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Gisela Vallès: «A veces necesitaba salir para llorar en un rincón»

Enfermera de Canet de Mar, ha trabajado con Médicos Sin Fronteras en Sudamérica, África y con los refugiados rohingyas en Bangladés

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zentauroepp41548744 10 01 2018 gisela vall s enfermera de medicos sin fronter180112183225 / ANNA MAS

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Cuando la política deja un resquicio, las tremendas imágenes de la crisis humanitaria de los rohingyas de Myanmar se cuelan en el telediario. Gisela Vallès (Canet de Mar, 1983) ha pasado la Navidad en casa después de trabajar como enfermera de Médicos Sin Fronteras (MSF) con los refugiados rohingyas en Bangladés, a donde volverá a finales de este mes. Antes estuvo en Colombia, Guinea-Bissau, Sudán del Sur, Etiopía y Congo.

–Difícil reconciliar lo que ha vivido con el furor consumista de estas fiestas. He empatizado mucho con los que no tienen nada y viendo esta sociedad de consumo me indigno. En casa siempre les digo que no me compren nada, que no necesito nada. Nacer en el primer mundo es una suerte.

–¿Tenía referentes de ayuda humanitaria? De niña recorrí África con mis padres, que tienen una pequeña oenegé en Burkina Faso. No era turismo de pulsera, sino que la gente del propio país nos lo enseñaba. Ver todas aquellas necesidades me llevó a estudiar enfermería y tras 10 años en el hospital comarcal de Calella volví a África para aportar mis conocimientos y mi experiencia.

–¿Cuál fue su primer destino con MSF? Once meses en clínicas móviles de salud primaria y mental en la selva colombiana, en pleno conflicto con la guerrilla. Era la primera vez que salía de casa y no sabía qué esperar, pero la experiencia me enganchó.

–Su siguiente destino: África. Mi primer proyecto fue en Guinea-Bissau. La mortalidad infantil era una epidemia. Los niños llegaban muy mal y era difícil hacer algo por ellos. Estaban en los huesos. Los cogía y parecía que iban a romperse. 

–¿Nunca había visto morir un niño? No, y morían muchos. Había días muy duros y a veces necesitaba salir para llorar en un rincón. Afortunadamente muchos salieron adelante y esto lo compensa todo.

–¿Ha temido por su vida? No, me siento segura con MSF porque son muy prudentes. En 2016 me evacuaron de Sudán del Sur y eso me creó sensaciones contradictorias. Estamos aquí para ayudar, ¿y cuando la gente más lo necesita nos vamos? Pero lo entiendo. Ahora me envían a grandes emergencias. Era lo que quería, llegar a la gente que más lo necesita.

–En los campos de refugiados rohingya en Bangladés se hacinan 850.000 personas. He hecho de coordinadora médica en un proyecto de MSF España en los campos de Jamtoli, Hakimpara y Moyargona, donde viven unos 110.000 rohingya, que son una minoría musulmana que huyen de la violencia extrema en Myanmar. Tuvimos que empezar de cero, no había nada.

–¿Podría describir el lugar? Es una extensión inmensa de colinas donde la gente construye sus casas con bambú y plásticos. Caminas durante horas por un barrizal y siempre ves gente, no se acaba nunca. No hay carreteras y el material hay que cargarlo a pie. El trabajo es infinito. 

–¿Cuáles son los principales riesgos? La gente vive hacinada y el agua de los campos está contaminada por la basura y los excrementos. Vamos hacia una catástrofe humanitaria. Hemos tenido difteria y sarampión y hay riesgo de grandes epidemias, como el cólera. También hay muchos casos de violencia sexual.

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–La violencia sexual es una constante. Siempre está presente y es una de las prioridades de MSF. Es un tema sensible y cuesta llegar a las víctimas, que tienen miedo y no saben que ofrecemos atención médica y psicológica especializada. Hay que darles confianza para que acudan a nosotros. 

–¿Viendo la magnitud de estas tragedias no resulta frustrante su trabajo? El mundo va mal y eso frustra, pero sin entidades como MSF iría mucho peor.