Bill Cosby

Estrellado

El cómico acumula hasta 20 acusaciones de agresión sexual y los desmentidos de sus letrados ya no cuelan. Se anulan proyectos, se retiran honores. ¿Qué ha cambiado?

La palabra «violador» mancha la estrella de Cosby en el Paseo de la Fama de Hollywood.

La palabra «violador» mancha la estrella de Cosby en el Paseo de la Fama de Hollywood.

IDOYA NOAIN

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El periodista de la agencia AP dijo «tengo que preguntar» y a continuación lanzó tres interrogantes vinculados a las acusaciones de violación que habían resucitado algunas semanas antes. Bill Cosby, que daba la entrevista con motivo de una exposición de arte con algunas piezas de su colección y estaba sentado junto a su esposa, Camille, cortó las tres preguntas. «No, no; no respondemos a eso». «No hay respuesta». «No hay comentarios». Cuando la entrevista acabó, con la cámara y el micrófono aún grabando, Cosby pidió al periodista que esa parte del diálogo no apareciera en el vídeo final. Hizo algo más: empezó a hablar al reportero de su dignidad y la de su medio y se dirigió a un asistente diciéndole: «Creo que debes ponerte inmediatamente al teléfono con su jefe».

 

Este cruce sucedió el 6 de noviembre, antes de que el escándalo que ha sacudido a Cosby (Filadelfia, 1937) estallara en toda su magnitud, hundiendo quizá para siempre la imagen y el legado del artista, epítome en EEUU del hombre negro afable y moral. Puede parecer un episodio anecdótico, cuando desde aquella entrevista lo que se ha destapado es una caja de truenos en la que se acumulan hasta 20 denuncias de violación, agresión sexual o, cuando menos, intentos de ataque, y en circunstancias que solían incluir, según las acusaciones, drogar a las víctimas. Sin embargo, aspectos claramente problemáticos de la personalidad de Cosby exudan en ese comportamiento con el periodista, en su presión nada subliminal y en su innegable sensación de ser capaz -y estar autorizado- de ejercer el control.

Algo, sin embargo, ha cambiado para Cosby. Sus abogados insisten en que las acusaciones «sobre sucesos que supuestamente ocurrieron hace 30, 40 y hasta 50 años han escalado hasta superar lo absurdo», y alegan que «es completamente ilógico que tanta gente no hubiera dicho ni hecho nada ni denunciado a las autoridades o presentado demandas civiles». Pero ellos y su cliente parecen no darse cuenta de que algo ha cambiado, no solo en su caso, sino en la sociedad.

«Cuando las primeras acusaciones aparecieron en la década pasada, la gente las descartó rápidamente y las metió bajo la alfombra. Ahora la respuesta pública marca un gran cambio. Aunque muchos cuestionan por qué todas esas mujeres denuncian ahora, la forma en que por lo general se escribe y habla sobre el tema está mucho más en la línea de creer y apoyar a las supervivientes de violación». Quien habla al otro lado del teléfono es Hannah Brancato, artista y cofundadora de FORCE, grupo empeñado en romper la llamada «cultura de la violación», término que, como recuerda, «hace una década no estaba en una conversación normal.

 

Al trabajo de activistas como ella (que en el 2012 plantó en tiendas de Victoria's Secret bragas con mensajes como «Pregúntame primero» o «No significa no») y al altavoz sin filtros de las redes sociales y de los medios tradicionales que ofrecen internet se les considera factores que están detrás de una transformación en la que también influyen cambios legales. En EEUU -donde se calcula que solo se denuncian el 40% de las agresiones, y solo un 4% acaban en condenas-, la definición de violación con la que el FBI hace sus estadísticas se refería desde 1927 solamente a penetración vaginal «forzadamente y contra la voluntad». Hace solo dos años se amplió para incluir cualquier tipo de penetración no consentida, «no importa cuán leve, con cualquier parte del cuerpo u objeto».

 

Para la inmensa mayoría de las mujeres que se declaran víctimas de Cosby no hay nada que ganar más allá de la propia credibilidad, la sensación de justicia, aunque sea moral, o la paz interior, pues en EEUU la prescripción de estos delitos oscila entre tres y 30 años, según los estados. Sus relatos, no obstante, sirven también como ejercicio de memoria histórica.

En los años 70, en Hollywood era común lo que se conocía como «el cásting de sofá», donde poderosas figuras de la industria reclamaban sexo a cambio de ayudar a aspirantes a poner un pie en el ansiado mundo del espectáculo. En el caso de Cosby, la realidad era peor, ya que incluía drogas que anulaban a las supuestas víctimas. Además, de las agresiones, también se tejía un patrón de abuso de su fama.

Frank Scotti, antiguo empleado de la NBC, relató hace unos días que tenía que esperar en la puerta de su camerino cuando el actor y cómico invitaba a jóvenes modelos o actrices y que le ayudó a pagar hasta a ocho de ellas. Se sintió, ha dicho, «como un proxeneta».

 

     El silencio de Cosby no evita su descenso a los infiernos. El 18 de noviembre, Netflix anunció que «pospone» un especial que preparaba con el cómico de 77 años. Un día después, la cadena NBC, que negociaba su regreso a la pequeña pantalla con una serie, enterró el proyecto. Un canal de cable que reemítia La hora de Bill Cosby sacó la vieja telecomedia de su parrilla. Shows planeados en teatros, hoteles y casinos de Las Vegas, Illinois, Washington, Connecticut, Arizona y Nueva York van cayendo uno tras otro. El 1 de diciembre Cosby dimitió del consejo de la Universidad de Temple (la misma donde trabajaba Andrea Constand, la primera mujer que le acusó públicamente de agresión en el 2005). Y tres días más tarde, cuando su estrella en el Paseo de la Fama apareció con tres pintadas de «violador», la Marina de EEUU le retiró una condecoración.

Examen de conciencia

En todo este proceso, además, su caso ha servido para que muchos en EEUU hagan un examen de conciencia que no aprueban. Mark Whitaker, que escribió la última biografía de Cosby, se ha disculpado por no encontrar en 500 páginas espacio para incluir las acusaciones. Lo mismo ha hecho Ta-Nehisi Coates, quien, pese a llegar a la conclusión de que Cosby «era un violador», no hizo mención en un extenso artículo en el 2008 en The Atlantic. O David Carr, de The New York Times, que lo entrevistó para una revista en el 2011.

«Todos tenemos nuestras excusas pero, al ignorar las acusaciones, dejamos tiradas a mujeres que fueron suficientemente valientes para hablar en público contra un poderoso personaje del entretenimiento», escribió el especialista en medios del Times. «Durante décadas los entertainers han sido capaces de custodiar su imagen sin que importara su conducta. Muchos tienen equipos que les van detrás y les limpian sus desastres. Esos días son historia. No importa realmente lo que los tribunales o la prensa hagan o decidan. Cuando se va hacia atrás lo suficiente y aparecen más pruebas, algo nuevo toma el control, algo viral, implacable, y que ni olvida ni perdona».