EL PROCESO SOBERANISTA

Dejémonos de trincheras y pasemos al diván

ANDALUCÍA . Antonio José Quesada, 40 años, profesor de Derecho Civil en la Universidad de Málaga.  La cita. con dos colegas, es en la Facultad de Derecho. EL PERIÓDICO inicia hoy una serie de encuentros con ciudadanos de distintos puntos de España para conocer su percepción del proceso que se está viviendo en Catalunya: los motivos que han llevado a esta situación, cuál puede ser su desenlace y cómo les gustaría que se resolviera.

Entre Todos: Catalunya vista desde España. Andalucía.(Málaga). / JESÚS DOMÍNGUEZ

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JOSEP SAURÍ / Málaga

Una descomunal bandera española luce, encaramada a un no menos tremendo mástil, en la plaza de la Constitución, el corazón del pulcro y (¿demasiado?) remozado centro histórico de Málaga. A sus pies, unas placas reproducen las portadas de la prensa del 7 de diciembre de 1978. «Buenos días democracia», saludaba el Diario 16; «El pueblo recuperó su soberanía», se felicitaba El Correo de Andalucía; «Sí rotundo», proclamaba Sol de España, que jaleaba a Andalucía como la región en la que el referéndum había cosechado más votos a favor. Aunque en el cómputo completo la acabaría superando Canarias por apenas dos centésimas, el abrumador 92,39% de síes no dejaba lugar a dudas: los andaluces eran más constitucionalistas que el palo de la bandera.

Se diría que lo siguen siendo, si bien ese término, más de tres décadas después, muy probablemente signifique otra cosa. El PP se impuso por primera vez al PSOE en las generales del 2011 y en las autonómicas del 2012 -aunque no le bastara para desbancarle de la Junta-, y en ambas ocasiones entre los dos rebasaron el 80% de los votos. Y algo más de 500.000 de los cuatro millones de firmas supuestamente recogidas por el PP (nadie las certificó) contra el Estatut en el 2006 las estamparon  andaluces.

Así las cosas, «en Andalucía el tema catalán no se entiende», suelta Antonio José Quesada. No ya en las conversaciones de bar, en las que « te ponen los tanques en la Diagonal», sino que también «entre la gente digamos más leída hay un enorme desconocimiento de la realidad catalana». Y advierte de que lo que se oiga en su encuentro con otros dos profesores de la Universidad de Málaga y EL PERIÓDICO «no es el sentimiento de la calle. Esto es un clima un poco artificial, de gente que equivocada o acertadamente hemos dedicado cierto tiempo a darle vueltas a la cosa».

 

El clima en la Facultad de Derecho quizá sea artificial, pero el debate no lo es para nada. «Los partidos nacionalistas han apostado por controlar el sistema educativo y es la educación, como generadora de identidad, la que ha conseguido que buena parte de la población se identifique con una región», abre fuego Cristian Cerón (38 años, profesor de Historia Contemporánea) en busca de las raíces del conflicto. «Creo que en general en España no hemos entendido muy bien el tema de la diversidad. Nos da mucho miedo que la asimetría nos haga desiguales, y entonces pensamos mal», replica Felipe Vega (54 años, profesor de Teoría de la Educación), en referencia a «la mala fama de los políticos nacionalistas que van a Madrid a negociar cuestiones identitarias y al final hacen caja».

 

«Entonemos el mea culpa:  el Estado no ha sabido entender a Catalunya. Lo de la pluralidad de los pueblos que lo componen parece que quedaba para el discurso del Rey de Nochebuena», se arranca Quesada. «España tiene que ir al psicólogo. Porque reconocer que hay un problema, y lo hay, es el primer paso para la solución. Hay que coger el toro por los cuernos y no dejar que el conflicto se siga pudriendo, porque no hay cuerpo que lo aguante. Ni aquí ni allí».

 

Quesada afirma entender «el cabreo» de Catalunya: «Mira que no soy de símbolos nacionales ni historias, pero pisarle los callos a alguien en cuestiones identitarias, de sentimientos, es muy peligroso y el Estado lo ha hecho con muchísima alegría». Que la cosa va en serio también lo tiene claro Vega: «Viendo las imágenes de la cadena humana o de la V, se pueden compartir o no sus planteamientos, pero lo que no se puede pensar es que son unos descerebrados que han llegado allí porque alguien les ha dicho que suban al autobús». Cuando tanta gente se moviliza es porque hay desazón, «aunque no todo el mundo está pidiendo lo mismo», advierte.

La reforma constitucional se abre paso en la mesa como modo de salir del atolladero. El Gobierno tiene la ley por el mango, sí, pero «la ley debe servir para armonizar la convivencia, no para tirárnosla por la cabeza unos a otros. Si hay que cambiarla, se cambia», apunta Quesada. Cerón llama al diálogo entre territorios y generaciones: «Lo que se acordó en la Transición no puede ser intocable. Entre todos hemos de darle una solución de encaje no solo a Catalunya, sino al resto de  autonomías». ¿Asimétrica? «Catalunya ha de tener su voz, pero como la han de tener Andalucía, Canarias o Galicia».

 

No lo ven así los demás. «Ojalá  hubiese una generación de políticos lo bastante valientes como para plantearse una reforma que tratara el federalismo de forma seria y clara, en que se aceptara que hay una asimetría posible y una no posible. Vamos a pactar noblemente», propone Vega. Su modelo, al que se suma Quesada: reconocer de una vez por todas la plurinacionalidad del Estado y descentralizarlo administrativamente garantizando a la vez la igualdad en los servicios y en los «derechos básicos de ciudadanía».

 

Otra periferia

Andalucía es también periferia. Pero el anticentralismo nunca caló: «El sentimiento identitario es muy leve. Históricamente somos una periferia degradada, y el centro, ir a Madrid, como que nos civilizaba un poco, en el mejor sentido. Desde Málaga, a Madrid siempre se  la ve con mejores ojos que a Sevilla», dice Quesada.

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Y en Andalucía están asimismo las raíces de, por lo bajo, cientos de miles de catalanes. Eso ¿favorece el entendimiento o lo complica? «Aquí se dice que esa gente es que quieren ser más catalanes que los catalanes, y tienen que ser más independentistas que nadie. Que se asimilen al sitio donde están se ve como una especie de traición a los orígenes» , añade este profesor de Derecho Civil que acaba por declararse «pesimista» porque intuye cercano un punto sin retorno: «Estamos todos pegándonos con la bandera, y no veo voluntad política de reconducir esto». En las trincheras los matices desaparecen, y muchos puentes se van dinamitando, avisa. «¿Esto es lo que queremos? Pues bueno, me daría pena porque creo que es más lo que nos une que lo que nos separa, pero desde luego si el pueblo catalán decide irse, no voy a ser yo el que vaya a sujetarlo». 

¿Qué opinas de cómo ven a Catalunya desde el resto de España?