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Loli González: «Se te parte el alma al echar a un sintecho del metro»

Como trabajadora del metro ha vivido desde el drama de la exclusión social hasta batallas campales

Loli González.

Loli González. / RICARD FADRIQUE

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Manuel Arenas
Manuel Arenas

Redactor y coordinador del equipo de información del área metropolitana de Barcelona

Especialista en historias locales, audiencias e información del área metropolitana de Barcelona y reporterismo social

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Loli González (Barcelona, 1967) lleva 18 años trabajando como agente de atención al cliente en la Barcelona subterránea: el metro. En esa otra ciudad, que tiene sus propias reglas, González ha estado mucho tiempo entrando y saliendo del trabajo -o sea, viviendo- de noche; ha presenciado batallas campales entre bandas; ha conocido el drama de los sintecho que se refugian en el suburbano y, entre otros asuntos, ha sufrido la condescendencia del pasajero con prisa. 

-18 años en el metro. Se dice pronto.

-Y en la Línea 1, que es otro mundo. Es la más cañera y la que más volumen de pasaje tiene. Luego vienen, por este orden, la 5, la 4, la 3 y la 2.

-¿Le costó adaptarse?

-Al principio sí: fue un cambio drástico pasar a estar todo el día bajo tierra. Estuve 14 años en el turno de noche; cuando el médico me decía que me faltaba vitamina D, pensaba: "¡Cómo no me va a faltar, si no veo el sol!" (ríe).

-¿Cuál es su día a día?

-Me levanto a las cinco de la mañana y entro una hora más tarde en Sagrera, mi punto de entrada. Una vez fichas, ves el turno que te toca y a partir de ahí estás atendiendo a la gente: paso más tiempo fuera de la cabina que dentro.

-¿Cómo valora el trato de la gente?

-El 90% de la gente, genial. Pero hay un 10% que... vivimos en una época en que se ha perdido la educación. Ya no escucho 'gracias' o 'adiós'. Hay gente que nos trata como robots, como si tuviéramos la culpa de todo.

-¿Ha sufrido alguna actitud machista?

-Sí: me han llegado a amenazar. Una vez tuve que desalojar a unos manteros del vestíbulo de Fabra i Puig. Les molestó porque tenían el negocio montado y cuando salí había cuatro esperándome. Me dijeron que se habían quedado con mi cara y rieron: pasé miedo. Al día siguiente, tuve que volverlos a desalojar y me dijeron: "La vas a pagar". Tuve un ataque de ansiedad y estuve un mes de baja.

-Una situación que le haya marcado.

-Ver cómo una persona se suicida tirándose a la vía es fortísimo: en estos años me ha pasado tres veces. Otra vez me pilló en medio de una batalla campal: se bajaron 40 personas de un tren y 40 de otro y empezaron a pegarse con violencia. Los 10 metros que corrí hasta la cabina se me hicieron eternos.

-¿Conoce algún caso de sintecho durmiendo en el metro?

-Sí, esto pasaba mucho en Navas porque al lado del metro hay un comedor social. Alguna vez he tenido que echar a alguno: ahí se te parte el alma, porque ves que, en pleno invierno, lo acompañas y se acuesta en el banco de al lado. Por una parte piensas que has hecho tu trabajo porque esa persona no puede quedarse ahí, sobre todo por su propia seguridad, pero también piensas: "Uf, esta persona...".

-Otro problema: los grafiteros.

-Hace medio año empezaron incluso a pintar trenes en marcha: seis personas abren una puerta y con la gente dentro pintan el tren. Lo que llevan tiempo haciendo es esconderse en recovecos de las vías previstos para dejar material, esperarse a que cierres la estación y, a la una de la mañana, pintar el tren. Son capaces de esconderse durante horas.

-¿Echa de menos más seguridad?

-Sí, nuestra seguridad a veces se queda corta. Estaría muy bien que, como ocurre en ciudades como Madrid o Londres, los policías patrullaran dentro del metro.

-¿Recomendaría su trabajo?

-Sí, porque las cosas malas son minoría: el resto de los días es un trabajo bonito porque estás en contacto con la gente.

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-Una anécdota bonita para acabar.

-Una vez, una señora se puso de parto y, como el médico dijo que estaba demasiado avanzado como para moverla, tuvo el crío en nuestra cabina.