LOS CIUDADANOS

"Nosotros somos Europa"

JOSEP SAURÍ / Barcelona

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Votarán todos. Los seis. A diferencia de lo que se prevé que van a acabar haciendo tantos otros ciudadanos europeos. Judit, Albert, Olga, Àlex, Arnau y Simona debutarán en las urnas el 25-M, en su primera ocasión para ello tras alcanzar la mayoría de edad, convencidos de ejercer su responsabilidad. Invitados por EL PERIÓDICO a debatir en el Cafè del Centre barcelonés sobre la construcción europea en vísperas del inicio de la campaña electoral, desataron una tormenta de ideas en la que tan meridianamente claro quedó su compromiso como su mirada crítica hacia el proyecto europeo, al que ven extremadamente imperfecto pero también muy necesario. Y al que le piden más solidaridad, más cohesión y, por encima de todo, «que se centre en las personas, que somos lo que realmente importa, y no en los bancos», en palabras de Olga López (18 años, de Sant Feliu de Llobregat. Estudia segundo de bachillerato en el instituto Olorda).

Los jóvenes ciudadanos debatieron inequívocamente en positivo. Eso sí, de saque, a la Unión Europea (UE) le llovieron los palos, en raciones generosas y profusamente argumentadas: «Europa se está quedando corta. El poder lo tienen los estados, y acaba en manos solo de los más fuertes» (Àlex Álvarez, 18 años, de Sant Just Desvern. Alumno de segundo de bachillerato en el Colegio Alemán de Esplugues). «Hoy por hoy es más bien un negocio, en el que Alemania lleva el timón y dice a los demás lo que tienen que hacer» (Olga). «El ideal europeo se ha degradado mucho. ¿Hay que salvar bancos o hacer políticas para ayudar a las personas? ¿Hasta qué punto somos importantes para quienes toman las decisiones?» (Judit Pastor, 18 años, de Sant Vicenç dels Horts, estudiante de Periodismo y Humanidades en la Universitat Pompeu Fabra).

Tenemos una UE, así pues, renqueante, comatosa o, en el peor de los casos, directamente en manos del enemigo. Y parece que el Parlamento Europeo que se renovará en las urnas el próximo día 25 se percibe como una maquinaria esclerotizada, lejana y poco influyente en nuestras vidas. Entonces ¿por qué participar? Pues porque «si las europeas son consideradas unas elecciones de segunda quiere decir que no somos conscientes de hasta qué punto son importantes para nosotros. No conocemos cómo funciona el sistema, y nos queda como muy lejos. Pero en realidad ¿quién ha mandado hacer los recortes? Nos quejamos de Mas y de Rajoy porque los han aplicado, pero ¿de dónde nos vino esa orden?», se pregunta Judit. Y se responde: «De Bruselas, claro. Aunque no nos guste el sistema, nuestro voto es importante. No votar es eludir el problema, es un acto de irresponsabilidad. Si no estás conforme con los que mandan, vota alternativas, que las hay. Pero no te quedes en casa». ¿Para qué queremos edulcoradas campañas institucionales alentando a la participación si esto puede explicarse así?

Contra el desencanto

Vaya con estas nuevas generaciones que presuntamente contemplan la cosa pública con tanto desapego. Simona Castejón (19 años. Estudia Medicina en la Universitat Internacional de Catalunya) no se queda atrás en entusiasmo crítico: «Si las cosas se hacen, hay que hacerlas bien, con decisión, no a medias. Yo animaría a construir una Europa con mayúsculas. Hay mucho que corregir, claro, como la corrupción, que causa un daño tremendo. Estamos desencantados, sí, y no solo los jóvenes, sino todo el mundo. Pero sin ser naíf, hay que ser positivo. Vamos a votar, que es lo que está ahora en nuestras manos. No podemos cambiarlo todo de golpe, pero sí iniciar el cambio por nosotros. Yo soy Europa, nosotros somos Europa. Los jóvenes tenemos fuerza, empuje, ilusión, ganas de que las cosas salgan adelante».

Ilusión. Esa es la clave también para Arnau Rebollo (18 años, de Viladecans. Cursa segundo de bachillerato en el colegio Sagrada Família de Gavà): «Lo primero que tienen que hacer es crearla, convencernos de que nuestro voto servirá». También lo pide Albert Montilla (19 años, barcelonés. Estudia Comunicación e Industrias Culturales en la Universitat de Barcelona): «Quisiera representantes que me den ganas de votar. Que demuestren compromiso y transparencia. Y que cumplan con los valores básicos del ideal europeo».

