EL RADAR
El valor de contar
Es habitual que los ciudadanos den las gracias cuando los medios les escuchamos, pero a menudo debería ser al revés
Explicar la propia vida para ilustrar una denuncia de bien general requiere un coraje que debe agradecerse
Cámaras de televisión preparando la conexión la noche de las elecciones generales. /
En mayo del 2013 publicamos en EL PERIÓDICO el reportaje ¿Llegar a fin de mes? Un milagro, en el que explicábamos la historia de una familia con un niño enfermo crónico que sufría los recortes en la ley de dependencia decididos por el Gobierno de Mariano Rajoy. Su historia era paradigmática: un niño tan enfermo que uno de los dos padres debe dejar de trabajar para cuidarlo al que se les recorta una ayuda financiera que para la familia es vital. Como tantos otros, el reportaje lo hicimos a partir de una carta que recibimos en Entre Todos, en este caso una indignada misiva enviada por la madre del niño.
Tiempo después, en noviembre del 2015, la madre volvió a escribirnos. Esta vez se trataba de una carta, un desgarro, escrita desde el hospital, donde su hijo se debatía entre la vida y la muerte. Hace unos días, fue el padre el que nos escribió un correo, aunque esta vez sin la intención de que lo publicáramos. Nos comunicaba malas noticias y nos agradecía que hubiésemos tenido "un pequeño tiempo y espacio" para ocuparnos de la historia de su hijo y de su familia.
CARTAS, INFORMACIONES, DENUNCIAS
Las gracias, en realidad, debemos dárselas nosotros a ellos. Suele ser habitual que los ciudadanos nos agradezcan a los medios y a los periodistas la atención (en demasiadas ocasiones, más bien escasa) que les dedicamos. Cuando publicamos sus cartas, cuando los citamos en las informaciones, cuando investigamos sus denuncias, cuando contamos sus historias, nos lo agradecen porque consideran que han logrado salvar un muro muy alto, que es el que separa a quienes hacemos la opinión publicada de la opinión pública. Un muro que a muchos se les antoja tan inexpugnable como, por ejemplo, el que en política separa a los representantes de los representados.
Y no debería ser así. ¿Se puede explicar el paro sin que aparezcan parados en las informaciones, solo con cifras y declaraciones de Gobierno y "agentes sociales"? ¿Se puede informar del estado de la sanidad y de la educación o de las política sociales sin que los usuarios sean un pilar de esta información? ¿Se puede hablar de la crisis de los refugiados sin contar las historias de quienes huyen de la guerra y de los voluntarios que les ayudan? ¿Se puede hablar de escándalos que crean alarma social sin que opinen los ciudadanos escandalizados? ¿Se puede informar de tendencias sociales sin que hablen los consumidores que han creado la tendencia? ¿Se puede hablar de una sociedad conmocionada por un acto de violencia o un trágico accidente sin dar voz a los conmocionados? Poder, se puede. ¿Se debe? ¿Cuántas noticias pueden explicarse sin lo que en las redacciones llamamos "una historia particular", sin un ejercicio periodístico que sea un viaje continuo de lo particular a lo general? Deberían ser muy pocas, como bien sabe, por ejemplo, la mejor tradición de la prensa anglosajona.
EL REFLEJO DEL NEGRO SOBRE BLANCO
Noticias relacionadasEscribir una carta o recibir a un periodista (un extraño) para contar una historia requiere valor. El reflejo del negro sobre blanco muchas veces no es fiel, y pocas veces se lo parece al protagonista. Cierto, en muchas ocasiones quien se presta a hacerlo no lo hace pensando en el bien general sino en la denuncia particular y con la esperanza de que la potencia de fuego mediática solucione su problema, pero aun así no es fácil.
Y más en historias tan dramáticas como la que nos contó la familia afectada por los recortes en dependencia. Ellos accedieron a poner rostro (el suyo) para que nosotros pudiéramos informaros a vosotros mejor sobre los efectos de los recortes del Gobierno. Abrieron las puertas de su vida para explicar su dramática historia. Por eso, las gracias hay que dárselas a ellos, como medio pero también como periodista, ya que es uno de los privilegios de esta profesión entrar en vidas ajenas y aprender de ellas al contarlas.
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