Antonio Díaz

Grandes ilusiones

El mago vuelve a los escenarios y la televisión con unos 'shows' que mezclan teatro, ilusionismo y espectacularidad. Su reto ahora es «asombrar» a Stephen Hawking

El actor e ilusionista Antonio Díaz, el viernes pasado, antes de empezar la función de 'La gran ilusión' en Sant Joan Despí.

El actor e ilusionista Antonio Díaz, el viernes pasado, antes de empezar la función de 'La gran ilusión' en Sant Joan Despí.

POR NÚRIA MARRÓN

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Hace menos de 48 horas, a Antonio Díaz se le vio desaparecer, en su regreso a Discovery Max, mientras se tiraba en paracaídas. Nada particular, por otra parte, teniendo en cuenta que este fan de David Copperfield y del armario de Hedi Slimane puede volatilizar aviones, levitar, conseguir que un pez lea la mente de un espectador y despachar 100 juegos -sí, 100, no 1 ni 10- en lo que dura La vals à mille temps de

Jacques Brel.

El mago del momento, que el próximo jueves vuelve con el show La gran ilusión al Teatre Coliseum, suma 28 años, 24 de ellos como ilusionista. No, las cuentas no están mal echadas. «Creo que quise ser mago antes de saber que quería ser mago». En toda su paradoja, la frase concentra lo que pasó. Y lo que pasó fue que un amigo de la familia, un mago aficionado llamado Adolfo Márquez, le sacó un día una moneda de detrás de la oreja. Él apenas tenía 4 años, pero aquel truco fundacional fue el interruptor de un deseo que le llevó por atajos inesperados. El primero: el de la lectura. «A los 5 años me regalaron un libro de magia y tenía tantas ganas de saber trucos que aprendí a leer y acabé siendo el niño que mejor lo hacía de mi clase».Boca cerradaAdemás de juegos, también aprendió a tener la boca bien cerrada. «Los magos sabemos guardar secretos y de pequeño mis dos hermanos mayores ya podían extorsionarme que yo no soltaba prenda». Tan en serio se lo tomaba y tanto trabajaba -«ahora me parece extraño que mis padres no estuvieran preocupados con que me pasara las horas en la habitación»- que a los 7 años, el amigo de la familia ya lo vio suficientemente maduro para iniciarlo en la magia. No hubo rito iniciático. Solo un secreto: «Creo que fue el de hacer desaparecer un pañuelo».El chico, que creció en Badia del Vallès, no rareaba del todo.  

«También jugaba a fútbol y me relacionaba con los otros niños». Pero en la magia no solo encontró evasión y un abracadabra para superar la timidez -«para mí era un reto hacer los juegos ante la gente»-. Lo que de verdad le atrapó, asegura, fue «el asombro» que provoca ese momento en el que no entiendes qué pasa pero «disfrutas» aun sabiendo que todo es humo.

Esa fascinación que «no se ha apagado con el tiempo» pasó un bache en la adolescencia, cuando dejó de hacer juegos en público, pero afloró luego con fuerza, lo cogió por el cuello de la camisa y lo llevó hasta el Institut del Teatre. «Decidí que quería dedicarme a la magia teatral». Él era bueno guardando secretos -¿se acuerdan?- y cuando interpretaba La gaviota, de Chéjov, pocos sabían que, en realidad, lo que tramaba era llevar la música y el teatro a «la magia de salón y las grandes ilusiones».

Algunos lo supieron cuando con su compañero Juanan Martínez montó los Abbozzi. Por aquel entonces, ya había dado con el personaje. Nada de fracs, conejos ni sonrisas de bailes de salón. En su lugar, humor, pantalones de pitillo y borsalinos. «Un punto canalla y un punto tierno». Ya en solitario, estrenó el espectáculo La asombrosa historia de Mr. Snow. Había llegado su momento-lanzadera.

¿Y qué brindan sus shows, además de ilusionismo, historia y banda sonora indie? Los magos de antaño se sacaban conejos de la chistera porque la gente tenía hambre. Incluso hay quienes relacionan el éxito de los escapismos del gran Houdini con las ansias de las clases populares de principios del siglo XX por huir de la miseria. «Ahora el reto es seguir sorprendiendo, algo muy complicado en la era YouTube, donde se ven cosas increíbles» y se colectizan los trucos. De ahí, quizá, su próximo (doble) reto televisivo en El mago pop: por la teoría de los seis grados de separación, llegar hasta el físico Stephen Hawking. Y «asombrarlo». Al fin y al cabo, magia y ciencia, más que enemigas íntimas, siempre han sido hermanas siamesas. H

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