Cambios en la normativa municipal

Discusiones caninas

Dueños de perros y ciudadanos sin mascota discrepan sobre la conveniencia de que los canes puedan ir sin correa por la ciudad

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VÍCTOR VARGAS LLAMAS
BARCELONA

A cara de perro. Sin perder el civismo, muy lejos de una reacción fiera, pero con el mismo instinto y la firme convicción con que un buen can obedece a su amo. Así es el enconado debate que divide a los ciudadanos de Barcelona desde que el Ayuntamiento anunciara sus intenciones respecto a la nueva ordenanza municipal de protección, tenencia y venta de animales domésticos. Amores perros, animadversión cuasi gatuna. La primera vez que se pugna por el territorio y ellos no saben, no pueden hacer nada al respecto.

Ya lo hacen sus amos. Y también  aquellos que no se imaginan compartir espacio en casa con un ser de cuatro patas. ¿Por qué verse obligado a hacerlo en medio de una acera, un lugar público? Eso es lo que se pregunta Francisco Calatayud, un comercial barcelonés de 57 años, que muestra su oposición a dar más libertad a los canes con un rotundo argumento. «¿Cómo le sentaría que alguien que  no conoce se acerque por la calle y le huela? Desagrable, ¿verdad? Pues ahora imagine que quien hace eso, además, ni siquiera es una persona, sino un perro, con su hocico, sus olores, con la higiene propia de un animal», explica.

E intensifica la ofensiva asegurando que la acción de estas mascotas puede ser algo más que molesta. «El perro de una vecina de mi escalera se abalanzó contra un matrimonio de personas mayores y las tiró al suelo. La dueña, lo dejaba suelto porque decía que no hace nada. Hasta que lo hizo. Entonces la excusa es que el animal se estaba medicando...», relata Calatayud. Él, asegura, ya avisó de la necesidad de tener un «control» de las mascotas por el  bien de la convivencia en el bloque. «Ni siquiera podías darte la vuelta si soltabas la compra porque ya tenías algún morro husmeando la bolsa, ¡olisqueando tu comida!», recuerda.

Salir de la urbe

Para Carmen Tartas, dueña de Rumbo, un perro de aguas español, el principal problema no reside en la forma en que se desenvuelven los canes, sino en la contrastada intolerancia de determinados sectores. «Hay gente que ya te hace reproches incluso cuando lo llevas con correa, te miran mal, esperan a ver dónde hace pipí, si recoges la caca. ¡Alguno parece que te perdona la vida!», exclama.

Esta vecina de Sarrià-Sant Gervasi saluda que el consistorio haya rectificado su idea inicial de vetar de pleno el acceso de bestias domesticadas a los transportes públicos. «Si no puedes soltarlo por la ciudad porque no hay espacios para ello y no tienes coche, ¿qué se supone que tienes que hacer? Es necesario que puedan viajar en metro, en tren: un perro bien enseñado nunca es problemático», añade Tartas, que deja que Rumbo se explaye con otros congéneres en un parque junto a la calle de Ganduxer de la capital catalana.

No muy lejos de allí, en el Putxet es donde Abel García comparte vida de barrio con su Weimeraner de 8 años. Hasta le sigue al bar donde queda con los amigos. «Ella se queda en la puerta, pero suelta. Siempre va sin correa», sostiene.  «Creo que solo las razas peligrosas deberían ir atadas», añade. En un parque próximo es donde lleva a su mascota con «hasta otra veintena» de canes a primera hora de la mañana y al regreso, cuando cae la tarde, sin que nunca se haya registrado «ningún incidente», más allá de algún mínimo roce entre mascotas  que sus dueños zanjan «a la primera». Así, libre, es como quiere ver a su mascota. «Para que vayan tirando del amo y solo puedan ir oliendo los árboles de la calle, para eso no te compres un perro», argumenta.

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En ese punto es donde discrepa Lucía García, quien ve compatible garantizar la calidad de vida de los dos canes que adquirió en una protectora con el respeto a los demás. «Mis perros están muy bien educados, pero tienen su instinto y pueden tener una reacción que, sin ser mala, asuste o moleste a alguien», expone. Ella es consciente de que sus animales necesitan correr y divertirse sin ataduras. Por eso se encarga de llevarlos a espacios rurales, «desengañada» como muchos otros dueños del estado y las limitaciones físicas de los pipican.

Federico Torrent es otro de ellos. Él prefiere dejar que Greta, su boxer de 4 años, corretee en el campo, sin molestar a nadie, consciente de que «hay gente a la que no les gustan los perros y otros les tienen miedo». «Incluso pueden provocar un accidente», añade. Aunque aprovecha la excusa del tráfico para pedir una regulación más realista. «No tiene sentido que llevar el perro suelto sea más caro que saltarse un semáforo», concluye.