista a Reuters. No todo han sido sinsabores. El republicano ha logrado colocar a un conservador impoluto en el Tribunal Supremo, se ha retirado del Tratado Transpacífico, ha logrado que caiga drásticamente la entrada de indocumentados en el país y ha puesto las bases para eliminar regulaciones, especialmente en medioambiente. Pero también ha descubierto que es más difícil gobernar que recalificar un terreno. O que los contrapesos del sistema funcionan. Su reforma sanitaria fue flor de un día, y los tribunales tumbaron sus vetos migratorios y el castigo a las ciudades santuario.

CONVICCIONES ELÁSTICAS

Por el camino se ha confirmado lo que ya se presagiaba: sus convicciones son tan elásticas como el caucho. Un día la OTAN “es obsoleta”, al otro ya “no es obsoleta”. China era el “gran campeón” de la manipulación de la moneda, ahora ya no lo es. Su Gobierno no haría de gendarme mundial, ahora bombardea por motivos humanitarios. Los cambios radicales de postura no responden a profundas epifanías geoestratégicas ni se acompañan con discursos sesudos. Más bien al revés, a golpe de 140 caracteres en Twitter. Trump decidió atacar Siria por la emoción que le causaron las fotos de los niños gaseados y se lo anunció al presidente chino en Mar-a-Lago mientras tomaban “la más hermosa tarta de chocolate nunca vista”, según sus propias palabras.

El grado de improvisación con el que actúa enloquece a sus asesores. Por más que mantenga una guerra sin cuartel con la prensa, su Gobierno es un coladero de filtraciones y un nido de intrigas, como se ha visto con el ruido de la trama rusa. La decisión de renegociar el NAFTA se tomó mientras su Administración preparaba un decreto para anunciar a bombo y platillo que EEUU rompía el acuerdo. “Estaba decidido a terminarlo, lo iba a hacer”, le ha contado al 'Washington Post'. Pero luego le llamaron los líderes canadiense y mexicano, escuchó de sus asesores que perjudicaría a sus votantes... Al final, el decreto para abandonar “uno de los peores tratados comerciales nunca negociados” acabó en la papelera.

RETÓRICA POPULISTA

En gran medida, Trump mantiene la retórica populista, pero muchas de sus acciones parecen cada día más sacadas del manual del buen republicano. En su Gobierno no hay granjeros y líderes sindicales, sino plutócratas de su denostada élite globalista. Donde más aplausos ha recibido es en política exterior. Ha pivotado hacia China, ha sacado el músculo con Siria y Corea del Norte, y ha aparcado el coqueteo con Rusia, para tranquilidad de la CNN y la industria de las armas. Aplicando la realpolitik más cruda, ha sacado los derechos humanos de la retórica oficial y se ha acercado a los demócratas al frente de Egipto, Arabia Saudí, Israel o Turquía.

Trump tiene razón al decir que el examen virtual de los 100 días, una tradición que empezó con Franklyn Roosvelt, es una “barrera artificial”. Nada habrá cambiado mañana. Su partido seguirá teniendo mayoría en las dos cámaras y el neoyorkino seguirá siendo el presidente más impopular de la era moderna, según las encuestas de Gallup. Objetivamente, sus logros son modestos, pero estos días en la Casa Blanca importa más la tensión narrativa que el desenlace de la acción. “Ninguna Administración ha conseguido más en estos primeros 90 días”, dijo Trump en un mitin 10 días antes de la fecha mágica.