Visto en Twitter

La ira de un camarero en pleno verano: "Estas son todas las gilipolleces que me pasan"

Clientes que solo consumen agua del grifo y WiFi, que se orinan en la silla o le roban el jabón de manos

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Bar / periodico

María Aragón

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Apenas llevamos medio verano y @Lobatiyo ya está harto. Es camarero, y dice que tiene que aguantar "gilipolleces" de clientes. Desde el que pide un vaso de agua para usar el WiFi hasta la señora que se mea en la silla. Indignado, lo ha narrado así en Twitter.

Primero está el hombre que pasa un buen rato en el bar. No sería mala señal, pero apenas consume. De hecho no consume, o no paga, solo pide un vaso de agua y utiliza la clave del WiFi para hacer videollamadas. 

Habla también de una familia de Granada a la que le tiene que sacar una mesa en el mismo sitio todos los días aunque tenga otras mesas libres. Manías. O de la gente a la que tiene que "impartir un cursillo" para sacar tabaco de la máquina, porque piensan que se ha tragado su dinero pero en realidad solo pone en la pantalla que el producto está agotado.

Para él, comprarle un bocadillo al perro es absurdo. O al menos hacerlo todos los días.

Narra también la época en la que iba una señora que bebía cerveza sin alcohol. "Según entraba, salía. Se meaba en la silla. Me daba fatiga decirle que pasaba", dice. Cuando se lo contó, la señora no volvió más. Aunque no sufrió tanto como con una mujer que le tiró un vaso a la cabeza porque decía que le había echado lejía y sangre en el café. 

Después está la gente que tiene mucha cara, que quiere tu bar pero en realidad no quiere tus servicios.

Intentó ponerle una hoja de reclamaciones sin haber consumido nada. "Le dije que tampoco era posible, que tenía que consumir y luego quejarse". Se fue y no ha vuelto.

Después está el asunto de los robos. Desaparecen periódicos, tarritos de aceite e incluso el jabón de los baños. O el de la gente que tiene que soportar en malas condiciones. O simplemente el de la gente que hace lo que le da la gana, como en casa.

Por no hablar de la señora que ha recibido hasta una queja del Ayuntamiento para que tenga al perro atado en la terraza, pero sigue sin entrar en razón. O la gente a la que avisa de que el suelo está mojado y le debe parecer aún más divertido entrar. 

Y las quejas alimenticias. Esos clientes que saben lo que quieren y una vez que lo tienen no es lo que querían.

Aunque un poco de autocrítica tampoco viene mal. A veces es él quien comete errores que molestan a los clientes. Y se lo toma con humor.