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Rafa Antonín: «Íbamos a la Barceloneta a desayunar gambas»

Madruga para asegurar energía petrolífera a sus clientes y al volver a casa cocina y graba su menú

rafa antonin

rafa antonin / Ricard Fadrique

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Rafa Antonín (Barcelona, 1955) es de los 'instagramers' más activos de su edad. Su identidad digital lo dice todo: @Rafuel55. Toda la energía que ha puesto y pone aún hoy en su carrera profesional, años y años de autónomo y puente entre productores de fuel y quienes sirven y disponen de combustible, la vierte ahora también en los fogones de su cocina. Rafa es de esas personas que pone vida en sus años y no al revés. Se activa prontísimo y se acompaña de buenos alimentos.

–¿Quién le enseñó a comer bien?

–Mi madre era una gran sibarita, de comer poco pero bueno. Yo soy el chico mayor de nueve hermanos y era el que la acompañaba a comprar. Éramos tantos, que ella necesitaba que alguno de nosotros le ayudase a llevar las bolsas. Íbamos a la Boqueria a comprar a las siete de la mañana y como premio, luego íbamos a la Barceloneta a comer gambas, para desayunar. Después en casa me dejaba entrar en la cocina también a ayudarle.

–¿No se planteó abrir un restaurante?

–No. Es algo muy esclavo. Si quieres comprar buen producto, tienes que madrugar. Y antes de cerrar tienes que repasar las cuentas. Trabajas 18 horas al día.

–El combustible, el fuel, la energía le han dado una vida laboral incombustible.

–Sí, ya lo debía de llevar en el ADN. Mi abuelo paterno se dedicaba al carbón, de las minas lo traía a las tres chimenas del Poble Sec. Mi padre también trabajó con el carbón hasta 1990 y en el 82 empecé con mis primeros pinitos como comisionista con el fuel. Soy Rafa, el que vende petróleo. Siempre he disfrutado mucho con lo que he hecho. He tratado con los jefes de las grandes industrias, en la segunda visita ya eran míos y en la tercera comíamos juntos.

–Dime cómo comes y te diré cómo eres.

–Mira, siempre he tenido claro que el trabajo se hace por la mañana. Yo me levantaba a las cuatro de la mañana y a las 7.30 h ya estaba en Zaragoza visitando clientes. Hasta las 13.00 h hacía unas 8 o 9 visitas de las que seguro que al menos una había sido muy buena. Luego me relajaba y me iba a comer bien. Por la tarde la gente baja la guardia. En las oficinas se trabaja poco, los jefes son los primeros en llegar tarde después de comer.

–Y ahora ¿Cómo es su día a día?

–Me levanto antes de las seis. Me tomo un zumo de naranja y un café con leche, arreglo la habitación y voy al gimnasio una hora y media, todos los días del año. Luego hago visitas a clientes –comunidades de vecinos, gasolineras particulares...– hasta las once o las doce. Y cuando llego a casa preparo una receta fácil, con cuatro pasos, que todo el mundo pueda preparar y la voy grabando. Antes de comer edito el video y lo cuelgo en Instagram. No cocino nada diferente de lo que se hacía en casa: poco y bueno.

–Lo bueno lo reconoce un buen paladar.

–Sí. Yo al separarme tuve que cocinar para mis dos hijas y luego para mis sobrinos, y me di cuenta de que no solo los alimentaba, también hacía lo que hizo mi madre conmigo: les educaba el paladar. No es lo mismo hacer una tortilla con huevos anónimos que con buenos huevos de corral, o con patata vieja o nueva, o Kennebec...

–Eso ya es de nivel. ¿Ha ido a clases?

–Bueno, aparte de todo lo que aprendí yendo a comprar con mi madre, he hecho muchos cursos en la Escola d’Hostaleria Hofmann. Pero mi cocina es práctica, quiero que sea útil. Mi mayor premio es que la gente se guarde mis recetas. Una de patatas la guardaron 1.500 personas.

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–¿Qué sabe de sus 326.000 seguidores?

–En el 2014 hicimos una reunión de 18, en Pons, de los que seguimos en contacto unos 14. Ahora sé que el 61% son mujeres; el 50%, menores de 34 años, y el 30%, menores de 24. A mí me da energía estar con gente joven. Mis vídeos duran 29 segundos para no gastarles datos del móvil.