el proceso soberanista

Voces desde el centro

El mundo de la cultura de Madrid ha interiorizado que Catalunya debe decidir su futuro en las urnas, pero cambiando antes el modelo territorial del Estado y con la esperanza de que al final siga en España. Por encima de las dificultades jurídicas de este conflicto, priorizan la necesidad afectiva de permanecer unidos.

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JUAN FERNÁNDEZ

Tan difícil resulta encontrar simpatías hacia una hipotética independencia de Catalunya en el mundo de la cultura de Madrid como dar con voces que defiendan que la estructura territorial del Estado debe seguir en el futuro como estaba en el pasado. Ruptura no, por razones sentimentales más que de otro tipo, pero inmovilismo tampoco, a la luz de los hechos y de la consistencia de la apuesta soberanista catalana.

Entre estos dos noes parece moverse el sentir mayoritario de un importante sector de la intelectualidad y la sociedad civil de fuera de Catalunya. En los dos años trascurridos desde la seminal Diada del 2012, las percepciones alrededor de este conflicto se han movido de manera notable a ambos lados del Ebre. Si en Catalunya el tiempo ha corrido a favor del independentismo y la reclamación del derecho a decidir, en el resto de España el pasmo y la incredulidad que causó aquella gran manifestación ha dejado paso a un sentimiento de preocupación y a una voluntad de búsqueda de soluciones.

En Madrid y en el resto del Estado ya no se piensa, como se pensaba entonces, que el pinchazo del suflé catalán era cuestión de tiempo, ni que responda a un calentón del momento surgido al calor de la crisis, ni que se arregle con cuatro partidas presupuestarias y un ajuste fiscal. Se da por hecho que algo de gran calado hay que hacer en la organización territorial del Estado, lo que no está tan claro es el qué ni el cómo. Más indubitado parece ser el rechazo que genera la consulta del 9 de noviembre. El mensaje parece ser: urnas sí, pero con orden y a su debido tiempo, y con la aspiración, nada disimulada, de que al final de ese recorrido Catalunya siga formando parte de España, pero de otra España.

Esta es la percepción que destilan las opiniones de las figuras del mundo de la cultura, la judicatura y la comunicación españolas consultadas por este periódico a cuento de la demanda soberanista catalana. «El 9-N ha llevado el asunto al terreno legal. Sin embargo, el problema de fondo solo admite tratamientos políticos. Diseñar un nuevo modelo de relación con Catalunya es imposible sin diseñar un nuevo modelo de Estado», entiende el periodista Iñaki Gabilondo, para quien la piedra angular de este debate reside en qué tiene en su cabeza la gente cuando habla de España. «Yo siempre he pensado que es un Estado plurinacional. Lo que no parta de ahí, no nos llevará a ningún sitio».

El problema, según se lamentan diversas voces, es cómo ir hacia algún lado ante el bloqueo institucional que hay planteado. «De aquí solo se puede salir votando, pero resulta que la ley impide votar. Este es un círculo vicioso que han de resolver los políticos», reclama el jurista José Antonio Martín Pallín.

En opinión de este antiguo fiscal del Tribunal Supremo, el decreto para la consulta del 9-N era «perfectamente constitucional», pero cree que sus promotores no estaban siendo fieles a su letra. «El documento hablaba de transparencia y neutralidad, pero en la práctica parecía planteado para buscar un resultado concreto, el sí a la independencia, no para consultar de manera imparcial a todo el pueblo catalán», señala Martín Pallín, quien visualiza la solución a este conflicto en una instantánea: «El día del referéndum escocés, en los periódicos apareció una foto de un partidario del sí y otro del no que iban abrazados con sus carteles por la calle. El día que Catalunya vote, esa foto también debería poder hacerse aquí. Hoy no tengo la impresión de que sea posible». 

En esa sensación coincide el poeta Luis García Montero: «No hay ambiente ni condiciones para un referéndum serio el 9 de noviembre. Sería más un juego político y una maniobra que un acto serio de decisión, y mejor no jugar con estas cosas por respeto a la ciudadanía. Soy partidario de un nuevo diálogo con el compromiso de que se va a respetar el derecho catalán a una consulta», sugiere el escritor.

Hace apenas dos años, la idea de que Catalunya pudiera votar si se separaba del resto de España sonaba peregrina al oeste de Lleida y Tarragona. Hoy la preocupación parece ser cómo encajar esas urnas en la realidad del Estado. «Lo que ocurre en Catalunya afecta a todos los españoles, pero la decisión acerca de su futuro solo la pueden tomar los catalanes. Al punto al que han llegado las cosas, no queda otro remedio que establecer las condiciones para llevar a cabo un referéndum con garantías de limpieza», entiende el novelista Juan José Millás. Es en ese punto, en el de las «garantías de limpieza», donde no acaba de percibirse de forma clara el modelo a elegir.

