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"La gente quiere otro país, en paz, sin injerencias"

Rubén Guillem, fotógrafo, productor de cine y publicidad, acaba de inaugurar la muestra 'Afganistan possible' en el Pati Llimona

Rubén Guillem, fotógrafo y productor de cine y publicidad.

Rubén Guillem, fotógrafo y productor de cine y publicidad. / CARLOS MONTAÑÉS

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Olga Merino
Olga Merino

Periodista y escritora

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Hombres que cuidan de sus caballos, un taller de reparación de neumáticos, un vendedor de jaulas en el mercado... Las imágenes en blanco y negro de Afganistan possible (hasta el 26 de junio, en el centro cívico Pati Llimona) muestran el milagro de una cotidianidad en paz tras el terror impuesto por el régimen talibán [1996–2001]. Rubén Guillem González (Ibi, Alicante, 1971) tomó las fotografías durante el rodaje, en 2006, del documental La mirada de Ariana, del director Ricardo Macián.

—¿Qué cuenta el documental?

—Narra las vivencias de nueve empleados de la Afghan Film Organization, quienes lograron salvar el archivo cinematográfico del país durante el mandato de los talibanes.

—Que habían impuesto su destrucción.

—Sí. Los integristas islámicos ordenaron a los empleados quemar todas las cintas de la Filmoteca de Afganistán y prohibieron hacer nuevas grabaciones. Para salvar el archivo, nueve de ellos levantaron una pared y un falso techo y escondieron lo que pudieron.

—¡Arriesgaron la vida!

—Totalmente. Para no levantar sospechas, fueron entregando películas extranjeras, sobre todo soviéticas, norteamericanas e indias. Muchas cintas de Bollywood.  

—¿Pudieron visionar el material salvado?

—Me acuerdo, por ejemplo, de haber visto la visita que hizo Eisenhower a Afganistán, en diciembre de 1959.

—Caramba, qué interesante.

—También habían guardado la filmación de cuando los talibanes tomaron Kabul y ahorcaron al expresidente Najibulá, en 1996. E imágenes de la visita del líder soviético Nikita Khrushev en 1955. Y mujeres que votan en alguna elección durante los años 60 o un reportaje en blanco y negro sobre los Budas de Bamiyan [volados con dinamita por los talibanes en el 2001].

—O sea, una especie de NO-DO afgano.

—Exacto. También imágenes de un picnic junto a un lago o de la fiebre de los hippies durante los años 70. Películas que formaban parte de la cultura y la historia afganas. Su memoria histórica.

—¿Les costó hacer el documental?

—Con los trabajadores, ningún problema. Pero el director de la Filmoteca, al principio, pedía pasta. No entendía que éramos cuatro amigos con muy pocos recursos.

—Durante el rodaje, usted tomaba fotos.

—Llevaba dos cámaras analógicas y aproveché para retratar lo que sucedía alrededor. Me sorprendió sobre todo cómo la gente común intentaba vivir su vida en un país devastado por décadas de violencia.

—Desde la ocupación soviética de 1979.

—Piense que, en Afganistán, la esperanza de vida se sitúa en torno a los 45 años, de manera que la mayoría de la población solo ha conocido la guerra.

—¿Destaca una foto en especial?

—Hay una donde un grupo de hombres juegan un partido de voleibol en mitad de la nada. Quise captar esa normalidad que nunca vemos en los informativos, la de la gente común, la que quiere otro país, en paz, sin injerencias, viable. Son encantadores y hospitalarios, a pesar de todo.

—Me gusta la de las niñas en el cole.

—Sí, en una escuela de Kabul. Los talibanes habían apartado a la mujer de la vida pública y la educación. Cuando lo visitamos, el país recuperaba el pulso, volvía a la vida: podías comprar un móvil o una jaula; los fundamentalistas habían prohibido incluso la cría de pájaros, muy tradicional allí.

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—Han vuelto los atentados mortíferos.

—Como dice un amigo mío, Afganistán es difícil de controlar hasta en el juego del Risk. El Gobierno afgano se ve incapaz de imponer la ley frente a los señores de la guerra. No debemos darles la espalda.