EL PROCESO SOBERANISTA

España habla de Catalunya

La postura del Gobierno de Mariano Rajoy contraria a la celebración de una consulta en Catalunya es la política oficial de España. Pero esto no significa que sea la única opinión. La conversación sobre «el problema catalán» se nutre de otros argumentos

La ’senyera’ ondea en la delegación de la Generalitat en Madrid, en la confluencia de la calle de Alcalá con la Gran Vía.

La ’senyera’ ondea en la delegación de la Generalitat en Madrid, en la confluencia de la calle de Alcalá con la Gran Vía. / JUAN MANUEL PRATS

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JOAN CAÑETE BAYLE

Madrid, cosas de la agenda informativa, dividía esta semana su tiempo entre lo último de lo de siempre (esas tarjetas opacas), un culebrón recién llegado (el ébola) y otro que hace tanto que dura que ya forma parte del paisaje: Catalunya, los catalanes, el problema catalán. El Madrid oficial, el Madrit de la jerga política catalana, ese conglomerado de tertulias y de portadas de diarios que desde Catalunya se devoran con avidez para autorreafirmarse en la indignación, de políticos atrincherados tras su lectura de la Constitución, de empresarios que, dicen, tienden puentes aéreos, ese Madrid celebraba lo que llaman la victoria de la ley, jaleaban el laberinto en el que Artur Mas se ha perdido, se burlaban de esa extraña astucia que se llama consulta pero que no es más, piensan, que un ridículo parche en busca de una salida electoral que llevará el suflé a otra pantalla y, aunque no lo digan en catalán ni en la intimidad, qui dia passa, any empeny, y a seguir a lo suyo, que es, entre otras cosas, el inmovilismo.

El otro Madrid, el de los ciudadanos, el de los camareros de camisa blanca y pantalón oscuro, el del café manchado con churros, el que pasea con la vista hacia arriba no sea que le caiga encima alguno de los árboles de Ana Botella, el que se ha acostumbrado a que la estación de metro de Sol tenga apellido patrocinado por una empresa de telefonía, ese Madrid de madrileños quién sabe lo que pensaba del sucedáneo de consulta de Mas mientras se entregaba a su quehacer diario. No es que no le importe, no es que no hable del tema; al contrario, es que la conversación no es monolítica, los argumentos no son encapsulables en una palabra, no caben en una portada, ni en un tuit, ni en un corte de voz de Mariano Rajoy, lo grabe aquí o en la China popular. Catalunya vista desde ese Madrid a pie de calle, en realidad Catalunya explicada desde las calles de (el resto de) España, tiene unas cuantas razones, unos cuantos argumentos. Y sí, hay muchos españoles que piensan más o menos igual que Madrit. Pero no es ese el único argumento de la obra, hay otros; señalar cuál es el mayoritario es trabajo de la demoscopia y, en última instancia, función de las urnas.

Escuchar, explicar

EL PERIÓDICO inicia hoy una serie de reportajes que en esencia se basa en escuchar esos argumentos y explicarlos. Desde que empezó el proceso actual (por reducirlo a una fecha, la diada del 2012), hemos recibido y publicado decenas de cartas procedentes de toda España. Está muy extendido el argumento de que el problema de lo que sucede es el nacionalismo -así, sin adjetivar, porque nacionalismo en este argumento solo hay uno, el catalán-, que con sus continuas e intolerables demandas rompe España, ya que eso es lo que es Catalunya: España. «La independencia de Catalunya es un error que nos perjudica a todos los españoles, nacidos o no en Catalunya (...) . Insistir en ello es un error y a la postre la comunidad en su conjunto pagará los platos rotos. ¿Cree alguien que volveré a comprar una pluma de la marca con la que se firmó la convocatoria de referéndum?», escribió, por ejemplo, Juan José Sánchez Martín desde Telde.

Vinculada a esta idea se encuentra la de que el nacionalismo catalán busca prebendas para Catalunya que no pueden ni deben tolerarse en un Estado en el que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Es una postura con algunos matices, que varía entre el inmovilismo de la legalidad constitucional (y un corolario que defiende una recentralización) y la que dice que, negociando y preguntando a todos los españoles, todo puede ser, tal vez, negociable («Ante la magnitud de lo que sucede creo que Mariano Rajoy debería preguntarnos a todos los españoles qué pensamos al respecto. (...) Un referéndum nacional sería legal, y creo que la mayoría de españoles estarían a favor de la consulta, ya que estamos un poco hartos del tema», escribió Sergio González desde Ceuta). Es en este contexto en el que surge la palabra «federalismo», casi siempre vinculada a dos ideas: para todos por igual y sin lo que se llama «privilegios», sobre todo económicos.

Estos dos argumentos nutren de razones al bloque que se opone a que en Catalunya se celebre un referéndum no ya en su versión 1.0 o 2.0, sino a la escocesa. Son argumentos políticos que tienen en el otro lado su equivalente en quienes ven en el independentismo en Catalunya un elemento regenerador del sistema político, quienes ven en el proceso un síntoma más de la (necesaria) caída del régimen de la Transición. «A unos les duele que Catalunya se quiera ir de España; a otros les molesta, y la mayoría pensamos que ya está bien de marear la perdiz: si Catalunya quiere volar, que vuele (...) Ningún pueblo debe ser obligado a sentirse de una u otra nación», argumentó Ignacio Asencio (Ayamonte).

Los políticos, ese azote

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Varias razones se aglutinan en este argumento: que no solo los catalanes quieren independizarse de la España del PP, por ejemplo, y que, por tanto, en la lucha contra la «casta» hay un terreno común para el entendimiento; que el problema es de élites, no de los ciudadanos; que a pesar de que España es «mejor», «más fuerte», «completa» «más próspera» con Catalunya, los catalanes tienen derecho a decidir y si votan irse, el resto de España debe respetar esa decisión; que de igual forma que el problema catalán puede explicarse como un choque de nacionalismos,  también puede hacerse como otro ejemplo más de ese azote que son los políticos, igual de perniciosos a un lado y otro del Ebro: «El actual curso de los acontecimientos nos está llevando a un choque  de legitimidades que podría conllevar graves consecuencias para la ciudadanía, tanto catalana como española, y no solo políticas. En algún momento tanto Mariano Rajoy como Artur Mas tendrán que ceder o al menos  dar esa opción al contrario», escribió Pedro Molina desde Alcorcón.

Es otra versión del discurso del ellos (los políticos) y el nosotros (los ciudadanos) que domina la política española desde hace años, desde que explotaron las crisis económica y política. Ligado a él, se encuentran los argumentos sentimentales. ¡'Visca' España y viva Catalunya!, tituló su carta Pepe Abascal, de Boadilla del Monte, en la que instaba a los «hermanos catalanes» a no ser injustos («Una corriente en el discurso nacionalista catalán retrata al resto de España como una continuación del franquismo represor, siendo Madrid el epicentro de una forma de hacer política de corte fascista y castrador. Y eso duele») y afirmaba que son muchos los lazos que unen a españoles y Catalunya. «Qué sería España sin Catalunya? ¿O sin Andalucía? ¿O sin Extremadura o Galicia?», se preguntaba este ciudadano español.