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Alejandro Viladrich: «Mi abuelo trató de rescatar al hombre profundo»

La guerra no destruyó los valores del pintor Miguel Viladrich, que perviven en su nieto argentino

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Esta es la historia de un abuelo y un nieto que no llegaron a conocerse en persona, pero que comparten vocación artística, identidad y valores. Miguel Viladrich (Torrelameu, 1887 - Buenos Aires, 1956) fue un artista catalán cuya exitosa carrera –pintó el retablo Barcelona, cap i casal de Catalunya que luce en el Ayuntamiento– fue cortada de cuajo por la guerra y el exilio. Alejandro Viladrich reivindica su figura en una charla  por videoconferencia desde Argentina.

–¿Desde dónde habla?

–Vivimos en General Madariaga, al sur de la provincia de Buenos Aires, en lo que ustedes llamarían una masía. Aquí tenemos nuestro taller de arte Silvia Goltzman y yo, además de un espacio museístico con obra de mi abuelo Miguel Viladrich, mi abuela Ana Morera y mi padre, Wifredo Viladrich. 

–Usted no llegó a conocer a su abuelo.

–Falleció un año antes de nacer yo, pero siempre ha estado muy presente. Mi madre conoció a mi padre mientras trabajaba para don Miguel  pasando sus memorias. Además, como hijo de exiliado tuve la necesidad de reconstruir mi historia y he viajado mucho a Catalunya para hacer exposiciones.

–¿Quién fue Miguel Viladrich?

–Fue un pintor que amaba la tierra, se sentía payés y pintaba con sentido social. Mi abuelo trató siempre de rescatar al hombre profundo integrado a la tierra, a los tipos populares. Esta relación con el territorio sigue conviviendo con nosotros.

–Su abuelo nació en Torrelameu, un pequeño pueblo de la comarca de la Noguera.

–Nació allí aunque la familia era de Almatret [Segrià]. Me parece muy fuerte que el día que mi madre y yo visitamos Torrelameu coincidiéramos, sin saberlo, con la inauguración de una plaza con su nombre.

–Nació en el campo pero fue muy viajero.

–Viajó por España, Europa, Marruecos y América pintando personajes populares y durante años residió en un castillo en Fraga. Un jovencísimo Dalí escribió en su diario que la obra de Viladrich era «maravillosa» y en 1926 la Hispanic Society of America de Nueva York compró casi toda su obra.

–La guerra y el exilio truncaron su carrera.

–Fue una persona de izquierdas que se comprometió desde la cultura, no desde la violencia, porque él era un pacifista. En 1939 huyó a Francia con la familia y estuvo un tiempo en París. Diego Rivera, con quien compartió taller, dijo que Viladrich renacería, pero el hecho de que se instalara en una Argentina inestable y que el franquismo se alargara tanto lo impidieron.

–¿Alguna vez se deja de ser exiliado?

–Como hijo, diría que no. Es un corte con tu identidad, con tu lugar y con tu gente y eso lo siguen mamando los hijos. Igual que el exilio sigue presente, también lo está el artista comprometido con la época.

–Su padre continuó con ese rol.

–A los 21 años esculpió la figura de un hombre desnudo encadenado y la tituló El pueblo español. Ganó el primer premio en el Salón Nacional de Buenos Aires pero querían que cambiara el título y la retiró. La tengo en el taller, junto al retrato de mi padre con barretina que pintó mi abuelo [ver foto]. 

–¿Usted también heredó esos valores?

–Creo humildemente que hay una continuidad en cierta actitud de vida. Soy miembro de la comisión de derechos humanos y nuestro Taller del Sol forma parte de lo que aquí llamamos colectivos culturales, que tienen mucha actividad social.

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–¿En su obra quedan huellas del abuelo?

–Aparentemente no, pero él pintó y dignificó a los pueblos originarios de la América hispana y en mi trabajo también le doy bastante lugar al mestizaje y a lo folclórico, que tiene que ver con nuestra identidad. Con todo lo que está pasando, esta mirada hacia el ser humano vinculado a la tierra de me parece muy necesaria. H