Siempre fiel a su público

Cayetana lleva años viviendo ante la gente, con la de palacios que tiene para ocultarse

Cayetano Rivera y Eva González.

Cayetano Rivera y Eva González.

RAMÓN DE ESPAÑA

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La novia, vestida de rosa, se quita los zapatos y se lanza a bailar descalza mientras su ya marido la contempla arrobado y un guitarrista interpreta una rumba. Esta imagen, poderosa y española, habría hecho las delicias del mismísimoPróspero Merimée…A condición de que la hubiera visto de lejos, pues, si la llega a presenciar de cerca, igual le da algo. Como a mí. Y es que la novia era de edad provecta y lucía un rostro con el que ni el tiempo ni los cirujanos plásticos han sido muy caritativos, el novio la sostenía de un brazo para evitar que se diera de bruces con la moqueta roja y el guitarrista tenía una pinta de gañán que tiraba de espaldas. No estoy seguro de que una imagen valga por mis palabras, pero creo que esta en concreto define a la perfección el enlace matrimonial de la duquesa de Alba con el funcionarioAlfonso Díez.

De hecho, la charlotada se veía venir desde el momento en que a doñaCayetanase le metió entre ceja y ceja la idea de volver a casarse. Sus hijos intentaron quitársela de la cabeza sin mucho éxito. Si no me equivoco, creo que hasta los Reyes de España le insinuaron que podría ahorrarse el bodorrio. Pero la duquesa, que es católica devota y, por consiguiente, nada partidaria de vivir en pecado, se mantuvo en sus trece hasta salirse finalmente con la suya. Previamente, eso sí, tuvo el acierto de proceder a la repartija de posesiones entre sus hijos, a los que ya no les había hecho la menor gracia en su momento el matrimonio de su señora madre con el exjesuitaJesús Aguirre(aunque hay que reconocer que este se tomó su papel tan en serio que, en cierta ocasión, mientras era entrevistado por un amigo mío una cálida mañana madrileña, se enfundó una rebequita y, a modo de explicación, dijo: «LosAlbasiempre hemos sido muy frioleros»).

REPARTO DE PROPIEDADES / Pese al reparto de propiedades, a los hijos de la duquesa de Albaseguía sin parecerles bien el enlace. Lo cual no ha impedido la presencia en Sevilla de la mayoría de ellos. Ha faltadoJacobo,lógicamente molesto por los comentarios despectivos de mamá hacia su mujer,Inka Martí-también es desgracia que, para una vez que se le entiende algo de lo que dice, estalle un conflicto familiar-, a la que tengo el placer de conocer desde antes, incluso, de su larga convivencia con mi amigoGay Mercader y que, al parecer, le hizo notar que lo de casarse con donAlfonsose le antojaba una de las peores ideas desde que a la mujer deAbraham Lincolnse le ocurrió arrastrarle al teatro.

Aunque apenas conozco aJacobo -más allá de las cuatro palabras que cruzamos cuando coincidimos en La Central de la calle de Mallorca-, intuyo que ha huido de esa boda como de la peste. A fin de cuentas, el hombre vive en el Empordà, sus inquietudes intelectuales son sinceras -primero con la editorial Siruela, ahora con Atalanta- y debe de ser consciente de que, cuanto más lejos esté de Madrid (y de Marbella), mejor para él.

Y es que la boda de su madre es un capítulo más de una existencia convertida en inacabable culebrón para entretenimiento de las masas. Por mucho que se queje de la interferencia de la prensa rosa en sus asuntos, doñaCayetana lleva años viviendo en público, con la de palacios que tiene para hurtarse a las miradas del populacho.

La prensa del corazón se quita rápidamente de encima a quien no le sigue la corriente y, por regla general, el acosado disfruta del acoso. En ese sentido, ya puede la duquesa deAlba repetir hasta la saciedad que se casa por amor, pues todos sabemos que la boda es una función para ese público que tanto la quiere y al que tanto debe.

Es una lástima que esta mujer no pueda asistir a su propio entierro, pues lo disfrutaría enormemente. Su peripecia vital ha consistido en vivir hacia fuera, no como el cenizo de su hijoJacobo,que no hay quien lo mueva de la masía, empeñado como está en vivir hacia dentro: todo un síntoma de inteligencia que la sociedad española no aprecia en lo más mínimo.