Catástrofe en el Pacífico

Fukushima ya es como Chernóbil

Japón eleva la gravedad de su desastre nuclear al nivel 7, igual que la planta ucraniana, hace 25 años

ADRIÁN FONCILLAS

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Solo el tiempo medirá los daños de Fukushima, fijará si fue crisis, desastre o catástrofe. Pero desde ayer ya se ha reservado un lugar en lo alto del podio de la historia negra nuclear. Japón admitió ayer que la infausta central de Fukushima merece un 7 en la escala de gravedad. A su lado, solo Chernóbil. Por encima, nada. El reconocimiento llega tras un mes de crisis sin final a la vista.

Tokio defendía hasta ahora que la crisis no pasaba del nivel 5 («accidente con mayores consecuencias»), que la emparentaba con la de Three Mile Island (EEUU, 1979), donde apenas hubo escapes. Los expertos sostenían que merecía al menos un grado mayor. Tokio la empujó hasta el 7 («accidente grave») después de constatar que la emisión de yodo radioactivo alcanzaba los 10.000 terabequerelios. A la lista de materiales contaminantes de Fukushima se sumó ayer el estroncio, un metal altamente radiactivo que puede provocar leucemia.

Los expertos y el Gobierno han aclarado que Fukushima está aún lejos de Chernóbil. La contaminación de la central japonesa es solo una décima parte de la ucraniana. En esta explotó un reactor en pleno funcionamiento y la radioactividad se extendió hasta cubrir parte del globo, mientras los reactores de Fukushima se habían detenido tras el seísmo y los trabajadores tienen margen para arreglar el desaguisado.

Sin avances

El problema de Fukushima reside en el enquistamiento de la crisis, más en el futuro que en el presente. En este mes se han sucedido explosiones, incendios, seísmos, desalojos temporales de los trabajadores, vertidos al mar de agua contaminada, alimentos radioactivos y fugas. Ni siquiera se ha logrado restablecer el sistema de refrigeración eléctrico de los reactores y el Gobierno ha admitido que la central podría esparcir durante meses su veneno.

Ese cuadro de exposiciones continuas obligó el lunes a Tokio a extender al fin las evacuaciones más allá del radio de los 20 kilómetros de la central, como le aconsejaban expertos y oposición. Tepco, que gestiona la central, asumió ayer que Fukushima podría liberar con el tiempo más radioactividad que Chernóbil.

«La situación no empeora, pero tampoco mejora. Desde luego, está lejos de estar controlada. Las réplicas y las alarmas de tsunamis retrasan a los trabajadores. ¿Cuántos habrán enfermado antes de detener las emisiones? Es factible que haya más explosiones de hidrógeno dentro de los reactores, aunque una explosión nuclear es más improbable. Pero la radiación liberada ya es suficiente para poner en peligro la vida humana», responde por email James Cole, físico de la Universidad de Tsukuba.

«Serán necesarios meses de estudios y de inspecciones de robots con cámaras para conocer exactamente qué daño han sufrido los núcleos de los reactores», opina también por correo electrónico Ian Jackson, consultor nuclear británico.

Información tardía

El primer ministro, Naoto Kan, encaró una rueda de prensa complicada. Hubo de negar demoras en el reconocimiento de la magnitud de la crisis y que la población esté más en peligro ahora. Aclaró que «la planta se está estabilizando paso a paso», animó a los japoneses a recuperar el día a día y a consumir productos de las zonas afectadas como primer trámite para reconstruir el país. Su gestión de la crisis ha alimentado la desconfianza dentro y fuera del país. Aun asumiendo que ningún Gobierno puede ser completamente sincero en una situación así, se le culpa de dar información escasa y tardía.

La equiparación de Fukushima con Chernóbil, incluso tan matizada, supone un sorprendente giro copernicano en la política de comunicación gubernamental. «Los datos de la radiactividad son públicos y el mundo iba a criticar tarde o temprano a Tokio por subestimar la crisis, así que ha querido evitar esa situación embarazosa», opina Tokuhito Saito, periodista del Asahi Shimbun, el diario más leído. Saito vaticina que la medida incrementará las dudas sobre la credibilidad del Gobierno y la ansiedad, pero descarta el pánico. «Me preocupa más el gran impacto que tendrá en la percepción del resto de países sobre la crisis».

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