LA OPINIÓN CIUDADANA

Asfixia turística en Barcelona

La principal preocupación de los barceloneses es que la ciudad pierda su esencia y a sus vecinos

Turistas en la plaza de Catalunya de Barcelona.

Turistas en la plaza de Catalunya de Barcelona. / JORDI COTRINA

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Gemma Varela
Gemma Varela

Periodista

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«¿Qué quedará de Barcelona cuando no queden barceloneses?», se pregunta David Quintero. Este mecánico de 41 años habla por experiencia propia, se vio forzado a mudarse a Viladecans, una ciudad que le gusta pero a la que llegó «expulsado por las reglas del juego de la Barcelona turística». Solo podía permitirse vivir en un «cuchitril» en la capital catalana, donde nació, así que acabó marchándose al Baix Llobregat.  

El turismo (y sus consecuencias) ya es la principal preocupación de los barceloneses por delante de problemas como el paro y el tráfico. Así lo indica el último barómetro del ayuntamiento, y las cartas de los lectores de EL PERIÓDICO también lo reflejan. El principal temor es que la ciudad pierda su esencia, que se convierta en un «parque temático» y que los vecinos, como David, no puedan permitirse vivir en ella. A modo de ejemplo, Lluís, vecino del Eixample, da fe de la evolución de su vecindario: «Donde hace seis años vivían familias, parejas y solteros, ahora vemos turistas. Es automático: si una familia se muda, el piso se convierte en turístico». Lluís –que tiene seis hoteles a menos de 150 metros de su casa– añade que no quiere que «Barcelona se convierta en una segunda Venecia».  

Arnau Ramos, de 28 años, también ha asistido atónito a la transformación de su barrio, el Poble Sec, que aparece como uno de los 25 más 'cool' de Europa en un ránking publicado por el diario británico 'The Independent'. Arnau recuerda la alegría de los vecinos cuando la calle de Blai se transformó en peatonal y pasó a ser «una pequeña rambla». Ahora, aparece en las guías como «la calle con más bares de tapas por metro cuadrado de Barcelona» y el ruido que genera dificulta la convivencia y el descanso del vecindario. Después de que un juez anulara la reducción horaria de las terrazas de Blai (que fijaba su cierre a las once de la noche), Arnau pide soluciones a la administración. Y en el horizonte, el recelo: «Me gusta mi barrio y no quiero irme porque soy poble-sequí». 

Para soportar la presión turística, Xavier Parrizas (un empleado de banca de 56 años) propone con sorna habilitar zonas libres de turistas, en las que no estén permitidos los hoteles, ni los apartamentos turísticos, donde estén prohibidos los patinetes eléctricos, los 'segways' y los grupos en bici por las aceras; donde no se permita el arrastre a horas intempestivas de equipajes de mano, ni la presencia de tiendas de souvenirs, ni de terrazas de bares que hagan imposible el paso. «En pocas palabras, reservas urbanas en las que los barceloneses pudiéramos sobrevivir preservando una forma de vida que, si no se protege, irremediablemente va a desaparecer en poco tiempo».  

El otro bus turístico

Bromas aparte, la convivencia con los turistas es una fuente de preocupación y no solo en las calles, también el transporte público. Muchos ciudadanos han denunciado que el bus 24 –que cubre la ruta del parque Güell y el Turó de la Rovira (donde los turistas ya han descubierto las vistas panorámicas y la historia de sus búnkers)– es un «bus turístico alternativo», por la cantidad de grupos de visitantes y guías que suben. Ricard Giró, un vecino de Ciutat Vella de 54 años, pide al Ayuntamiento que refuerce la línea. «A veces hay que dejar pasar tres o cuatro buses –llenos cual latas de sardinas– para poder subir y como consecuencia, llegas tarde al trabajo», se lamenta. 

La línea de bus 45 también presenta un sutil daño colateral, pero en el roce diario los pequeños detalles son importantes. Mercedes Muñoz (una administrativa de 50 años) advierte de las dificultades que tienen la mayoría de pasajeros para apearse en la parada de Via Layetana, junto al Hotel Central. «A menudo aparcan en su puerta taxis que recogen o dejan viajeros con maletas. Lo que conlleva que el autobús no se pueda aproximar a la acera y que los pasajeros se encuentren con un desnivel muy elevado para subir y bajar del bus». La solución que propone es tan sencilla como obvia: que TMB desplace unos metros la parada. 

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El turismo en Barcelona

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Las actitudes incívicas de algunos turistas es el otro gran foco de indignación: «Vienen a divertirse con el chip de que aquí todo vale»; «Van medio desnudos por la calle con total impunidad»; «Es turismo de borrachera y dejan su educación en la puerta de embarque». Son algunas de las opiniones recogidas en las cartas de los lectores. Manu Cufré, recepcionista de 23 años, propone multas exprés contra el incivismoincivismo: «La policía debería llevar un datáfono y multar al momento. Todo el mundo lleva la tarjeta bancaria encima y puede pagar al instante». 

Negocio y molestias

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Miguel Blanco (agente de la propiedad inmobiliaria) resalta la cara positiva del turismo: «Ayuda a mantener la economía, genera trabajo y además detrás de cada turista, hay la ilusión de conocer un lugar nuevo y la oportunidad de compartir su estilo de vida». Pero para Mercè Campo –una profesora, de 40 años que asegura que más que turismofobia, hay agotamiento turismofobia– «no se puede supeditar todo al turismo, la vida en la ciudad es más que esto. No todo está en venta y estamos cansados de que nos hablen de supuestos beneficios turísticos que no se sabe exactamente a dónde van a parar. Aunque los perjuicios, los sufrimos los de siempre».  

El «turismo de calidad» es la gran baza a la que apelan muchos lectores para poder llegar a un equilibrio para que «Barcelona no muera de éxito». En este sentido, Josep Madolell (jubilado, de Sant Andreu) cree que el reto es que los turistas lleguen a toda la ciudad. «Hemos conseguido que conozcan Barcelona, pero no que se relacionen con su gente. Hay una Barcelona auténtica en los barrios, cálida, cercana y profunda. Esta es la ciudad que debemos difundir y sobre todo invitarles a compartir».

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