Pertenencia

Pero ¿qué es ese «ideal europeo» del que habla Albert y que antes ya citaba Judit? ¿Qué es lo que genera (o debería generar) en los ciudadanos un sentimiento de pertenencia a Europa? ¿De verdad existe ese sentimiento? De entrada, tibieza: «No es fácil crear una cultura a partir de múltiples culturas. En EEUU, por ejemplo, todo el mundo está muy convencido de ser americano; aquí, queremos ser europeos cuando nos conviene, y cuando no, no», apunta Albert. Para Àlex, «el mayor problema es cultural: no se nos educa para respetar otras culturas. La educación, como en tantas cosas, es la clave».

Sin embargo, una vez ya metidos en harina, del debate poco a poco va emergiendo la constatación de una herencia común: la tradición grecorromana, sí, pero también un patrimonio político compartido: democracia, libertades, derechos sociales, respeto de los derechos humanos, siete décadas de paz y -desigual- prosperidad en un continente históricamente belicoso. «La historia de Europa no es precisamente un ejemplo de hermandad, cierto; pero, ostras, ahora tenemos la oportunidad, la gente nos lo estamos creyendo. Patinando, por ejemplo, he hecho amigos de todas partes, y a veces pienso que cómo puede ser que durante siglos nos estuviéramos matando», concede el propio Albert.

El 'uy, uy, uy'

Somos europeos, pues. De acuerdo. Pero ¿vamos a seguir siéndolo? ¿Es imaginable una Catalunya independiente que quede fuera de la UE? «Sinceramente, nunca he llegado a creerme que eso pueda ocurrir. Me parece imposible. ¿Qué les hemos hecho? Solo queremos aportar, queremos sumar, y lo hacemos con un PIB importante. No tendría lógica que nos dijeran que no», abre el fuego Albert. Judit también denuncia el discurso del miedo: «No hacen más que repetirnos que si nos vamos, uy, uy, uy. Puede ocurrir. Separarse de un Estado no es una decisión cualquiera, hemos de ser responsables y conscientes de los riesgos que implica, pero no hay que dramatizar tanto. Estoy cansada de tanta amenaza reiterada». «Sí, es como el discurso que te hace el hermano mayor cuando quiere jugar él a la play», tercia Albert. Los demás ven con mayor escepticismo la posibilidad de que la independencia se consume, como Arnau, quien sí pide sin embargo «que España trate a Catalunya con más respeto».

Esta es, en resumidas cuentas,  la Europa que ven, que sienten estos nuevos votantes. Y así las cosas, una vez hecho el diagnóstico, vamos con las recetas. Una: integración e igualdad. «Europa es una buena idea y una herramienta muy potente para que los diferentes países vayan en una misma dirección, pero tiene que ser además a la misma velocidad. La UE debe ser más próxima, más cohesionada, más solidaria entre los países. Sin perder la identidad, pero debe haber una integración. No puede ser que nos miremos con los alemanes, por  ejemplo, y nos veamos como ellos y nosotros» (Simona). Dos: posicionamiento en un mundo cada vez más globalizado. «La UE debe unir las fuerzas de los estados miembros, formar un bloque que pueda mirar de tú a tú a EEUU y a las potencias emergentes» (Judit).

Más. Tres: llamémosle humanismo político. «Hay que buscar una mirada menos economicista. Ningún país puede quedar atrás» (Olga). Cuatro: cesión de soberanía por parte de los estados en favor de la Unión. «Hace falta que los estados tengan el valor de ceder poder en beneficio del proyecto común» (Albert). «Sí, pero con el mismo trato para todos, sin países de primera y de segunda, sin despreciar a los que estamos en crisis. Y los que ya han salido de ella, que nos ayuden, pero sin tanta imposición arbitraria de austeridad» (Arnau). Y cinco: nivelación de los derechos sociales en toda la Unión, «desde una base moral y ética» (Àlex).

Todo eso en cuanto a los países, de acuerdo. Pero lo que de verdad piden -más que eso, lo exigen- estos chavales a Europa, a sus instituciones y a sus dirigentes para seguir creyendo y seguir empujando es, como dice Simona, «que recuerden siempre que están al servicio de las personas». «De todas las personas», remacha Judit.