LA CONTRACRÓNICA

El eje franco-alemán

Público entregado 8 Varios asistentes al mitin de ayer del PSC intentan inmortalizar el momento.

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RAFAEL TAPOUNET

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Desde que hace más de 50 años Charles de Gaulle y Konrad Adenauer se miraron a los ojos y se prometieron en matrimonio (de conveniencia) en el curso de una provechosa velada en el Elíseo, el eje franco-alemán ha llevado las riendas de la vieja Europa. Por eso, aún hoy -cuando el peso de unos y otros resulta cada vez más desigual-, nada da tanto lustre a la campaña de unas elecciones europeas como tener invitados franceses y alemanes. Que son los que cuentan. Y ahí el PSC se apuntó ayer un tanto notable, al reclutar para la causa al primer ministro de la República Francesa y al candidato alemán a presidir la Comisión Europea. Manuel Valls y Martin Schulz. Dos hombres, dos estilos.

De la coincidencia de ambos en un mismo acto electoral celebrado en Barcelona (y desarrollado, por tanto, mayoritariamente en castellano y catalán) podía esperarse algo parecido a un capítulo de Aló aló, aquella hilarante serie de la BBC que transcurría durante la ocupación alemana de Francia, con sus peculiares acentos y sus graciosos malentendidos. Pero la cosa se frustró, en buena parte a causa del impecable castellano de Valls -el catalán lo empleó poco-, que empezó su intervención recordando que nació en Horta, a poca distancia del pabellón donde se desarrollaba el acto. «El niño que nació en Barcelona, en este mismo barrio, nunca habría pensado que volvería aquí como primer ministro de la República Francesa», dijo, levantando un poco el mentón para subrayar lo excepcional del momento (y su propia excepcionalidad, de paso).

Valls estuvo muy metido en el papel de político francés en campaña: serio (casi enfadado), duro en el tono y en los argumentos, particularmente elocuente cuando recurrió a su lengua de adopción para glosar la importancia de Francia en la historia europea (la grandeur, qué cosa). Solo se permitió una ligereza cuando aludió a Elena Valenciano y al tiempo que hace que se conocen. «Cuántos recuerdos -dijo acompañándose con un suspiro teatral-. Pero, ah, no contaré nada más. Qué bonitos eran aquellos encuentros entre jóvenes socialistas europeos». Sonrisas maliciosas y cuchicheos en las gradas.

Corbatas

Schulz, en cambio, se mantuvo a distancia del arquetipo alemán; estuvo cercano y razonablemente suelto pese a tener que lidiar con un discurso escrito íntegramente en castellano que leyó con fluidez y sin apenas equívocos (lo de «socialistos» fue acaso lo más risible). Inició su performance despojándose de la chaqueta y la corbata (por cierto, entre él, Valls y Pere Navarro sumaban más corbatas que todo el resto de los asistentes juntos, lo que tal vez pudiera suscitar algún tipo de cuestión relacionada con la identificación entre políticos y electores) y dejó estupefacta a la concurrencia al relatar, con aire escandalizado, que había conocido «a jóvenes que a los 28 años aún viven en casa de sus padres, en la habitación de cuando eran niños». Probablemente no alcanzó a comprender por qué una parte del auditorio respondió con risas. «¿28? ¿Eso le parece mucho?», se oyó comentar.

Y tras el francés y el alemán, el español. Como en los chistes. Empezó Felipe González su perorata y un asistente gritó: «¡Viva el Betis!». Los representantes del eje franco-alemán se miraron con cara de no entender nada.