El periodista y presentador Máximo Pradera, más que hacia Escocia, mira hacia Canadá. «Allí supieron hacerlo bien, con garantías, y hoy no tienen ese problema. Dieron por hecho que hacía falta una mayoría amplia para cambiar el estatus. Es obvio que hay que medir el sentir de la gente, y eso se hace votando, pero sería terrible que Catalunya planteara independizarse con el 50% más uno de los votos, porque este sentimiento de hartazgo hacia el Estado puede variar cuando la crisis pase y España cambie», dice el comunicador. Con su habitual tono directo, Pradera se atreve a lanzar un mensaje a los catalanes: «Sed inteligentes, esperad un poco, no planteéis la independencia con un Gobierno de derechas en Madrid».

No añadir «barullo»

La convicción de que el problema catalán deberá pasar tarde o temprano por las urnas ha ido calado en España en paralelo a la sensación de hartazgo ante tanto ruido político y mediático. Son varias las figuras del mundo de la cultura de Madrid consultadas por este diario que, reconociendo un sincero interés por este asunto, han renunciado a expresar sus opiniones públicamente «para no añadir más barullo al barullo», en palabras de un conocido cineasta.

«A mí me preocupa mucho lo de Catalunya, pero me siento agotado por tanto exceso informativo. Barcelona es una ciudad moderna, elegante y dinámica, pero percibo que ese espíritu ha quedado desdibujado por la exacerbación del nacionalismo. Mientras, en Madrid escucho campañas contra Catalunya», lamenta el escritor José Manuel Caballero Bonald.

«No hay claridad en los mensajes, solo se habla de las estrategias de los partidos, pero no se explica claramente qué quieren los catalanes y cómo se sienten. Y cuando alguien no comprende un sentimiento, no puede compartirlo», añade la novelista Clara Sánchez, quien pone el foco en una perspectiva más social y menos identitaria del conflicto. «Entiendo que la gente desee independizarse de los corruptos y los depredadores de la sociedad del bienestar, pero en eso vamos de la mano los catalanes y el resto de españoles. Me dolería que el independentismo manipulara ese sentimiento, que yo también comparto», dice la novelista.

Luis García Montero se suma a esta alerta: «En Europa, todos dependemos de la banca alemana. Es un engaño utilizar consuelos imaginarios de identidad para ocultar el sentimiento de desamparo. Me hacen gracia los que se sienten muy catalanes y machacan a la ciudadanía de Catalunya con sus políticas. O los que sienten que Catalunya es muy española pero amenazan con hundir du economía si se independiza», subraya el poeta.

Llegados a este punto, la palabra más nombrada a la hora de plantear una salida es federalismo. «En la España federal sí cabemos todos», opina Caballero Bonald. «Si estuviera en mi mano, elegiría la reforma de la Constitución para ir hacia ese modelo», sugiere Juan José Millás. «Es la única solución, pero eso no es un traje prêt à porter que se haga en 48 horas, lleva su tiempo», advierte José Antonio Martín Pallín.

Más allá de estrategias políticas y tecnicismos jurídicos, dos años de manifestaciones independentistas, fuego cruzado de declaraciones e intenso ruido mediático no han logrado hacer mella en el afecto que la mayoría de los españoles declaran sentir hacia los catalanes. La hipótesis de una Catalunya independiente causa escozor en el resto del Estado, pero más por la quiebra de los lazos sentimentales que acarrearía que por ofender a un espíritu nacionalista español que, al menos hasta la fecha, no ha cobrado protagonismo.

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«Lo aceptaría, pero me dolería mucho, lo llevaría como si una novia a la que quisiera mucho decidiera dejarme. He estado casado con señoras catalanas, he oído hablar catalán en casa continuamente, ese es también mi mundo y no me gustaría renunciar a él. Preferiría seguir viniendo a Barcelona sintiendo que este es también mi país, no un Estado diferente», confiesa el productor de cine Andrés Vicente Gómez. «Personalmente, significaría un fuerte desgarro afectivo. De hecho, me entristece lo que ya pasa: que para muchísimos catalanes se han roto los lazos de familia con España», confiesa Iñaki Gabilondo. Juan José Millás describe la ecuación con un juego de palabras: «Siento que España es menos España sin Catalunya. Pero también entiendo que el anticatalanismo que puso en marcha el PP desde que estaba en la oposición haya hecho sentir a muchos catalanes que Catalunya, con España, es menos Catalunya». 

Sin llegar a desear ese escenario, también hay quien lo vive con menos dramatismo. «Me importa un bledo que Catalunya se independice, con su pan se lo coman. Seguiré pensando en su gente como pienso ahora, como un pueblo ilustre, pero fuera de España», declara Caballero Bonald. «Yo, desde luego, continuaré sintiéndome muy cómodo en Barcelona o Lleida, seguiré hermanado con mis amigos catalanes y leyendo a los poetas catalanes», apunta García Montero. Para Clara Sánchez, los sentimientos están al margen de las fronteras: «Si Catalunya se independiza, seguiré viniendo a visitar a mis amigos y familiares. No renunciaré a disfrutar de sus encantos porque este sea un país diferente al mío», promete.