CUADERNO DE GASTRONOMÍA Y VINOS

Cocina y elecciones

En temporada de calamares y chipirones, Leandro nos tienta con cefalópodos fresquísimos para cocinar en su tinta. Así no hay que leer el futuro en el plato

Leandro G. Cervera posa con un calamar en su puesto de La Llibertat.

Leandro G. Cervera posa con un calamar en su puesto de La Llibertat.

MIQUEL SEN

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La cocina y la política siempre han ido de la mano. A veces amigablemente, otras en un apretón esquizofrénico. Si las cosas van bien todo es miel sobre hojuelas, que es un decir, tan antiguo como recordar que en 1976, el presidente de Francia Giscard D'Estaing decidió que fuera el año de la calidad de vida. El presidente sabía de eso y de revoltillos de trufas.

Cuando las cosas no pintan bien, en momentos de estado de sitio, la gastronomía deja de ser un salteado de aromas abiertos a nuestras cucharas para transformarse en un arma de guerra. En la comuna de los comunistas, la de París de 1871, los proletarios comen estofado de gato mientras que los versalleses celebran un banquete con el emperador. Guerra psicológica en el que la munición eran pavos trufados, becadas y fuagrás. Los communards no pudieron contratacar: ya habían cocinado los animales del zoo.

BANQUETES DE MINISTRO / Con la democracia en la península pasamos de los banquetes del restaurante Jockey, en los que los ministros de Franco le daban al whisky prohibido de la pérfida Albión, alias el Reino Unido, a que los políticos pudieran decir lo que comían. Desde la manteca colorá de Felipe González, pasando por los bacalaos nacionalistas de los lendakaris, hasta los fricandós de Jordi Pujol. Luego fueron tiempos de los nius de caviar que se zampaba Macià Alavedra en Semon, bocatas políticamente explosivos y regresamos a la esquizofrenia de ser el reino mundial de la alta gastronomía, al tiempo que comer en público se ha convertido en un juicio político.

Ya es temporada de las mejores sardinas, pero, ¿quién se atreve a ofrecer un escabeche a un familiar que ha votado a un partido perdedor? Peor lo tienen los que cocinan un arroz con bogavante, sabiendo que las pinzas son sabrosas, al margen de su doble sentido. Una propuesta culinaria sería pasar por el mercado de La Llibertat, de nombre tan sugerente, y comprar en Leandro chipirones o calamares para guisarlos en su tinta, el plato que Gómez de la Serna aconsejaba a todos los periodistas. Un guiso excelente, que cuadra con un cava brut, para celebrar que todos han ganado.