Gente corriente

Gabriel Jiménez: "Los estibadores hablamos de solidaridad, no de dinero"

Este estibador del Port de Barcelona ha defendido esta semana ante el Gobierno el futuro de sus mil compañeros.

«Los estibadores hablamos de solidaridad, no de dinero»_MEDIA_2

«Los estibadores hablamos de solidaridad, no de dinero»_MEDIA_2 / RICARD CUGAT

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Núria Navarro
Núria Navarro

Periodista

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Lleva días durmiendo unas tres horas, y no seguidas. Gabriel Jiménez (Barcelona, 1978) es uno de los 1.100 estibadores del Port de Barcelona y miembro del comité de empresa que esta semana ha logrado que el Ministerio de Fomento frene la liberalización de la estiba. Un mar de hombres (y alguna mujer) con chalecos amarillos lo celebran en su cuartel general del Port, donde se reúnen cada mañana. No hay forma de distinguir al capataz del bordo.

–Al segundo día de trabajar en la estiba –y llevo 16 años– te empieza a calar el sentimiento de democracia total. No hay jefes, ni líderes. Todos ganamos lo mismo y tenemos el mismo poder de decisión. Somos una piña, incluso con los empresarios.

Conciencia obrera en empleados con más que buenos salarios. Nos gustaría que la gente conociera la profesión más allá del sueldo.

Adelante. Podemos ser privilegiados en el sueldo, pero tenemos que ganarnos desde el primer euro. Somos destajistas. Lo que haces, lo cobras. A las siete de la mañana estamos todos en el puerto, y ahí te enteras de si trabajas o no, de si te toca turno de mañana o tarde. La cohesión social depende de eso, de vernos los 1.100 cada día y de tomarnos un café. Y en el café se habla de solidaridad, no de dinero. ¿Un ejemplo?

Si es tan amable. Entre el 2009 y el 2013, años de crisis, sobraban 200 trabajadores. Como uno de los pilares de la estiba es la rotación, decidimos repartir el poco trabajo que había y asumimos los gastos sociales de no despedir a nadie. Cuando tú planteas eso en una asamblea y ves mil manos levantadas, cuesta no llorar de emoción.

Duros, a la par que sensibles. O cuando se organiza la aportación del jornal de un día para la familia de un compañero caído (cada año despedimos a uno). Es la implicación lo que nos hace fuertes. Y es la que ha conseguido que, con la misma gente, solo motivando, hayamos pasado de producciones de 25 contenedores a la hora en el 2006 a 40, 50 y hasta 70 en el 2016.

Oficio ideal para tener familia. No existe la conciliación familiar. Yo vi poco a mi padre.

¿También estibador? Lo fue entre 1990 y el 2007. Antes fue gruista de la Autoridad Portuaria. Crecí en las viviendas del Port. La ventana de mi habitación daba donde está hoy la terminal de Acciona. En casa solo se hablaba de puerto, puerto y puerto. Y un día mi padre me dijo "prueba".

Luego dirán que no hay enchufe. A lo largo de siete años me presenté cuatro o cinco veces a las convocatorias públicas. Siete años. Hoy soy capataz, pero durante 14 años fui vancarrista –el vancarrier es una máquina que, cargada, pesa 100 toneladas–. Al principio, al acabar el turno, sentía que el suelo temblaba. Y el temblor seguía al acostarme. Pero atrapa. Necesitas venir. Sentir el olor a orden en el desorden, a respeto, a esfuerzo, a veces a calma.

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¿A calma, dice? No considero estresantes ni la estiba ni el representar a mis compañeros. Pero una vez tuve problemas de estómago, el médico me dejó una máquina portátil para medir constantes y, cuando vio las gráficas, se sorprendió de lo que para mí era 'tranquilidad'. En la estiba llevas maquinaria pesada, a menudo de noche, con reflejos, con lluvia.

Tiene peligro. ¿Sabe qué es el miedo? Sí. Una madrugada, haciendo las tareas de trinca –asegurar los contenedores en el barco– vi cómo un compañero desaparecía ante mis ojos. Había un agujero en el pasillo de contenedores. Quedó atrapado y lo sacamos, pero la angustia de aquella escena rebotó en mi cabeza durante meses.