Se despide de la comedia

Hannah Gadsby: "Siempre me han juzgado por ser bollera, gorda y fea"

Hannah Gadsby

Hannah Gadsby / periodico

Mamen Hidalgo

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Hannah no odia a los hombres, como se han empeñado en señalarle toda su vida. Les tiene miedo. “Si creéis que eso es raro es que no habláis con las mujeres que os rodean”, dice dirigiéndose al público. No odia a los hombres, pero se cuestiona cómo se sentirían de haber vivido su vida. “Porque fue un hombre quien abusó sexualmente de mí cuando era niña. Fue un hombre quien me dio una paliza cuando tenía 17 años porque no era femenina. Fueron dos hombres los que me violaron a los 20 años” No lo cuenta para ser víctima, dice, sino para que su historia no sea destruida. “No hay nada más fuerte que una mujer rota que se ha construido a sí misma”. 

Lo hace a través de 'Nanette', un evento especial en la Ópera de Sidney donde a lo largo de 70 minutos Hannah Gadsby navega por las miserias de su vida y señala responsables de sus traumas. En una comedia que emite Netflix, desgrana la dificultad de ser una niña lesbiana en un pueblo de Tasmania, donde hasta 1997 la homosexualidad era un delito. En la era del #MeToo, de alzar la voz ante las desigualdades y las injusticias, Hannah se dirige directamente hacia los hombres de ese escenario en particular y a los hombres blancos heterosexuales en general: "No tenéis el monopolio de la condición humana. Si no podéis lidiar con críticas, aceptar una broma o lidiar con vuestra propia tensión sin violencia, tenéis que preguntaros si realmente queréis estar al cargo de todo”.

Esta cómica australiana ahonda en su tragedia desde el humor. El chiste es su mecanismo de defensa, un lugar seguro donde encapsular sus vivencias y vivir una realidad paralela. Desde hace una década denuncia la presión a la que están sometidas las lesbianas, invisibles hasta para la comunidad LGTBI. Pero ahora reconoce estar harta de reírse de sí misma, de humillarse, y de hacerlo sobre cualquiera que pueda identificarse con ella como mecanismo para hablar de su sexualidad, de los prejuicios de la sociedad y de los traumas de un pasado donde los demás han minado su autoestima. "¿Sabes lo que es crecer cuando el 70% de tu entorno, de la gente que te quiere y te cuida, piensa que debería considerarse delito?" Ella lo expone a través de esa tensión que da paso al humor. Incluso bromea sobre su propio humor, sobre qué tipo de comediante puede hacer reír a las lesbianas. “Las únicas que no le encontramos gracia a los chistes sobre lesbianas somos nosotras. Pero tenemos que reírnos, porque si no probamos que es cierto”.

Hannah ha elegido que este sea su final como cómica. Ya no quiere hacer chistes sobre este tema, sobre los hombres y su influencia en la vida de las mujeres, porque todo lo que sale de ella es ira. Y la ira, dice, une mucho más que la risa pero no lo hace de una forma constructiva. No quiere que su público se alimente de este sentimiento. Es el fin de la autoburla. "¿Sabéis lo que es la autoburla cuando perteneces a un sector marginado? Humillación. Me menosprecio a mí misma para pedir permiso para hablar”. No lo hará más porque en el último año se ha dado cuenta de que no ha evolucionado. En una conversación reciente con su madre, ésta le transmitió su pesar por haberla criado como heterosexual. Sabía que sufriría porque el mundo no cambiaría, y prefería cambiarla a ella. Hannah se dio cuenta de que su madre evolucionó y ella no. “Diez años de comedia me han suspendido en una adolescencia constante, contando mi historia a través de chistes. Congelé mi experiencia y la encapsulé en chistes que se volvieron rutina y se fusionaron con mi recuerdo real de lo que sucedió. La realidad es que aún me avergüenzo de quién soy, no en mi cabeza, pero sí en el corazón”. Tenía que contar su relato bien.

Su relato es el de una niña criada en un lugar donde la mayoría de la población creía que los homosexuales eran pedófilos atroces e inhumanos. Para cuando se identificó como lesbiana, era demasiado tarde. “Ya era homófoba. Y no puedes darle al interruptor y cambiar, tienes que internalizar esa homofobia y aprender a odiarte a ti misma hasta la médula. El autodesprecio es una semilla que se planta solo desde fuera. Pero cuando le haces eso a un niño, se vuelve un hierbajo tan grueso y crece tan rápido que el niño no conoce otra cosa. Cuando salí del armario no tenía ningún chiste, solo sabía ser invisible y odiarme. Tardé diez años en darme cuenta de que tenía espacio en este mundo”.

Apelación directa a los hombres

Hannah narra al inicio de su espectáculo cómo un hombre quiso agredirle al creer que se trataba de un hombre que estaba ligando con su novia. Cuando ésta le advirtió de que era una mujer, explica que su violencia paró: "Yo no pego a mujeres", argumentó. Pero una hora después, cuando el público está con el estómago encogido ante las agresiones sexuales sufridas en su infancia y adolescencia, suelta la bomba: le dio tal paliza que le dio vergüenza denunciar o ir al hospital. Porque para ese hombre había algo más grave que ser un "maricón" que está intentando ligar con su novia: ser una "maricona". Y entonces, el argumento de no pegar a las mujeres se desvanecía, porque ella no lo era. "Ahí es cuando me di cuenta de que no era una cuestión de sexualidad, sino de género. Me dio una paliza porque no era lo suficientemente femenina". 

En esa actitud es donde identifica al hombre blanco heterosexual, subido a su altar de privilegios donde usa el poder para decidir sobre los demás. Ahora que las mujeres cuestionan ese poder, ven peligrar su estatus. “Son tiempos complicados para vosotros, porque por primera vez en la historia sois una subcategoría de humano. Siempre me han juzgado por lo que soy, por ser una bollera, gorda y fea. Han dicho que estoy muerta por dentro. Y lo sobrellevo. Pero vosotros sois muy sensibles. ¿Decís que esto es sexismo inverso? Os sugiero que aprendáis a superar vuestra actitud defensiva. Estáis paralizados. Dejad algo de espacio alrededor, aprender a cultivar un sentido del humor, aprender a reír. ¿Qué tal una buena polla? ¡Debéis reíros!”, dice irónicamente.

Si hay algo que sirve para aproximarse al imaginario sobre la mujer es la Historia del Arte: virgen o puta. “El patriarcado no es una dictadura. ¡Hemos tenido elección!” Celebra la llegada del cubismo para cambiar esa única perspectiva, pero se le olvidó a Picasso que en su idea no cabían todas las miradas. “Cada vez que dejo a una mujer, debería quemarla. Si destruyes a una mujer, destruyes el pasado que representa”, decía el pintor. “Y se folló a una menor de edad. Con eso me basta”, añade Hannah. “¿Alguna de las perspectivas que planteaba Picasso era de una mujer? No. Entonces me interesa una mierda, le has puesto un filtro a tu polla”.

Habla así de Picasso como lo hace de todos los hombres con los que sentimos que la reputación es más importante que la humanidad. “Donald Trump, Pablo Picasso, Harvey Weinsein, Bill Cosby, Woody Allen, Roman Polanski. No son excepciones, son las reglas”. Y con esto, pide una última acción: ¡Reaccionad de una vez! Qué humillante ser aconsejados por una lesbiana”.