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Luis Luna Maldonado: «Allá donde estoy, siento el lugar como mío y lo cuido»

'Traficante' de palabras. Un vecino de Gràcia gana un premio por una primera novela sobre inmigración.

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zentauroepp40954063 luis luna maldonado171121172451 / FERRAN NADEU

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Luis Luna Maldonado (Colombia, 1963) responde al tópico del colombiano andino reservado, en su caso aderezado con un tono de voz apenas audible. Vecino del barrio de Gràcia desde el 2008, su primera novela narra las desventuras de un joven de la ciudad colombiana de Pamplona que emigra a Barcelona. Aquí sólo regalan perejil ha ganado el premio literario Ñ BaPro, que se entrega en Buenos Aires en el marco del Premio Clarín de novela, y se publicará en primavera.

–Nació a 8.000 kilómetros de Barcelona.

–Nací en Pamplona, una ciudad de 70.000 habitantes, un socavón frío a 2.600 metros de altura. Está muy cerca de Venezuela y, como tantas otras zonas de frontera, da posibilidades al contrabando. Ese el punto de partida de la novela, que trata de inmigración.

–Tanto usted como Abilio, el protagonista, dejan Colombia para instalarse en Barcelona. ¿Qué más tienen en común?

–Nada. Yo vine a estudiar grabado en la Escola Llotja, después volví a mi país y finalmente decidí instalarme acá. Abilio es un muchacho de condición humilde que se refugia en el contrabando para poder reunir tres pesos y cumplir su sueño de volar «a la puta madre patria», como él dice. Al llegar acá descubre Andorra y se dedica a pasar cigarrillos y licores.

–Usted trafica

–Soy redactor publicitario. Mi oficio siempre ha sido la palabra y mi trabajo es la poesía de la sociedad de consumo. 

–«Poesía de la sociedad de consumo». ¡Qué buena expresión!

–Mi trabajo me ha llevado al rigor de la palabra, porque tienes que decir todo con las palabras justas. Entre el 2006 y el 2014 saqué una publicación mensual, PaPeL HigiéNiCo ILusTrado. Yo mismo la escribía, la montaba y la imprimía y cuando vivía en Pamplona salía con mi bicicleta a repartirla. Ahí empecé a escribir microrelatos y hace año y medio me autojubilé de la publicidad para sentarme a escribir la novela.

 

–El título hace referencia al perejil que regalan en pescaderías y verdulerías.

–El inmigrante llega buscando el paraíso, pero aquí no se regala nada; hay que currárselo igual que en cualquier parte. Llegar a otro lugar no implica triunfar, básicamente siempre te estrellas contra un muro. Hay un estado de indefensión; por más que te integres, siempre serás extranjero.

–¿Se siente extranjero usted?

–No, ni me lo han hecho sentir, pero no soy nativo. Hay muchas clases de migraciones, aunque lo que nos mueve a todos es el sueño de venir acá para vivir mejor. Para escribir la novela fui a cinco consulados sudamericanos. Fingía hacer unos trámites y escuchaba cómo la gente se desahogaba contando todo lo que le pasaba, sus añoranzas y sus rabias.

–Usted ha encajado bien en la ciudad.

–Abilio dice que uno nunca termina de irse como emigrante y tampoco llega del todo, siempre dejas algo. Para mí no ha sido traumático. Me gustan la calma y el orden y valoro mucho la tolerancia y el respeto que tienen acá. Allá donde estoy, siento el lugar como mío y lo cuido. Si veo que alguien bota un papel al suelo le digo: «Se le cayó un papelito, pobrecito».

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–El jurado del premio, entre los que se encontraba Juan José Millás, valoró el uso del humor en su novela. 

–Me dijo que la novela tenía dos lecturas, la profunda y la más fácil, y que en la literatura falta mucho humor. Yo nunca soy el alma de la fiesta, pero cuando escribo me desquito y soy más divertido. Precisamente acabo de leer una cita de Hegel sobre lo cómico: «El verdadero humor es impensable sin el infinito buen humor. No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde el infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella».