10 MESES DE LOS ATENTADOS EN BCN Y CAMBRILS

Philippe Meirieu: "A los jóvenes radicalizados la escuela debe ofrecerles esperanza"

El célebre pedagogo francés reflexiona sobre el papel de los profesores tras un ataque terrorista en 'Educar després dels atemptats'

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Mauricio Bernal

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Ha pasado por Barcelona una de las principales autoridades en ciencias de la educación, el francés Philippe Meirieu, autor de una ingente obra sobre pedagogía que incluye la recién publicada en Catalunya 'Educar després dels atemptats' (Rosa Sensat). Escrita después de los atentados yihadistas perpetrados en Francia en el 2015, el texto se basa en la premisa de que es imposible saber si la educación puede evitar que se vuelvan a producir atentados como esos. “Pero hay que trabajar como si pudiera –explica–. Como si la respuesta a esa pregunta fuera afirmativa”. Una reflexión necesaria cuando se cumplen 10 meses de los ataques en Barcelona y Cambrils.

-Me parece que el título ya es elocuente. Sugiere que los atentados marcan un antes y un después en la educación.

-Sí, claro. El título está inspirado en una conferencia de T.W. Adorno, 'Educar después de Auschwitz', en la que el filósofo alemán se preguntaba si a través de la educación se podía evitar que volviera a ocurrir la barbarie.

-¿Y qué respondía?

-Eso. Que no sabía, pero que había que hacer como si se pudiera.

-Cuénteme, ¿cómo reaccionó el sistema educativo francés tras los atentados?

-Para explicarle eso hay que tener en cuenta algo importante. En Francia hubo dos atentados y dos reacciones distintas. La escuela quiso reaccionar tras el atentado de 'Charlie Hebdo' y se pidió a todos los establecimientos que guardaran un minuto de silencio. Ese minuto de silencio causó problemas en algunos centros porque no todos los alumnos estaban dispuestos a seguirlo.

-¿No estaban de acuerdo?

-No. Algunos consideraban que Francia no tenía derecho a imponer su ideología a la juventud, sobre todo a la juventud musulmana. Otros, que 'Charlie Hebdo' había pisoteado la religión y que los periodistas merecían su suerte. Hubo mucha reflexión en Francia sobre ese rechazo.

-¿Y la segunda reacción?

-La reacción a los atentados de noviembre fue muy distinta, porque tocó a la juventud a través de la sala Bataclan y a través de las terrazas parisinas: tocó a los jóvenes que habían rechazado el duelo por 'Charlie Hebdo' y que sentían que habrían podido estar en el Bataclan o en las terrazas. El estado de shock fue muy distinto.

-¿Eso abonó la tarea de los educadores?

-Claro. Los atentados ocurrieron un viernes y la ministra de Educación pidió a los profesores que el mismo lunes hicieran reflexionar a los alumnos sobre lo que había pasado. Tuvieron poco tiempo para prepararlo.

-¿Cómo se prepara algo así?

-El ministerio puso al alcance de los profesores y alumnos una serie de textos y herramientas. Yo mismo escribí un pequeño texto la misma noche de los atentados que fue muy utilizado por los profesores. Había que hablar, pero a partir de algo que permitiera comprender y poner distancia con la emoción inmediata.

-La expresión de las emociones…

-La expresión en bruto de las emociones es algo que no tiene que ver con la misión de la escuela. Y de todos modos, expresar de forma espontánea los sentimientos era algo muy difícil en esos momentos, el shock estaba muy presente en los espíritus. Los profesores sabían que no podían ignorar lo que había pasado, y comprendieron la necesidad de una mediación a través de textos. Unos usaron textos en prosa, otros usaron poemas… La cultura es la catarsis de las emociones, de los miedos, de las angustias.

-¿Qué es exactamente lo que los alumnos debían comprender?

-Mire, el papel de la escuela no es negar los miedos, la angustia, la cólera, la indignación. Pero sí es el de ayudar a los alumnos a expresarlos de una manera serena, de modo que puedan extraer consecuencias para su propio comportamiento.

-¿Es decir?

-Tenemos que enseñarles que tienen razón en tener miedo, en sentir rabia e inquietud, pero que no se pueden quedar ahí. Hay que hacerles entender que se puede hacer algo, que cada uno de nosotros puede hacer algo, que todos podemos hacer algo. Los profesores obtuvieron una gran victoria enseñando ese camino a los alumnos tras los atentados de París. Qué puedo hacer para que el mundo sea menos bárbaro. Esa es la pregunta.

-Leí una entrevista que concedió hace un tiempo en la que habla de la Ley, así, con mayúsculas. Decía que a los alumnos problemáticos había que integrarlos “en la Ley”. ¿Es esa integración en la Ley una herramienta para combatir el yihadismo en las aulas?

-Sin duda. Asistimos a un aumento de la radicalización que afortunadamente no siempre lleva al terrorismo. El problema es que la idea de la radicalización resulta muy seductora para el joven. Una de las características de las sociedades posmodernas es que tienen problemas para dar ideales a la juventud. ¿Cuáles son esos ideales ahora mismo? El consumo y el éxito profesional. Y hay una parte de la juventud que piensa que no pueden acceder a ello.

-Quiere decir que la radicalización es una alternativa.

-Sí. Para la mayoría de estos jóvenes abandonados por el sistema hay una vacante de ideales, de sentido de sus vidas, y lo chocante es que el radicalismo islamista se ha hecho un lugar en el mercado de los ideales. Les da seguridad, sentido de pertenencia y la sensación de que no están condenados a una vida mediocre. Es seductor porque es susceptible de llenar el vacío de su existencia.

-Contra esto se ha de luchar desde la escuela, ¿no?

-Creo que la labor del profesor es doble: por un lado debe mostrar el peligro de esa oferta ideológica y hasta qué punto es destructora de la humanidad: tanto de la humanidad del que adhiere a esa ideología como de los que pueden sufrir las consecuencias de su barbarie. Por otro lado, y esto es lo más difícil, debe ofrecer esperanza al joven. Para destruir hay que reemplazar, y para destruir el radicalismo de los jóvenes hay que ofrecerles algo a cambio. Una vez trabajé con jóvenes radicalizados en prisión y la experiencia es reveladora.

-Le escucho.

-Nunca les dijimos que sus creencias eran malas. Eso no lo entienden. En cambio, les hicimos vivir experiencias, experiencias que los obligaban a dudar de su manera de pensar. El radicalismo excluye la duda, solo da certidumbres, de modo que nuestro trabajo con los alumnos, y hablo aquí de los alumnos en general, es ayudarlos a plantearse preguntas. La escuela es el lugar donde se interroga el mundo.

-Hace 10 meses de los atentados en Barcelona y Cambrils. Aquí se pensó que iba a ser el curso escolar de hablar de todo esto, yihadismo, radicalismo, etcétera, pero el 1 de octubre tuvo lugar el referendo independentista y acabó siendo el curso del proceso independentista. ¿Cree que es una oportunidad perdida?

-Los profesores y la escuela catalana tienen que reflexionar sobre esos atentados. No se puede esquivar la pregunta de cómo unos niños que frecuentaron nuestra escuela, fueron a nuestras clases y escucharon nuestro discurso se convirtieron en unos bárbaros enceguecidos. Es una pregunta que no se puede esquivar porque involucra el sentido que le damos a la vida de nuestros jóvenes, por muchos acontecimientos políticos que haya de por medio.

-En su libro cita a Martha Nussbaum...

-Me gusta mucho Martha Nussbaum.

-La cita diciendo que en este contexto de atentados es esencial luchar contra la "frialdad", contra la indiferencia. ¿Acaso piensa que ese es el impulso natural de la gente, de los alumnos?

-Mire, nuestra sociedad es muy individualista. Mucho. El niño no es individualista, pero está rodeado por una sociedad que sí lo es, y en extremo. De modo que el profesor debe trabajar en ello. Lo que nos dice Martha Nussbaum es que la sociedad necesita emociones, pero emociones democráticas. Pensábamos que la democracia era solo razón, pero ella nos dice que también tiene que ver con la empatía, y el aprendizaje de la empatía es fundamental.

-¿En qué consiste aprender la empatía?

-En respetar la humanidad del otro. La capacidad de aceptar que todos los otros son otros como yo, y que les debo el mismo respeto que me debo a mí, sea mi enemigo o mi adversario, solo porque es un ser humano, al igual que yo. El bárbaro es el que considera que el otro es un objeto, que no ve que el otro es alguien que puede sufrir, alguien que se le parece y con el que tiene una relación de fraternidad. Uno de los objetivos de la escuela es enseñar que existe esa fraternidad. El hombre democrático no es solo un ser de razón, es un hombre capaz de sentirse mal con respecto a lo que daña al otro.

-¿Lo conseguirá la escuela? ¿Lo conseguirán los profesores?

-Mire, yo no sé si la educación lo conseguirá, pero debemos intentarlo. La política tiene un papel, la economía tiene un papel, la policía, los jueces… Pero desde la educación también se debe aportar algo contra la barbarie y la violencia. Las cosas no están bien. Yo estoy preocupado. Ante la realidad del mundo podemos estar desesperados, pero nuestra desesperación debe ser optimista.