EL RADAR
El día de la marmota
Después de más de cien días sin Gobierno, la fatiga hacia la política ha regresado a la conversación pública española
¿Qué pasaría si se votara otra vez ahora que todos los políticos vuelven a ser considerados iguales, seres que priman sus intereses al interés general?
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Hubo un tiempo en que la conversación pública bullía de política. Regeneración, participación, indignación, ideas nuevas, propuestas, ínfulas de reformismo, suspiros de tabula rasa, advertencias contra las tentaciones neo-lampedusianas... Al abrigo del 15-M y de esa crisis que era percibida como una estafa, bajo un eje conversacional que se basaba en el ellos (los políticos, la banca, la gran empresa, los medios, el establishment, en definitiva) y el nosotros (la ciudadanía), la política era el gran tema, pues parecía que al fin una masa critica de los ciudadanos habían comprendido la relación entre el voto que depositaban en la urna y la longitud de la cola del paro. Decir que la política no molaba ya no era una opción cool.
En el panorama español de ahí surgieron las mareas, los comunes y la gente como sujeto y objetivo político. En el catalán, el fenómeno se enmarcó en el proceso soberanista, de clara vocación transversal. Eran tiempos de manifestaciones, discusiones de política en las plazas y asambleas. Llegado el momento de pasar de las palabras a los votos, del activismo a los hechos, las elecciones europeas (2014) fueron un aviso y las municipales (2015), una constatación. Ada Colau y Manuela Carmena se erigieron como los rostros de la nueva política. El aviso de lo que estaba por llegar, sin embargo, era Andalucía. Las elecciones se celebraron el 22 de marzo del 2015, y Susana Díaz necesitó cuatro votaciones para acabar siendo investida en junio del 2015, casi tres meses después. En Catalunya, se votó el 27 de septiembre del 2015 y no hubo Gobierno hasta el 10 de enero del 2016, quedándose por el camino el suflé, la ilusión independentista, Artur Mas y la virginidad de la CUP.
Más de cien días lleva España sin Gobierno desde que las elecciones del 20-D supusieran la fin del bipartidismo. Más de cien días negociando. Y mientras, escribe Lluís Manel Ramírez, coach de Vilanova i la Geltrú, "miles de familias siguen sufriendo. (...) Miles siguen siendo desahuciadas, las que ya lo fueron siguen sin hogar y sin solución; miles siguen sufriendo cortes energéticos y millones siguen trabajando jornadas eternas y cobrando menos de 400 euros". Lluís Manel acusa con bala "Esos que dicen representarnos no nos representan. Esos que dicen respetar la voluntad demócrata de los ciudadanos y que han entendido el mensaje de que tiene que ponerse de acuerdo ni la respetan ni se ponen de acuerdo". Cuando Lluís Manuel dice "esos" (ellos) también incluye a quienes hacen del nosotros (los ciudadanos) el eje de su política, es decir, a los abanderados de la nueva política.
Noticias relacionadasSin llegar a gobernar, a la nueva política se le ha roto la noche con parte de la ciudadanía. El entusiasmo se ha esfumado en esta ducha escocesa que ha sido romper el bipartidismo antes de Navidades y encontrarse pasada Semana Santa con Mariano Rajoy aún en la Moncloa y negándose a rendir cuentas de su acción de Gobierno ante el Parlamento. Ya no mola hablar de política y los políticos vuelven a ser si no todos iguales, sí muy parecidos, seres que solo quieren el poder por el poder y que son incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos por el bien de los ciudadanos. La regeneración aún no ha empezado y diríase que ya urge regenerar a los regeneracionistas.
"Escuchando el discurso de Pedro Sánchez en el Congreso, en la sesión de investidura, me vino a la cabeza Bill Murray en Atrapado en el tiempo. Ver el señor Sánchez repetir las mismas frases vacías de contenido, sin sustancia política, y con la envoltura de siempre, como si estuviera recreándose ante un espejo, con los gestos bien aprendidos y con una mirada que intenta ser convincente sin conseguirlo, me hizo revivir el día de la marmota", escribió Joan Xuriach, administrativo de Barcelona, en una crítica que, por otros muchos hacen extensivas a Albert Rivera y Pablo Iglesias. La magia, pues, se ha roto para la nueva política y queda la dura realidad. La pregunta, pues, es qué pasaría si volviéramos a votar el día de la marmota, cuando todos los políticos son vistos como lo mismo.
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