«Llegué del desierto y el 'esplai' me abrió al mundo»

«Nací en el desierto, en la parte libre del Sáhara Occidental, en una familia nómada, con mis padres y mis abuelos paternos». Así comienza su relato de vida Mahmuda Mohamed, una joven de 22 años que ha compartido hogar y vida, los últimos años, con una familia de Sant Joan Despí. Es la misma que la acogió cuando vino por primera vez a Catalunya, con ocho años, gracias al programa Vacaciones en paz, su primer viaje fuera de las sedientas tierras que la vieron nacer.

—¿Cómo era su vida en el desierto?

—Teníamos un pequeño rebaño de cabras, íbamos en busca de agua y comida. A veces, en las casas de la ONU que encontrábamos cogíamos cartón que mojábamos con agua para alimentarlas. Al poco de nacer mi hermana, que ahora tiene 16 años, fuimos a vivir a los campamentos de refugiados cerca de Tinduf, para poder estudiar. Mi padre encontró trabajo en el ejército saharaui, y supimos del programa Vacaciones en paz.

—Vino cuatro veranos seguidos, y luego con otro programa a estudiar ESO. Si no, ¿qué hubiera hecho en el desierto?

—En los campos de refugiados puedes estudiar toda la secundaria. Luego, o te quedas y te casas, o sales a Argelia o a Cuba para estudiar más. Son países que tienen convenio con el Sáhara. Con Libia, por la guerra, ya no.

—¿Usted vino a estudiar con 15 años?

—Sí, vine cuando me tocaba hacer segundo curso, pero me hicieron una prueba y me pusieron en cuarto. Y luego me saqué el grado de auxiliar de enfermería.

—¿Cómo había podido avanzar tanto?

—En los campamentos de refugiados hay caravanas que son bibliotecas y yo pasaba por los cinco que tenía cerca y cogía libros. También hacía clases de castellano.

—¿Por qué eligió estudiar enfermería?

—Pensé en un trabajo que pudiera hacer aquí y en mi país. Y ahora quiero estudiar Educación Social, en la integración social he encontrado mi mundo, mi espacio de ayuda, me ayuda a mí y yo puedo ayudar. Ahora sé que la educación es una ayuda muy importante para conocer valores, y que tan importante es curar heridas como curar prejuicios. Y en ello ha tenido mucho que ver mi experiencia en los esplais, primero como niña y luego como monitora.

—¿Qué le ha dado ese mundo del esplai?

—Cuando llegué, con 8 años, no fui muy consciente de lo que era. Mis padres de aquí me llevaron al Mowgli de Cornellà porque iban también otros niños saharauis. Yo me lo tomaba como si fuera la escuela, algo lúdico. Pero cuando vine hace siete años, cuando sabía poco castellano y nada de catalán, me ayudó mucho ir al Casal Nus de Sant Joan Despí. El esplai ha sido la herramienta que me ha dado la integración. Además de aprender allí catalán, el contacto con la gente me ayudó muchísimo, porque era muy tímida. Incluso he sido protagonista en una película del proyecto 7è art (www.7eart.esplaielnus.org). Y con Fundesplai me saqué el carnet de monitora, y ahora puedo ayudar a otros niños como voluntaria y trabajando en esplais, como estoy haciendo estos días.

—Entre su vida en el desierto y la de aquí, ¿no se siente dividida emocionalmente?

—Llegué del desierto y venir a un esplai me abrió al mundo. Yo sabía muy poco de esta cultura, y cuando digo que me ayudó a integrarme no quiero decir olvidar el Sáhara, sino entender y convivir con los valores de esta cultura. En el Sáhara todos lo saben todo de todos, aquí hay más privacidad, y eso me gusta mucho. El respeto y la solidaridad, que allí también están, aquí se ven más, me gustaría llevar a mi país valores que he aprendido aquí.

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—¿Qué más hay entre sus deseos?

—Encontrar trabajo de mediadora en un hospital, por ejemplo, y poder traer a mi hermana aquí para tratar su epilepsia.