El desenlace

Votar o no votar

JOAN TAPIA

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En las elecciones catalanas del 2006 votó solo un 56% y hoy la participación puede ser menor. No es alentador. Y menos si recordamos que en las elecciones españolas del 2008, en Catalunya votó el 70,3%. Una diferencia de mas de 14 puntos es notable. Y no legitima a Catalunya. El argumento centralista es terrible: ¿si los catalanes participan menos en sus elecciones (y en el referendo del Estatut) que en las españolas, por qué quieren más autogobierno?

Que la clase política madrileña -y el Tribunal Constitucional- no puedan ningunear a Catalunya es una sólida razón para votar. Por eso se entiende poco que los partidos catalanes (pequeños y grandes) hayan hecho una campaña mediocre. Y que no haya habido un debate entre los dos posibles presidentes, como si lo hubo en España entre Zapatero y Rajoy. Y que después de 30 años de Estatut todavía no haya una ley electoral catalana que vaya mas allá de la española y haga que cada catalán tenga su diputado (no 85 como nos pasa hoy a los barceloneses). Está claro que los políticos catalanes no están demasiado a la altura. Por eso en las encuestas son muy pocos los que aprueban.

No votar no solucionará la relación con España ni mejorará nuestra situación. La abstención es un derecho, pero no arregla nada. Aunque tampoco conviene dramatizar. Puede ser una forma de protestar y, al tiempo, de mostrar cierto conformismo. Si la realidad fuera inasumible saldrían opciones radicales o habría mas tensión social. Y no la hay.

La abstención muestra que los ciudadanos no tienen ningún entusiasmo político pero que, realistas, consideran aceptable la situación. Creen que si el gobierno se articula en torno al catalanismo centrista de CiU, o al centro-izquierda del PSC, las diferencias no serán ni dramáticas ni abismales. El PSC no da miedo a unos y CiU no lo da a los otros. En esto somos menos dogmáticos que al otro lado Ebro.